jueves, 28 de febrero de 2013

Salmo 52


Salmo 52 – Necedad de los pecadores

Con algunas leves modificaciones (v. 6), este Salmo es una repetición del Salmo 14, y en él se describen los pecados que corrompen a la sociedad (vs. I- 4) y se lanza una invectiva contra los opresores de los pobres (vs. 5-6).

Dice el necio para sí: "No hay Dios". Se han corrompido  cometiendo execraciones, no hay quien obre bien. Dios observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Todos se extravían igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo. Pero ¿no aprenderán los malhechores que devoran a mi pueblo como pan y no invocan al Señor? Pues temblarán de espanto, porque Dios esparce los huesos del agresor, y serán derrotados, porque Dios los rechaza. ¡Ojala venga desde Sión la salvación de Israel! Cuando el Señor cambie la suerte de su pueblo, se alegrará Jacob y gozará Israel.
«Dice el necio para sí: ¡No hay Dios!».
Yo creía que el ateísmo era una moda más o menos moderna. La proclamación de la muerte de Dios llegó a ser noticia en los periódicos de la mañana. Y, sin embargo, ahora me encuentro en tu Salmo, Señor, que ya había ateos en aquellos días.

«Dice el necio para sí: ¡No hay Dios!».
Anoto la palabra escueta con que se describe al ateo y se despide su caso: Necio. El necio bíblico. La persona que no tiene entendimiento, que queda lejos de la sabiduría, que no percibe, que no ve. La incapacidad de ver lo que se tiene delante de los ojos, de abrazar la realidad que surge alrededor.
¿Y no soy yo también a veces necio, Señor? ¿No me porto en la práctica como si tú no existieras, ciego a tu presencia y sordo a tus llamadas? No te hago caso, me olvido de ti, paso de largo. Pienso y actúo en total independencia de ti. ¿No es eso ser ateo en la práctica?
Quiero luchar contra el ateísmo en el mundo de hoy, y para hacer eso caigo en la cuenta de que debo empezar por luchar contra el ateísmo en mi propia vida y en mi conducta diaria. Quiero escuchar tu voz y adivinar tu presencia, y quiero actuar siempre de tal manera que se vea que tú estás a mi lado y que yo lo sé y lo reconozco.
Mi respuesta a la «muerte de Dios» es que tú, Señor, te manifiestes en mi vida.

Dios nuestro, dicen los necios que no existes, que no hay amor en la tierra: envía, pues, a todos los hombres tu salvación y confunde la insipiencia de los que te ignoran; cambia la suerte de tus hijos, y llenarás el mundo de alegría.

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