Salmo 113 – Israel, liberado de Egipto: Las maravillas del éxodo
Con admirable concisión y gran expresividad poética, este “Himno pascual” rememora toda la epopeya del Éxodo como un signo del absoluto dominio del Señor sobre las fuerzas de la naturaleza.
Estas no pueden ofrecer ningún obstáculo ante la presencia del Dios de Israel, que se ha manifestado para liberar a su Pueblo de la esclavitud e introducirlo triunfalmente en la Tierra prometida (vs. 1-2).
La segunda parte del salmo (vv. 9-26) es un texto litúrgico en el que domina la súplica confiada, con motivos típicos de himnos.
[vv. 1-8] “Cuando Israel salió de Egipto,”
Israel alaba a su Señor haciendo memoria histórica de sus maravillas. Proclama, exultante, su salida de Egipto enumerando los prodigios que Él ha hecho en favor suyo a lo largo de su caminar por el desierto. El himno es toda una liturgia de bendición y alabanza porque el brazo de su libertador se impuso sobre el mar Rojo, el río Jordán y demás obstáculos que impedían su peregrinación hacia la tierra prometida.
Israel, testigo privilegiado de la omnipotencia amorosa de Yavé, lanza una exhortación a todos los pueblos de la tierra, les invita a que tiemblen ante la presencia de Yavé, ante su rostro: «La tierra se estremece delante del Señor, ante la presencia del Dios de Jacob».
[vv. 9-26] “No a nosotros, Señor, no a nosotros”
De nuevo el salterio nos ofrece una aclamación litúrgica de la gran asamblea de Israel. El pueblo ha vuelto del destierro y sus oídos escuchan los sarcasmos de las naciones vecinas que, burlonamente, le preguntan: ¿Dónde está su Dios? ¿Dónde está su libertador? No sois más que un pueblo harapiento: volvéis a vuestra tierra y ni siquiera tenéis un templo en el que rendirle culto.
El punto culminante del himno es la proclamación de que, aun en la situación de tener que empezar de nuevo en su tierra devastada, y a pesar de las bufonadas de sus enemigos..., confían en su Dios.
Estas no pueden ofrecer ningún obstáculo ante la presencia del Dios de Israel, que se ha manifestado para liberar a su Pueblo de la esclavitud e introducirlo triunfalmente en la Tierra prometida (vs. 1-2).
La segunda parte del salmo (vv. 9-26) es un texto litúrgico en el que domina la súplica confiada, con motivos típicos de himnos.
[vv. 1-8] “Cuando Israel salió de Egipto,”
Israel alaba a su Señor haciendo memoria histórica de sus maravillas. Proclama, exultante, su salida de Egipto enumerando los prodigios que Él ha hecho en favor suyo a lo largo de su caminar por el desierto. El himno es toda una liturgia de bendición y alabanza porque el brazo de su libertador se impuso sobre el mar Rojo, el río Jordán y demás obstáculos que impedían su peregrinación hacia la tierra prometida.
Israel, testigo privilegiado de la omnipotencia amorosa de Yavé, lanza una exhortación a todos los pueblos de la tierra, les invita a que tiemblen ante la presencia de Yavé, ante su rostro: «La tierra se estremece delante del Señor, ante la presencia del Dios de Jacob».
[vv. 9-26] “No a nosotros, Señor, no a nosotros”
De nuevo el salterio nos ofrece una aclamación litúrgica de la gran asamblea de Israel. El pueblo ha vuelto del destierro y sus oídos escuchan los sarcasmos de las naciones vecinas que, burlonamente, le preguntan: ¿Dónde está su Dios? ¿Dónde está su libertador? No sois más que un pueblo harapiento: volvéis a vuestra tierra y ni siquiera tenéis un templo en el que rendirle culto.
El punto culminante del himno es la proclamación de que, aun en la situación de tener que empezar de nuevo en su tierra devastada, y a pesar de las bufonadas de sus enemigos..., confían en su Dios.
Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás; los montes saltaron como carneros; las colinas, como corderos. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? Ya vosotros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que saltáis como corderos. En presencia del Señor se estremece la tierra, en presencia del Dios de Jacob; que transforma las peñas en estanques, el pedernal en manantiales de agua. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad. ¿Por qué ha de decir las naciones: "Dónde está su Dios?" Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas: Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen; tienen nariz, y no huelen; Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; no tiene voz su garganta: que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos. Israel confía en el Señor: El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el Señor: El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el Señor: El su auxilio y su escudo. Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga, bendiga a la casa de Israel, bendiga a la casa de Aarón; bendiga a los fieles del Señor, pequeños y grandes. Que el Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijos; bendito seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se les ha dado a los hombres. Los muertos ya no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio. Nosotros, sí, bendeciremos al Señor ahora y por siempre.
«Quien fabrica un ídolo, será como él».
Yo me hago ídolos en mi propia mente, y los adoro con fidelidad escondida y sumisión obediente. Ídolos son mis prejuicios, mis inclinaciones, mis gustos y preferencias; mis ideas fijas de cómo deben ser las cosas; mis principios y valores, por dignos y legítimos que parezcan; mis hábitos y costumbres; las experiencias pasadas que gobiernan mi vida presente; todo aquello que yo he supuesto, aceptado, fijado en mi mente como regla inflexible de conducta para mí y para todos por siempre.
Lo que me aterra es el castigo que se sigue a la adoración de ídolos. Hacerse como ellos. Tener ojos y no ver, tener oídos y no oír, tener manos y no palpar, tener pies y no caminar. Perder los sentidos, el contacto con la realidad, la misma vida. Ese es el castigo por adorar a los ídolos de la mente: dejar de estar vivo. Cesar de vivir. Vivir de cadáver. Sigo adorando a mis antiguas ideas, manteniendo mis prejuicios, postrándome ante el pasado... y pierdo la capacidad de vivir el presente. Me cargo la memoria de costumbres y rutina, y dejo de ver y de sentir y de andar. Me hago piedra y madera. Me hago cadáver. He adorado mi pasado, en busca de la seguridad y la tranquilidad, y me encuentro con la negra noche de la rigidez y la muerte. El ídolo es una idea fija, y cuando me agarro a una idea fija me quedo yo también fijo como un ídolo en piedra y madera.
Señor. Hoy te ruego me libres de todos los ídolos de mi vida... para que vuelva a andar.
Lo que me aterra es el castigo que se sigue a la adoración de ídolos. Hacerse como ellos. Tener ojos y no ver, tener oídos y no oír, tener manos y no palpar, tener pies y no caminar. Perder los sentidos, el contacto con la realidad, la misma vida. Ese es el castigo por adorar a los ídolos de la mente: dejar de estar vivo. Cesar de vivir. Vivir de cadáver. Sigo adorando a mis antiguas ideas, manteniendo mis prejuicios, postrándome ante el pasado... y pierdo la capacidad de vivir el presente. Me cargo la memoria de costumbres y rutina, y dejo de ver y de sentir y de andar. Me hago piedra y madera. Me hago cadáver. He adorado mi pasado, en busca de la seguridad y la tranquilidad, y me encuentro con la negra noche de la rigidez y la muerte. El ídolo es una idea fija, y cuando me agarro a una idea fija me quedo yo también fijo como un ídolo en piedra y madera.
Señor. Hoy te ruego me libres de todos los ídolos de mi vida... para que vuelva a andar.
Señor, Dios todopoderoso, que nos has arrancado del Egipto del pecado y nos has hecho nacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo, convirtiéndonos en raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada y pueblo adquirido por ti, concede a todos los que hemos sido llamados a salir de la tiniebla y a entrar en tu luz maravillosa proclamar tus hazañas en esta vida y cantar tus alabanzas con todos los elegidos, por los siglos de los siglos. Amén.