martes, 23 de abril de 2013

Salmo 106


Salmo 106 – Reconocer el amor del Señor

En este canto de acción de gracias, se describen cuatro situaciones típicas, que ponen de manifiesto una especial providencia de Dios:
> La vuelta del exilio, presentada como un nuevo Éxodo (vs. 4-9);
> La liberación de los cautivos (vs. 10-16);
> La ayuda divina a los que sufren (vs. 17-22)
> Y a los navegantes en peligro (vs. 23-32).
La parte final del Salmo (vs. 33-43) tiene un carácter hímnico-sapiencial, y su tema central es el poder de Dios, que transforma el orden de los acontecimientos en beneficio de sus fieles.

1. CON ISRAEL
El plan de este salmo DE ACCIÓN DE GRACIAS es claro. Presenciamos el desarrollo de una escena brillante. Un gran día de fiesta, en Jerusalén, numerosos peregrinos, querrían "dar gracias" a Dios por un "voto" que hicieron en medio de un "gran peligro" del que fueron liberados. La muchedumbre rodea el altar en que ha sido preparada la víctima del '"sacrificio de Acción de Gracias".

2. CON JESÚS
Este salmo, escrito como respuesta a situaciones concretas de hombres y mujeres del pueblo judío, tiene pleno sentido en la persona de Jesús. ¿Quién mejor que El fue "liberado de las tinieblas mortales"? ¿Quién mejor que El vio "romperse las puertas de bronce” de los j infiernos? En el canto de los que han "sido salvados de un peligro mortal", escuchamos "la acción de gracias" de Jesús en su Comida de Pascua:

3. CON NUESTRO TIEMPO
Para orar de verdad con este salmo, en medio del mundo de hoy, basta abrir los periódicos del día, o escuchar la televisión, para lanzar hacia Dios el "grito" de los que sufren. "En su angustia, clamaron al Señor". Muchos, se olvidan de hacerlo. Otros no tienen la fuerza de hacerlo: ¿somos la voz de los que no tienen voz?

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: norte y sur, oriente y occidente. Erraban por un desierto solitario, no encontraban el camino de ciudad habitada; pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida; pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Los guió por un camino derecho, para que llegaran a una ciudad habitada. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Calmó el ansia de los sedientos, y a los hambrientos los colmó de bienes. Yacían en oscuridad y tinieblas, cautivos de hierros y miserias; por haberse rebelado contra los mandamientos, despreciando el plan del Altísimo. El humillo su corazón con trabajos, sucumbían y nadie los socorría. Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Los sacó de las sombrías tinieblas, arrancó sus cadenas. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Destrozó las puertas de bronce, quebró los cerrojos de hierro. Estaban enfermos por sus maldades, por sus culpas eran afligidos; aborrecían todos los manjares, y ya tocaban las puertas de la muerte. Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Envió su palabra para curarlos, para salvarlos de la perdición. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Ofrézcanle sacrificios de alabanza, y cuenten con entusiasmo sus acciones. Entraron en naves por el mar, comerciando por las aguas inmensas. Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano. El habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto: subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo, rodaban, se tambaleaban como borrachos, y no les valía su pericia. Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar. Se alegraron de aquella bonanza, y él los condujo al ansiado puerto. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Aclámenlo en la asamblea del pueblo, alábenlo en el consejo de los ancianos. El transformará los ríos en desierto, los manantiales de agua en aridez; la tierra fértil en marismas, por la depravación de sus habitantes. Transforma el desierto en estanques, el erial en manantiales de agua. Coloca allí a los hambrientos, y fundan una ciudad para habitar. Siembran campos, plantan huertos, recogen cosechas. Los bendice, y se multiplican, y no les escatima el ganado. Si menguan, abatidos por el peso de infortunios y desgracias, el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes y los descarría por una soledad sin caminos levanta a los pobres de la miseria y multiplica sus familias como rebaños. Los rectos lo ven y se alegran, a la maldad se le tapa la boca. El que sea sabio, que recoja estos hechos y comprenda la misericordia del Señor.

PELIGROS DE LA VIDA
Peligro y rescate. Ese es el ciclo de la vida. Así era en la antigüedad, y así es ahora. La forma y el nombre de los peligros cambian, pero el miedo que sentimos cuando vienen es el mismo, como es el mismo el respiro cuando se van. Y la misma es la mano del Señor que nos salva de ellos.
El hombre bíblico enumeraba cuatro peligros: desierto, calabozo, enfermedad y tempestad en el mar. Y cuatro rescates: del hambre y la sed del desierto al camino recto, hasta la ciudad amurallada; de la oscuridad de la prisión a la luz de la libertad; de la enfermedad a la salud; y del mar enfurecido a la seguridad del puerto.
En mi vida también, Señor, están presentes las arenas del desierto, la soledad del calabozo, la fiebre del cuerpo y la amenaza del mar y el aire y aun la tierra, bajo la maldición de la guerra y el terrorismo en todas partes. La humanidad no se ha enmendado en dos mil años. La vida del hombre es hoy, más o menos, la misma en el tráfico de la ciudad que lo era en las arenas del desierto. Vivo en el peligro, temo las catástrofes, me acobardo ante el sufrimiento y me entrego a la desesperación. Vivo de lleno este salmo, Señor.
Necesito la mano que me salve de los peligros de mi vida. De mi desierto y mi prisión y mi tormenta. Necesito tu mano, Señor, tu visión y tu luz, tu calma y tu poder. Necesito día a día la certeza de tu presencia y la firmeza de tu brazo. Necesito ser rescatado, porque todavía no soy libre.

Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque nos has reunido de todos los países de la tierra; a los hambrientos de salvación los colmas de bienes, y arrancas las cadenas de quienes se veían esclavos; que en tus atrios no haya hambrientos, ni pobres, ni abatidos, a fin de que tu misericordia quede patente.

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