Salmo 108 – El inocente injustamente acusado apela a la justicia de Dios
++ Las imprecaciones contenidas en esta súplica -las más violentas de todo el Salterio- han dado a este Salmo una particular celebridad.
++ Estas imprecaciones se atribuyen generalmente al salmista, pero hay serias razones para pensar que él no hace más que repetir, delante del Señor, las palabras de sus acusadores y perseguidores.
LA oración que nos presenta este israelita fiel expresa la persecución y el odio que acompaña a todo hombre que desea vivir su fe en armonía con la palabra que sale de la boca de Yavé: «Dios de mi alabanza, no te calles, pues una boca malévola y traicionera se ha abierto contra mí. Me hablan con lengua mentirosa; y me rodean con palabras de odio, y me combaten sin motivo.
NOS da la impresión de que este hombre no alberga ninguna esperanza una vez que el mal activa sobre él todo tipo de violencia... y de que Dios, en quien ha puesto su esperanza y por quien está padeciendo tanta y tan intolerable opresión, está ausente. Sin embargo, podremos ver cómo el llanto de nuestro hombre da paso al júbilo. ¡Dios no estaba, en absoluto, lejos de sus quebrantos y humillaciones!
POR eso su boca se deshace en alabanza y acciones de gracias al comprender que Yavé, único juez de su corazón, salva su alma de la condena que los jueces -sus enemigos- han vertido sobre él: «Yo daré gracias al Señor en voz alta».
ES indudable que el autor está profetizando la condena a muerte que el Mesías sufrirá por parte de los jueces de su pueblo. Condena que Yavé, su Padre, anulará resucitándole de la muerte.
++ Estas imprecaciones se atribuyen generalmente al salmista, pero hay serias razones para pensar que él no hace más que repetir, delante del Señor, las palabras de sus acusadores y perseguidores.
LA oración que nos presenta este israelita fiel expresa la persecución y el odio que acompaña a todo hombre que desea vivir su fe en armonía con la palabra que sale de la boca de Yavé: «Dios de mi alabanza, no te calles, pues una boca malévola y traicionera se ha abierto contra mí. Me hablan con lengua mentirosa; y me rodean con palabras de odio, y me combaten sin motivo.
NOS da la impresión de que este hombre no alberga ninguna esperanza una vez que el mal activa sobre él todo tipo de violencia... y de que Dios, en quien ha puesto su esperanza y por quien está padeciendo tanta y tan intolerable opresión, está ausente. Sin embargo, podremos ver cómo el llanto de nuestro hombre da paso al júbilo. ¡Dios no estaba, en absoluto, lejos de sus quebrantos y humillaciones!
POR eso su boca se deshace en alabanza y acciones de gracias al comprender que Yavé, único juez de su corazón, salva su alma de la condena que los jueces -sus enemigos- han vertido sobre él: «Yo daré gracias al Señor en voz alta».
ES indudable que el autor está profetizando la condena a muerte que el Mesías sufrirá por parte de los jueces de su pueblo. Condena que Yavé, su Padre, anulará resucitándole de la muerte.
Lamentación del justo en la persecución
Dios de mi alabanza, no te quedes callado, porque unos hombres malvados y mentirosos han abierto su boca contra mí. Me han hablado con mentira en los labios, me han envuelto con palabras de odio, me combaten sin motivo. Me acusan, a cambio de mi amor, aunque yo oraba por ellos. Me devuelven mal por bien y odio por amor, diciendo:
Las imprecaciones de sus enemigos
"Que se ponga contra él a un impío, y tenga un acusador a su derecha; que salga condenado del juicio y su apelación quede frustrada. Que sean pocos sus días y que otro ocupe su cargo; que sus hijos queden huérfanos, y su mujer, viuda. Que sus hijos vayan errantes, pidiendo limosna, y sean echados de sus casas derruidas; que el acreedor se apodere de sus bienes, y gente extraña le arrebate sus ganancias. Que ni uno solo le tenga piedad, y nadie se compadezca de sus huérfanos; que su posteridad sea exterminada, y en una generación desaparezca su nombre. Que el Señor recuerde la culpa de sus padres, y no borre el pecado de su madre: que estén siempre delante del Señor, y él extirpe su recuerdo de la tierra. Porque nunca pensó en practicar la misericordia, sino que persiguió hasta la muerte al pobre, al desvalido y al hombre atribulado. Amó la maldición: que recaiga sobre él; no quiso la bendición: que se retire de él. Se revistió de la maldición como de un manto: ¡que ella penetre como agua en su interior y como aceite en sus huesos; que sea como un vestido que lo cubra y como un cinturón que lo ciña para siempre!".
Réplica y súplica del justo perseguido
Que así retribuya el Señor a mis acusadores, a aquellos que me calumnian. Pero tú, Señor, trátame bien, por el honor de tu Nombre; líbrame, por la bondad de tu misericordia. Porque yo soy pobre y miserable, y mi corazón está traspasado; me desvanezco como sombra que declina, soy sacudido como la langosta. De tanto ayunar se me doblan las rodillas, y mi cuerpo está débil y enflaquecido; soy para ellos un ser despreciable: al verme, mueven la cabeza. Ayúdame, Señor, Dios mío, sálvame por tu misericordia, para que sepan que aquí está tu mano, y que tú, Señor, has hecho esto; no importa que ellos maldigan, con tal que tú me bendigas. Queden confundidos mis adversarios, mientras tu servidor se llena de alegría: que mis acusadores se cubran de oprobio, y la vergüenza los envuelva como un manto. Yo daré gracias al Señor en alta voz, lo alabaré en medio de la multitud, porque él se puso de parte del pobre, para salvarlo de sus acusadores.
Dios de mi alabanza, no te quedes callado, porque unos hombres malvados y mentirosos han abierto su boca contra mí. Me han hablado con mentira en los labios, me han envuelto con palabras de odio, me combaten sin motivo. Me acusan, a cambio de mi amor, aunque yo oraba por ellos. Me devuelven mal por bien y odio por amor, diciendo:
Las imprecaciones de sus enemigos
"Que se ponga contra él a un impío, y tenga un acusador a su derecha; que salga condenado del juicio y su apelación quede frustrada. Que sean pocos sus días y que otro ocupe su cargo; que sus hijos queden huérfanos, y su mujer, viuda. Que sus hijos vayan errantes, pidiendo limosna, y sean echados de sus casas derruidas; que el acreedor se apodere de sus bienes, y gente extraña le arrebate sus ganancias. Que ni uno solo le tenga piedad, y nadie se compadezca de sus huérfanos; que su posteridad sea exterminada, y en una generación desaparezca su nombre. Que el Señor recuerde la culpa de sus padres, y no borre el pecado de su madre: que estén siempre delante del Señor, y él extirpe su recuerdo de la tierra. Porque nunca pensó en practicar la misericordia, sino que persiguió hasta la muerte al pobre, al desvalido y al hombre atribulado. Amó la maldición: que recaiga sobre él; no quiso la bendición: que se retire de él. Se revistió de la maldición como de un manto: ¡que ella penetre como agua en su interior y como aceite en sus huesos; que sea como un vestido que lo cubra y como un cinturón que lo ciña para siempre!".
Réplica y súplica del justo perseguido
Que así retribuya el Señor a mis acusadores, a aquellos que me calumnian. Pero tú, Señor, trátame bien, por el honor de tu Nombre; líbrame, por la bondad de tu misericordia. Porque yo soy pobre y miserable, y mi corazón está traspasado; me desvanezco como sombra que declina, soy sacudido como la langosta. De tanto ayunar se me doblan las rodillas, y mi cuerpo está débil y enflaquecido; soy para ellos un ser despreciable: al verme, mueven la cabeza. Ayúdame, Señor, Dios mío, sálvame por tu misericordia, para que sepan que aquí está tu mano, y que tú, Señor, has hecho esto; no importa que ellos maldigan, con tal que tú me bendigas. Queden confundidos mis adversarios, mientras tu servidor se llena de alegría: que mis acusadores se cubran de oprobio, y la vergüenza los envuelva como un manto. Yo daré gracias al Señor en alta voz, lo alabaré en medio de la multitud, porque él se puso de parte del pobre, para salvarlo de sus acusadores.
EL ARMA DE LOS POBRES
La gente no entiende las maldiciones, porque la gente no entiende a los pobres. El hombre abandonado que no tiene dónde acogerse, que sufre sin remedio por el capricho de los ricos y la opresión de los poderosos, que sabe en su conciencia que es víctima de la injusticia, pero no encuentra salida a la amargura de sus días y a la agonía de su vida: ¿qué puede hacer?
No tiene poder ninguno, no tiene dinero, no tiene influencia, no tiene medios para ejercer presión o forzar decisiones como lo hacen hombres de mundo para abrirse paso y conseguir lo que quieren. No tiene armas para luchar en un mundo en el que todos están armados hasta los dientes. Su única arma es la palabra. Como miembro del Pueblo de Dios, su palabra, cuando habla en defensa propia, es la palabra de Dios, porque la defensa de un miembro es la defensa del Pueblo entero. Y así lanza el arma, carga cada palabra con las desgracias más trágicas que se le ocurren, y pronuncia la maldición que es advertencia y aviso y amenaza de que Dios hará lo que dice la maldición si el enemigo no cesa en sus ataques y se retira. La maldición es la fuerza de disuasión nuclear en una sociedad que creía en el poder de las palabras.
La palabra está cargada de poder. Hace lo que dice. Vuela y descarga. Una vez pronunciada, no puede ser revocada. La bendición es bendición, y la maldición es maldición, desde el momento en que sale de los labios del pobre, que es el único que tiene derecho a lanzarla, y encontrará el blanco, y descargará sobre la cabeza del malvado que persigue al pobre la explosión de castigo divino, restableciendo así la justicia en un mundo en que ya no se hace justicia. La maldición es el arma defensiva del hombre que no tiene armas. (…)
«Yo daré gracias al Señor con voz potente, lo alabaré en medio de la multitud: porque se puso a la derecha del pobre para salvar su vida de sus adversarios».
La gente no entiende las maldiciones, porque la gente no entiende a los pobres. El hombre abandonado que no tiene dónde acogerse, que sufre sin remedio por el capricho de los ricos y la opresión de los poderosos, que sabe en su conciencia que es víctima de la injusticia, pero no encuentra salida a la amargura de sus días y a la agonía de su vida: ¿qué puede hacer?
No tiene poder ninguno, no tiene dinero, no tiene influencia, no tiene medios para ejercer presión o forzar decisiones como lo hacen hombres de mundo para abrirse paso y conseguir lo que quieren. No tiene armas para luchar en un mundo en el que todos están armados hasta los dientes. Su única arma es la palabra. Como miembro del Pueblo de Dios, su palabra, cuando habla en defensa propia, es la palabra de Dios, porque la defensa de un miembro es la defensa del Pueblo entero. Y así lanza el arma, carga cada palabra con las desgracias más trágicas que se le ocurren, y pronuncia la maldición que es advertencia y aviso y amenaza de que Dios hará lo que dice la maldición si el enemigo no cesa en sus ataques y se retira. La maldición es la fuerza de disuasión nuclear en una sociedad que creía en el poder de las palabras.
La palabra está cargada de poder. Hace lo que dice. Vuela y descarga. Una vez pronunciada, no puede ser revocada. La bendición es bendición, y la maldición es maldición, desde el momento en que sale de los labios del pobre, que es el único que tiene derecho a lanzarla, y encontrará el blanco, y descargará sobre la cabeza del malvado que persigue al pobre la explosión de castigo divino, restableciendo así la justicia en un mundo en que ya no se hace justicia. La maldición es el arma defensiva del hombre que no tiene armas. (…)
«Yo daré gracias al Señor con voz potente, lo alabaré en medio de la multitud: porque se puso a la derecha del pobre para salvar su vida de sus adversarios».
Dios de ternura y bondad, en Cristo tu Hijo, no se encontró `pecado, ni engaño en su boca, por eso, tú lo salvaste de la muerte: júzganos a nosotros justamente y concédenos la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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