sábado, 6 de abril de 2013

Salmo 89


Salmo 89 – Enséñanos a calcular nuestros días

La súplica contenida en este Salmo está motivada por largos años de penosos sufrimientos.
En ella, la comunidad de Israel ruega al Señor que le conceda una alegría comparable a las tribulaciones vividas hasta el presente (vs. 13-15).
El Salmo no apunta específicamente a una situación particular -hambre, sequía o guerra- sino que parece referirse, de manera general, a las penalidades cotidianas, tanto de los individuos como de la nación.
Por eso, la súplica va precedida de una profunda meditación sobre la precariedad y la miseria de la vida humana, contrapuesta a la eternidad y soberanía de Dios (vs. 2-10).
La conclusión del salmista es que la verdadera sabiduría consiste en reconocer la brevedad de la vida (v. 12). El verso inicial confiere a todo el Salmo un tono de esperanzada confianza.

1. CON ISRAEL
"Es un salmo de súplica por los pecados", oración "colectiva": el salmista dice siempre "nosotros"... No ora solamente, ni sobre todo por sus propios pecados, sino por aquellos de todo su pueblo. ¡Solidaridad admirable!

2. CON JESÚS
Jesús pide a un joven rico ¡"abandonarlo todo para seguirlo: he ahí lo que lo hubiera liberado de sus riquezas efímeras para entrar, desde aquí abajo, en lo eterno"! Para Jesús, es "insensato" apostarlo todo sobre la tierra: "esta misma noche te pedirán el alma". (Lucas 12,20). Jesús invitó, como el salmo, a construir la vida sobre "la roca" y no sobre "la arena". (Mateo 7,26).

3. CON NUESTRO TIEMPO
Este salmo incorpora una parte importante de la filosofía moderna, que afirma "lo absurdo" de la condición humana… El salmista decía ya que el "hombre no es", pero creía que Dios "es". Se atrevía a dirigirse a este Dios sólido, para apoyarse en El. El signo de la grandeza del hombre, es precisamente, que él "habla a Dios", que lo trata de "tú"...

Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios. Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: "retornad, hijos de Adán". Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. ¡Cómo nos ha consumido tu cólera y nos ha trastornado tu indignación! Pusiste nuestras culpas ante ti, nuestros secretos ante la luz de tu mirada: y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera, y nuestros años se acabaron como un suspiro. Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte es fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan. ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira, quién ha sentido el peso de tu cólera? Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos; por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas. Que tus siervos vean tu acción y sus hijos tu gloria. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.

«Haznos caer en la cuenta de la brevedad de la vida, para que nuestro corazón aprenda la sabiduría».
Hoy viene ante mis ojos un hecho ineludible: la vida es breve. El tiempo pasa velozmente. Mis días están contados, y la cuenta no sube muy alto. Antes de que me dé cuenta, antes de lo que yo deseo, antes de que me resigne a aceptarlo, me llegará el día y tendré que partir. ¿Tan pronto? ¿Tan temprano? ¿En la flor de la vida? ¿Cuando aún me quedaba tanto por hacer? La muerte siempre es súbita, porque nunca se espera. Siempre llega demasiado pronto, porque nunca es bien recibida.
Y, sin embargo, el recuerdo de la muerte está lleno de sabiduría. Cuando acepto el hecho de que mis días están contados, siento al instante la urgencia de hacer de ellos el mejor uso posible. Cuando veo que mi tiempo es limitado, comprendo su valor y me dispongo a aprovechar cada momento. La vida se revalúa con el recuerdo de la muerte.

Dios y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos al polvo del que fuimos formados, tu paciencia nos concede días y años, para que adquiramos un corazón sensato: que baje a nosotros tu bondad y haga, durante este día, prósperas las obras de nuestras manos, para que se manifiesten al mundo tu bondad y tu gloria. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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