miércoles, 8 de mayo de 2013

Salmo 121


Salmo 121 – Paz para Jerusalén

La alegría de los peregrinos al emprender la marcha hacia Jerusalén (v. 1), el espectáculo de las tribus que avanzaban procesionalmente (v. 4) y la emoción que se experimentaba al pisar el suelo de Sión (v. 2), dan pie al salmista para hacer un elogio entusiasta de la Ciudad santa.
La masa “compacta y armoniosa” de sus casas y sus palacios (v. 3), imagen de la unidad del Pueblo elegido (Salmo 87), constituía un especial motivo de admiración.
En los versículos finales, el elogio se convierte en augurio de felicidad para Jerusalén y sus moradores (vs. 6-9).

1. CON ISRAEL
Salmo de "peregrinación" en ritmo gradual, con palabras claves que se repiten.
Los peregrinos, después de un largo viaje de acercamiento llegan finalmente ante Jerusalén. Uno de ellos exclama de alegría y admiración. La ciudad ¡qué bella es! Se siente la sorpresa de un pueblerino o de un nómada pasmado al mirar las construcciones que forman un todo compacto: casas, calles, palacios, el templo, todo rodeado de murallas y torres sólidas.

2. CON JESÚS
En esta "ciudad", única en el mundo, Jesucristo murió y resucitó. En esta ciudad se celebró la primera Eucaristía, misterio de "agrupación" fraternal de todos los hombres, alrededor del Cuerpo de Cristo, nuevo ¡Templo de Dios!

3. CON NUESTRO TIEMPO
Alegría: iremos a la ¡Casa del Señor! La experiencia de la peregrinación que entonces se hacía a pie, debía tener un profundo sentido simbólico: partir de casa, ponerse en marcha, afrontar los peligros y la fatiga de un largo viaje, contar los días, tener la mente fija en la meta lejana, que día a día se acerca... Mirar finalmente la colina, ¡largamente deseada! Es ésta la parábola de la condición humana, en marcha hacia la "Casa de Dios". ¿Estamos realmente en marcha hacia Dios? ¿Concebimos nuestra vida como algo que avanza, que avanza hacia una meta, hacia alguien?

¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. Desead la paz a Jerusalén: "Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios". Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: "La paz contigo". Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien.

Jerusalén, tu nombre es «Ciudad de Paz» y, sin embargo, no has visto la paz desde que te fundaron. Estás destinada a ser la ciudad donde todas las tribus se reúnan para unirse y, sin embargo, a través de la historia sólo han venido a ti para luchar. Tus muros han sido edificados y destruidos una y otra vez; un templo nuevo se erigió sobre las ruinas del antiguo, muchos gobernantes se han sentado en el trono de David, y hoy la policía armada patrulla tus calles día y noche.
Jerusalén, ¿qué ha sido de tu paz? ¿Por qué ha huido siempre de tus murallas, a pesar de proclamarla con tu deseo y con tu nombre? ¿Por qué está tu historia llena de sangre, y tu cielo sigue ennegrecido por el odio? ¿Es tu nombre «Ciudad de Paz» o «Ciudad de Terror»? ¿No eres tú el corazón de las tribus de Israel, la cuna de la fe del hombre, la patria de todos los hijos de Dios? ¿Por qué eres ahora noticia en los periódicos, en vez de ser bendición en la plegaria? ¿Por qué has de ser protegida tú, cuyo deber y privilegio era proteger a todos cuantos vinieran a ti?
Seas lo que seas, Jerusalén, yo siempre seguiré de camino hacia ti. Peregrino perpetuo de tu eterno encanto. Siempre soñando en tus puertas, peregrinando a tu templo, escudriñando el horizonte para ver cuándo aparece el perfil de tus torres contra el cielo azul. Para mí, tu nombre resume todo a lo que aspiro llegar en esta vida y en la otra: justicia, felicidad, salvación, paz. Tú eres símbolo y esperanza, fantasía y plegaria, piedra y poesía. Siempre camino hacia ti, y me lleno de alegría cuando oigo decir a mis hermanos: «Vamos a la casa del Señor».

Te damos gracias, Señor Jesucristo, por la alegría que nos has dado en tu ciudad de Jerusalén: tu santa resurrección y la efusión de tu Espíritu; que, al reunirnos mañana con nuestros hermanos y compañeros en la asamblea eucarística, sintamos nuevamente el gozo de tu presencia de Resucitado, que nos desea la paz, como hiciste en el primer domingo con tus discípulos, tú que fuiste muerto y ahora vives, por los siglos de los siglos. Amén.

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