miércoles, 15 de mayo de 2013

Salmo 128


Salmo 128 – No me sometieron

Desde los comienzos de su historia (vs. 1-2), Israel debió soportar a numerosos opresores. Pero el Señor nunca permitió que aniquilaran a su Pueblo.
Apoyados en esta experiencia de la protección divina, los peregrinos piden al Señor la rápida destrucción de sus enemigos y miran confiadamente hacia el futuro.

1. CON ISRAEL
Desde su juventud, es decir, desde su esclavitud en las tierras de Egipto, Israel tiene conciencia de ser un "pequeño pueblo", siempre al borde de la destrucción y que, sin embargo, "no es sometido"... Consciente de que Dios lo protege. Este es un salmo de esperanza que brota del fondo de los sufrimientos y los fracasos momentáneos.

2. CON JESÚS
En su Pasión dolorosa. Jesús sufrió por los pecados de los hombres. Al ser flagelado, sufrió la laceración de los azotes, que abrieron surcos de sangre en su espalda. Sin embargo, Jesús, como el creyente del salmo, mantuvo una paciencia y una esperanza invencibles: sabía que el pecado y la muerte, enemigos de su Padre, serían vencidos.

3. CON NUESTRO TIEMPO
Líbranos del mal, no nos dejes caer en tentación. La oración de Jesús, como la de este salmo, nos remite a las diarias luchas contra el mal. Es necesario orar, pero también es necesario luchar en todos los campos. ¿De qué sirve decir: "Señor, cuántas injusticias, cuántos actos de violencia, cuántos pecados, en este mundo" Si nos quedamos con los brazos cruzados, mano sobre mano, sin mover un solo pie?

¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud -que lo diga Israel-, cuanta guerra me han hecho desde mi juventud, pero no pudieron conmigo! En mis espaldas metieron el arado y alargaron los surcos, pero el Señor, que es justo, rompió las coyundas de los malvados. Retrocedan avergonzados, los que odian a Sión; sean como la hierba del tejado, que se seca y nadie la siega; que no llena la mano del segador ni la brazada del que agavilla; ni les dicen los que pasan: “Que el Señor te bendiga.” Os bendecimos en el nombre del Señor.

MIS ENEMIGOS
Me resulta duro admitirlo, aun ante mí mismo, pero es un hecho que no puedo seguir pasando por alto, y haré bien en confesármelo a mí mismo: tengo enemigos. Hay personas a las que no agrado, personas que se me oponen, personas que tratan de poner obstáculos a mi trabajo y estropear mis éxitos. Hay personas que me critican a mis espaldas, que se alegran cuando fracaso y se entristecen cuando las cosas me salen bien. No es que yo tenga manía persecutoria, sino que simplemente veo y admito esta desagradable realidad. No les gusto a todos, y a mí me conviene saberlo.
«¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud! En mis espaldas metieron el arado y alargaron los surcos».
La imagen es brutal, pero la realidad no es menos inhumana. Araron mi espalda como el labrador ara sus campos con una hoja de acero. Llevo las cicatrices del odio en los tejidos del alma. Y quiero llegar a aceptar la realidad de los sufrimientos que me han causado otros, sin que yo sienta enemistad personal o amargura interna por la conducta enemiga de seres a los que llamo hermanos.
No pienso en ellos hoy, sino en mí mismo. El hecho de tener enemigos me humilla. Yo creía ser una persona de primera, creía ser atractivo y agradable a todos. Y resulta que no lo soy. No lo digo para culpar a nadie, y menos a mí mismo, sino simplemente para hacer constar el hecho y derivar de él la humildad que me corresponde. No les gusto a todos. Lástima, pero así es. Acepto la carga y aprendo la lección.
Gracias, Señor, por los que se me oponen. Me están ayudando a conocerme mejor.

Dios de Israel, tu Iglesia es continuadora del pueblo elegido, va madurando en el sufrimiento la obra de salivación a través de la historia: te pedimos que nos bendigas y rompas las servidumbres que quieren imponernos los malvados.

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