jueves, 16 de mayo de 2013

Salmo 129


Salmo 129 – Junto al Señor, abunda la redención

En esta súplica, el reconocimiento del propio pecado se une a la confiada seguridad de obtener el perdón divino.
● El salmista, lejos de sentirse abandonado de Dios, se apoya en la conciencia de su propia indignidad, para acercarse a él.
● Con esta actitud implora el perdón y la protección, no sólo para sí mismo, sino también para todo su Pueblo.
Este es uno de los Salmos llamados “penitenciales” (Salmos 6; 32; 38; 51; 102; 143), y la tradición cristiana lo utiliza preferentemente en la liturgia de los difuntos por su marcado tono de esperanza.

1. CON ISRAEL
Este salmo de "Súplica" era utilizado por Israel en las ceremonias penitenciales comunitarias, particularmente en la fiesta de las Expiaciones: antes de renovar la Alianza, se ofrecían "sacrificios de expiación" en reparación por los pecados.
Lo que llama la atención es que el "grito" del pecador no tiene por objeto confesar su pecado en forma circunstanciada y detallada: no se sabe de "qué" pecado se trata.

2. CON JESÚS
El Evangelio está lleno de este "perdón" de Dios, cuya espera se expresaba ya en este salmo 129. Hay una profunda armonía entre el pensamiento del salmista y el pensamiento de Jesús: Dios no es este justiciero inexorable que los hombres han imaginado a veces, con aparente buena intención de salvaguardar la "justicia" o la "santidad" de Dios. La grandeza de Dios es perdonar.

3. CON NUESTRO TIEMPO
Para el creyente el "grito" del hombre tiene una respuesta... El mal no es fatal... La muerte no es el último acto... El pecado no es una situación "sin salida". Cuando el hombre está en el fondo del abismo, se siente solo, abandonado, condenado a quedarse en su "hoya". Ahora bien, justamente al fondo de este abismo viene a buscarnos el amor de Jesús.

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

«Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor».
Sea cual sea la oración que yo haga, Señor, quiero que vaya siempre precedida por este verso: «Desde lo más profundo». Siempre que rezo, voy en serio, Señor, y mi oración brota de lo más profundo de mi ser, de la realidad de mi experiencia y de la urgencia de mi salvación. Siempre que rezo, lo hago con toda mi alma, pongo toda mi fuerza en cada palabra, toda mi vida en cada petición. Cada oración que hago es el aliento de mi alma, el latir de mi corazón, el testamento de mi existencia. En ella van mi derecho a vivir y mi esperanza de eternidad.
Voy de veras cuando rezo, Señor; no se trata de mera costumbre, rutina, necesidad de guardar las apariencias o de dar buen ejemplo; no es eso lo que me hace buscar tu presencia y caer de rodillas ante ti. Es la necesidad de ser yo mismo, en toda la pobreza de mi ser y la grandeza de mi esperanza, la que me lleva a ti, porque sólo ante ti en oración es como puedo encontrarme a mí mismo. Por eso rezo, Señor.
Conozco mi indignidad, Señor, conozco mi miseria, conozco mi pecado. Pero también conozco la prontitud de tu perdón y la generosidad de tu gracia, y eso me hace esperar tu visita con un deseo que me brota también de lo más profundo de mi ser.

Tu pueblo, Señor, espera en ti, la Iglesia espera en tu palabra; nuestras culpas nos han hundido en el abismo, pero de ti viene la misericordia, y la redención copiosa; devuélvenos, pues, la alegría de tu salvación y haznos oír el gozo y la alegría.

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