Salmo 124 – Él circunda a su pueblo
El espectáculo de la Ciudad santa, protegida por un cerco de montañas, suscita la actitud de profunda confianza en Dios, que se refleja en este Salmo.
La “herencia de los justos” (v. 3) es la tierra de Canaán, distribuida entre las tribus de Israel, por medio de un sorteo, en tiempos de Josué (18. 10-11).
El “cetro de los malvados” -es decir, la dominación extranjera- pesa como una amenaza sobre ese territorio- pero la protección divina es una prenda de seguridad para sus fieles (v. 2).
► Es este un canto de alabanza a todos aquellos que han puesto su confianza en Yavé, han puesto en sus manos su seguridad, su destino y, en definitiva, toda su vida. El salmista compara los fundamentos inconmovibles de estos hombres a los cimientos de la ciudad de Jerusalén, centro y asiento de la gloria y santidad de Yavé. Nos dice el autor que Yavé rodea con amor a Jerusalén evocando la imagen de la madre que envuelve con sus brazos a su hijo: «Los que confían en el Señor son como el monte Sión: nunca tiembla, está firme para siempre. Jerusalén está rodeada de montañas, y el Señor rodea a su pueblo, desde ahora y por siempre».
► El discípulo del Señor Jesús es aquel que sabe que Dios es fiable, lo suficientemente fiable como para poner su vida en sus manos. Para no caer en mentira y engaño, el único punto de referencia que tenemos para saber si Dios nos es o no fiable, es que su Evangelio sea para nosotros digno de confianza. Cuando este se recorta para hacerlo asequible a nuestras capacidades o generosidad, lo hacemos porque en realidad no nos es fiable
La “herencia de los justos” (v. 3) es la tierra de Canaán, distribuida entre las tribus de Israel, por medio de un sorteo, en tiempos de Josué (18. 10-11).
El “cetro de los malvados” -es decir, la dominación extranjera- pesa como una amenaza sobre ese territorio- pero la protección divina es una prenda de seguridad para sus fieles (v. 2).
► Es este un canto de alabanza a todos aquellos que han puesto su confianza en Yavé, han puesto en sus manos su seguridad, su destino y, en definitiva, toda su vida. El salmista compara los fundamentos inconmovibles de estos hombres a los cimientos de la ciudad de Jerusalén, centro y asiento de la gloria y santidad de Yavé. Nos dice el autor que Yavé rodea con amor a Jerusalén evocando la imagen de la madre que envuelve con sus brazos a su hijo: «Los que confían en el Señor son como el monte Sión: nunca tiembla, está firme para siempre. Jerusalén está rodeada de montañas, y el Señor rodea a su pueblo, desde ahora y por siempre».
► El discípulo del Señor Jesús es aquel que sabe que Dios es fiable, lo suficientemente fiable como para poner su vida en sus manos. Para no caer en mentira y engaño, el único punto de referencia que tenemos para saber si Dios nos es o no fiable, es que su Evangelio sea para nosotros digno de confianza. Cuando este se recorta para hacerlo asequible a nuestras capacidades o generosidad, lo hacemos porque en realidad no nos es fiable
Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre. Jerusalén está rodeada de montañas, y el Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre. No pesará el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, no sea que los justos extiendan su mano a la maldad. Señor, concede bienes a los buenos, a los sinceros de corazón; y a los que se desvían por sendas tortuosas, que los rechace el Señor con los malhechores. ¡Paz a Israel!
PERSEVERANCIA
«Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre».
La vista de una montaña siempre me alegra el alma. Adivino que será porque la montaña representa solidez, aguante, perseverancia, y yo necesito esa cualidad en mi vida. Una montaña sobre el horizonte es lo que yo querría ser en mis ideas y en mi conducta: firme y constante. Por eso me gusta sentarme sobre rocas y contemplar la cumbre de piedra que se alza frente a mí: esa postura y esa larga mirada es una oración para que la firmeza de la montaña se comunique a mi vida.
«El monte Sión no tiembla». Yo no puedo decir lo mismo.
Cualquier viento de adversidad me sacude y me derriba. Como también cualquier brisa de adulación ligera me levanta en el aire, para estrellarme luego con mayor violencia contra el suelo. Dudo, vacilo, temo. Pierdo el valor y no tengo constancia. Empiezo mil empresas y las dejo todas a medias. Prometo esfuerzo diario, y lo interrumpo al día siguiente. No puedo confiar en mí. Y ahora tú, Señor, me señalas el único camino que lleva a la constancia: confiar en ti. «Los que confían en el Señor son como el monte Sión». La confianza en ti es mi apoyo y mi fortaleza.
«Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre».
La vista de una montaña siempre me alegra el alma. Adivino que será porque la montaña representa solidez, aguante, perseverancia, y yo necesito esa cualidad en mi vida. Una montaña sobre el horizonte es lo que yo querría ser en mis ideas y en mi conducta: firme y constante. Por eso me gusta sentarme sobre rocas y contemplar la cumbre de piedra que se alza frente a mí: esa postura y esa larga mirada es una oración para que la firmeza de la montaña se comunique a mi vida.
«El monte Sión no tiembla». Yo no puedo decir lo mismo.
Cualquier viento de adversidad me sacude y me derriba. Como también cualquier brisa de adulación ligera me levanta en el aire, para estrellarme luego con mayor violencia contra el suelo. Dudo, vacilo, temo. Pierdo el valor y no tengo constancia. Empiezo mil empresas y las dejo todas a medias. Prometo esfuerzo diario, y lo interrumpo al día siguiente. No puedo confiar en mí. Y ahora tú, Señor, me señalas el único camino que lleva a la constancia: confiar en ti. «Los que confían en el Señor son como el monte Sión». La confianza en ti es mi apoyo y mi fortaleza.
Escucha, Señor, a tu Iglesia, que espera de ti la unidad, la fuerza y la paz; tú, que dijiste a los discípulos en la tempestad nocturna «Soy yo, ¡no tengáis miedo!», no permitas que pese sobre nosotros el cetro de los malvados; en ti confiamos, Señor Jesús. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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