viernes, 10 de mayo de 2013

Salmo 123


Salmo 123 – El lazo se rompió

En este canto de liberación, Israel agradece al Señor que lo haya salvado de un gravísimo peligro.
Varias imágenes se suceden para describir vívidamente la seriedad de la amenaza: las aguas torrenciales (v. 4), las fieras a punto de devorar (v. 6), la trampa del cazador (v. 7).
Sin embargo, faltan alusiones concretas a una situación histórica precisa, y no es fácil decidir si la liberación es el retorno del exilio babilónico o una victoria en tiempos de los Macabeos.
El Salmo 123 es un canto de acción de gracias, que la comunidad orante eleva a Dios porque nos libera y nos salva. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, éstas serían impotentes por sí solas para liberarse de los adversarios que, como monstruos, las habrían abatido. Con otra imagen, el orante se siente en tierra firme, salvado milagrosamente de la furia de un mar impetuoso.
La vida del hombre está rodeada por las asechanzas de los malvados, que no sólo atentan contra su existencia sino que intentan destruir también todos los valores humanos. Sin embargo, el Señor interviene para defender y salvar al justo.
La bendición expresada por el Salmo hace ver que el destino de los fieles, que era la muerte, se ha cambiado radicalmente en un destino de salvación: cuando caen todas las esperanzas humanas, aparece la fuerza de la liberación divina y comprendemos que nuestro auxilio es el nombre del Señor, que se pone de parte de los perseguidos.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte -que lo diga Israel-, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros. Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes. Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

ATRAPADO EN LA TRAMPA [Carlos G. Vallés]
En mis malos ratos, pienso, Señor, que la vida es una trampa. Perdóname por decir esto ante ti, que has hecho la vida y eres el responsable de su funcionamiento; pero a veces me siento como atrapado en las redes de una existencia sin valor y sin sentido, como un pájaro en el lazo del cazador. De nada me sirve agitar las alas o mover frenéticamente las piernas. Estoy apresado en la tenaza de acero de mi duda mortal. No puedo ir a ningún sitio. Quizá es que no hay ningún sitio adonde ir.
Estoy atrapado, alma y cuerpo, en una trampa que yo mismo he puesto. Quizá esperaba demasiado de la vida, de mi mismo, de ti, Señor, si es que puedo hablarte cuando ni siquiera tu existencia me dice nada (y perdóname por decirte esto, pero es sólo para marcar el límite de mi desesperación). Tenía esperanzas que no se han cumplido y sueños que no se han hecho realidad. La vida me ha estafado con toda la cruel indiferencia de un juego de azar. Estoy sumido en la miseria de un vivir sin sentido.
La única oración que puedo hacer hoy, Señor (y aun ésa la he de tomar prestada palabra por palabra del salmo, ya que yo no tengo fuerzas para crear hoy mi oración), es pedirte que me saques pronto de las tinieblas en que estoy, para que pueda hacer mías de verdad las palabras que tú has inspirado:
«Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra».
¡Rompe la trampa pronto, Señor!».

Señor Jesús, que anunciaste a tus discípulos que serían odiados por causa de tu nombre, pero que ni un cabello de su cabeza perecería, sin la permisión de tu Padre, haz que nosotros, en medio de las pruebas de esta vida, sintamos la protección de tu Espíritu Santo y nos veamos alentados por su consuelo, de tal forma que, salvados de la trampa del cazador, confesemos siempre que nuestro auxilio es tu nombre, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

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