Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
domingo, 31 de diciembre de 2017
Páginas inolvidables San Fulgencio de Ruspe
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Ubicación: La Pampa, Argentina
La Pampa, Argentina
El comienzo de una nueva etapa – Pasar del Jardín a la Primaria
Éste es uno de los momentos más importantes en la vida de los niños.
Dialogar con ellos es esencial para que esta transición concluya en su
adaptación al nuevo entorno y rutina.
El paso del jardín de
infantes a la escuela primaria representa un hito importante en la vida de un
niño, ya que es uno de los momentos más trascendentes no sólo para ellos sino
también para sus padres, ya que implica nuevos desafíos para su crecimiento en
lo personal, en el cual tienen que prepararse para asumir nuevas
responsabilidades.
Asimismo, significa muchos
cambios, como por ejemplo: ir a un nuevo edificio, en casos donde se cambia de
institución, otros compañeros, horarios, consignas más estrictas, reglas a cumplir
y mucho por aprender. Conlleva pasar de pautas o reglas más flexibles a otras
más estructuradas. Implica cambios de rutinas dentro de la escuela, mayor
distancia de los adultos durante la jornada escolar, el trabajo en mesa ocupa
mayor tiempo que antes, disminuye el tiempo de juegos físicos, aumentan los
juegos reglados. Es una instancia donde el niño se da cuenta de cómo las
personas somos diferentes hacia el reconocimiento, con capacidades y
limitaciones, propias y de los otros. Se afianza su autoestima y valoración
personal otorgando peso a la mirada de los pares a veces más que a su familia
de origen.
El cambio, de a poco. Al ser una etapa de cambio y
transición, lo importante es que el mismo sea un proceso que se dé en forma
gradual, para lo cual sería conveniente que en el último tramo del jardín los
docentes trabajen este período planificando visitas a la nueva institución, a
sus aulas, anticipando cómo se distribuirán los mesas, qué tipo de actividades
realizarán y con qué materiales. Una vez comenzado el año en escuela primaria,
la idea es que los maestros puedan acompañar también a este proceso, yendo por
ejemplo de visita a la sala del año pasado, saludando a los docentes o
manteniendo algunas de sus rutinas, al menos por un período determinado, como
por ejemplo el tiempo de salida al recreo. Actualmente se realizan actos de
finalización de etapa de nivel inicial, con distintas modalidades, marcando el
fin de un ciclo. Esto suele ayudar a los niños a registrar el cambio que se
viene.
Es bueno ir incorporando
de a poco los nuevos elementos que se utilizarán en el primario, como
guardapolvo o uniforme, útiles escolares, etc. Se los puede ir “mentalizando”
con elementos concretos más que con grandes discursos. En síntesis, se trata de
anticipar cómo sigue el siguiente año, acorde con el estilo del niño y su
familia. En algunos casos, se los puede ir acompañando en esta transición
incorporando nuevos juegos más afines a esta nueva etapa.
Miedos. Los miedos más frecuentes que los
chicos pueden manifestar son a quedarse solos, a separarse de la familia, a
conocer un nuevo lugar, una nueva maestra. Dichos miedos se expresan en la
dificultad para afrontar este nuevo desafío, experimentando en algunos casos
cierta vergüenza, inferioridad, sentimientos de soledad, mezclados con
agresividad y frustración. Pueden estar muy pendientes de que piensan los otros
(compañeros, maestras, padres, hermanos) de su comportamiento. Según el grado
de apertura a la experiencia que posea, la incertidumbre puede acentuar el
malestar frente a la nueva etapa.
Una nueva escuela. Muchos niños siguen en la misma
institución, pero otros son cambiados a una nueva escuela. En estos casos, ¿la
situación es más traumática para el niño?
En aquellos casos donde el
niño tiene que cambiar de institución, la experiencia suele tornarse más
compleja en comparación con aquellos que continúan en su “ambiente conocido”.
Conlleva tener que abandonar por completo un espacio con personas y elementos
ya familiares a otro que va a percibir como totalmente ajeno, extraño y en
algunos casos, hostil. Lo nuevo siempre implica una adaptación, aunque no
necesariamente traumática, ya sea porque el contexto acompaña adecuadamente o
porque el temperamento del niño facilita el vivir lo nuevo como desafío más que
como amenaza.
Para quienes se sienten
amenazados o con mucho malestar es fundamental el rol de los adultos, tanto de
los padres como de los docentes trabajando de una manera articulada facilitando
y acompañando al niño en esta nueva etapa de su vida.
Como padres debemos tener
presente que lo más importante es que el niño sepa de este cambio, diciéndole
que lo nuevo puede ser una oportunidad de crecimiento. Puede ser beneficioso
que les transmitamos que podrá seguir en contacto con los amigos más cercanos
de la anterior institución, siempre y cuando contemos con esta posibilidad. Es
importante mantener una comunicación fluida desde la escuela con los padres,
orientándolos para establecer un lazo que facilite el tránsito de los niños en
estas etapas vitales de aprendizaje y crecimiento. Algunos aspectos a tener en
cuenta:
-Puede ayudar hacer un
reconocimiento previo del lugar para facilitar el fortalecimiento de la
seguridad en el niño.
-Si bien es una decisión
de los padres cuál es la escuela elegida, la participación activa y guiada
también ayuda
-Siempre será beneficioso
escuchar sus inquietudes en lugar de intentar convencerlo rápidamente de que
será mejor lo elegido. Es muy importante tomar como punto de partida para el
diálogo la perspectiva del niño aunque no coincida en el inicio con la decisión
tomada.
Cambios en el comportamiento. Muchos cambios en el comportamiento pueden
ser esperables, como las perturbaciones en el sueño, en la alimentación,
alteraciones en los juegos, estado de ánimo más irritable, mayor cansancio por
el ritmo más intenso, tristeza, malhumor, retraimiento, exacerbación de
“oposicionismo” o decaimiento. Lo más importante es evaluar la intensidad y
duración de estos cambios. Si vemos que no disminuyen entre 3 a 6 meses es
conveniente hacer una consulta.
Cómo acompañarlos. Los padres deben acompañar a sus
hijos en esta nueva etapa brindándoles un espacio seguro en el cual puedan
dialogar sobre todas aquellas dudas, inquietudes, temores, inseguridades y
hechos cotidianos que vayan experimentando en el día a día de este nuevo paso,
para poder trabajar en conjunto con el personal de la institución y en casos
que sea necesario, con profesionales especializados en el tema para que la
adaptación sea lo más rápida y mejor posible.
Es importante tener en
cuenta que tienen tiempos diferentes a los adultos y diferentes modos de
comunicación, así como diferencias interindividuales. Algunos saldrán del
colegio con ganas de contar como les fue la jornada, otros saldrán con deseos
de conectarse con otros aspectos de su vida. Debemos respetar los tiempos y
deseos de comunicación de cada uno.
Es bueno estar atentos a las
individualidades sin esperar que los niños reaccionen por igual. Tenemos que
valorar las habilidades de cada uno, y a la vez reconocer sus aspectos más
vulnerables. Los niños en esta etapa comienzan a desarrollar un conocimiento de
sí mismos en relación con los pares que puede ser muy preciso de sus fortalezas
y debilidades. Necesitan que se les dé crédito a lo que perciben de sí mismos,
sin que por ello salgan dañados en su autoestima. Hay que aprecias las
diferencias y reconocer tanto los puntos fuertes como aquellos en los que
necesitan mejorar, brindándoles las herramientas para ello.
En síntesis, los padres
deben confirmar las capacidades y limitaciones del niño/a y no optar por el
desconocimiento de las nuevas dificultades con las que se encuentran. Deben
apoyar el desarrollo de competencias acorde con sus posibilidades, favorecer el
desarrollo de redes escolares como la vinculación activa con otros padres y
madres. La experiencia se fortalece y consolida con la inserción de la familia
en el contexto escolar.
Conclusión. Hablar sobre dicha transición es
tener en cuenta factores sociales, culturales, económicos, políticos e
históricos que influyen en la preparación para la escuela primaria.
Los niños experimentan
grandes diferencias cuando atraviesan este cambio, especialmente en relación
con la estructura del entorno y el plan de estudio. Es decir que, cuando las
aulas de la enseñanza preescolar y primaria son totalmente diferentes es
probable que existan mayores dificultades para adaptarse. Por lo tanto, es
importante que los padres evalúen y analicen en profundidad todos estos
factores. Lo ideal es que se pueda establecer desde el comienzo una buena
comunicación, articulación y continuidad entre las familias y las escuelas,
para que este proceso se realice de la forma menos abrupta posible, pudiendo
trabajar en equipo incluyendo las diferencias que pueda haber.
Desde la perspectiva del
niño/a es muy positivo no confrontar con el equipo docente “a espaldas” del
mismo. Si hubiera diferencias, afrontarlas más que evitarlas. Es más positivo
favorecer dialogo sincero en lugar de simular bienestar.
Dra. Edith Vega - Lic. Paula Preve - Lic. Estela Figueroa
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01 de Enero - Segismundo Gorazdowski
Segismundo Gorazdowski, Santo
Presbítero y Fundador del Instituto de Hermanas de
San José, 01 de Enero
Martirologio Romano: En
Lvov, ciudad de Ucrania, san Segismundo Gorazdowski, presbítero, originario de
Polonia, que se distinguió por su amor al prójimo, por ser precursor en el
empeño de proteger la vida y por fundar el Instituto de Hermanas de San José,
dedicado a la atención de los pobres y abandonados († 1920).
Fecha de beatificación:
26 de Junio de 2001 por S.S. San Juan Pablo II.
Fecha de canonización:
23 de octubre de 2005 por S.S. Benedicto XVI.
Nació en Sanok
(Polonia) el 01 de noviembre de 1845, en una familia noble que vivía con fervor
su fe católica. Desde su más tierna infancia se esforzó por ayudar a los que
sufrían. Terminada la escuela secundaria, estudió derecho en la universidad de
Lvov. Interrumpió los estudios en el segundo año de la carrera, al sentirse
llamado al sacerdocio, y entró en el seminario mayor de Lvov. Allí tuvo que
superar una gran prueba: su estado de salud se agravó cada vez más, hasta el
punto de correr peligro de muerte, por ello sus superiores no quisieron
admitirlo a la ordenación sacerdotal. Sus compañeros, que vivieron de cerca su
drama existencial, escribieron en sus memorias: “El hecho de no haber sido admitido
al sacerdocio fue para Segismundo un golpe muy doloroso; sufría moral y
físicamente, pero no perdió su confianza en Dios”. Dos años después, cuando su
estado de salud mejoró notablemente, recibió la ordenación sacerdotal en la
catedral de Lvov, el 25 de julio de 1871.
Desde el inicio de
su ministerio pastoral unió su actividad sacerdotal con la caritativa. Al ver
las diversas dificultades vinculadas al anuncio del mensaje evangélico, elaboró
un Catecismo, que logró gran difusión. Para los muchachos y muchachas publicó
el libro: “Consejos y recomendaciones”.
Promovió con empeño
entre los fieles los sacramentos, sobre todo la Eucaristía. A imitación de
Cristo, no excluía a nadie de su acción pastoral, ejercida con amor total;
dedicaba una predilección especial a las personas marginadas de la sociedad.
Durante una epidemia de cólera, olvidándose de sí mismo, socorría a los
enfermos llevándoles el consuelo de su ministerio sacerdotal y ayuda concreta.
Dedicaba mucho
tiempo a la catequesis en varias escuelas; escribía y publicaba artículos y
libros para padres y educadores. Creó la asociación “Bonus Pastor”, para apoyar
la labor de los sacerdotes. Fundó numerosas obras de beneficencia: la “Casa del
trabajo voluntario” para pobres que no tenían dónde vivir; la “Cocina popular”,
que daba comidas a un precio muy bajo, para ayudar a personas pobres; el “Centro
para enfermos terminales y convalecientes”, a fin de acoger a los enfermos que
no tenían la posibilidad de ser atendidos en los hospitales; el “Hospicio de
San Josafat”, para estudiantes pobres; el “Centro del Niño Jesús”, para madres
solteras y niños abandonados. También fue uno de los fundadores de la “Liga de
las asociaciones y los centros de beneficencia”, que coordinaba las actividades
de las obras de misericordia cristiana.
Para salvar a los
niños católicos de la indiferencia religiosa, e incluso del ateísmo, fundó la
escuela católica polaco-alemana, que encomendó a los Hermanos de las Escuelas
Cristianas. La iniciativa de la escuela, y la del periódico católico que fundó
y dirigió —“La Gaceta diaria”—, le originaron grandes sufrimientos e
incomprensiones, que perduraron casi hasta su muerte.
Con el fin de
gestionar la mayor parte de sus obras de beneficencia pidió colaboración a un
grupo de terciarias franciscanas, cuidando de su adecuada formación. Así, el 17
de febrero de 1884, vio la luz una nueva congregación: las Religiosas de San
José. A medida que se desarrollaba la Obra, su fundador implicaba a las
religiosas en el servicio a los enfermos en los hospitales, orfanatos, asilos,
así como en las casas privadas.
Él mismo fue para
sus religiosas un modelo de oración y de servicio heroico a los necesitados. El
“sacerdote de los desheredados”, el “padre de los pobres”, el “apóstol de la
misericordia de Dios”, como fue llamado, murió el 1 de enero de 1920, en Lvov.
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Santoral
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¿Agobiado o Resucitado?
I. El hombre agobiado
Agobiado es un adjetivo
que indica, según el diccionario de la Real Academia, al que está «cargado de
espaldas o inclinado hacia delante». «Agobiar», es voz derivada del latín
«gibbus=giba», o sea, joroba (del árabe «huduba»; de allí el fig. fastidiar,
molestar) según su significado etimológico, no es otra cosa que «inclinar o
encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra» o en su segunda
acepción: «hacer un peso o carga que doble o incline el cuerpo sobre que
descansa». De ahí que, figuradamente, agobiado es el hombre que lleva un peso
grande que lo abate, lo deprime, le hace bajar los brazos, lo deja cansado, sin
ilusiones, sin ganas de luchar. Es un hombre sin «burbujas», apesadumbrado.
¿Qué cosas agobian a
nuestros contemporáneos?
1º) – El
hombre moderno está agobiado por las preocupaciones de este mundo: los
problemas familiares, las crisis, las situaciones económicas… vive agobiado por
el exceso de trabajo: vivimos en una sociedad materialista en la que el trabajo
nos impide descansar y dedicar un tiempo a nuestra alma, a Dios, a nuestras
familias. Poco a poco nuestro pueblo se va quizá asimilando a lo que es
característico de la cultura japonesa: no trabajar para vivir sino vivir para
trabajar. Desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, ¡cuántos intentos
por suprimir el domingo, día instituido por Dios precisamente para el hombre
agobiado, para todo el que está fatigado por el peso del trabajo semanal!
Además, ¡cuántas veces y con cuánta facilidad los mismos católicos
transgredimos para nuestro daño espiritual, no solamente el precepto de la misa
dominical sino también el precepto del descanso dominical, ambos resumidos en
el tercer mandamiento: santificarás las fiestas! Nos dice Dios, en Ex 20, 2–17:
Recuerda el día del sábado para santificarlo –ahora es el domingo, por haber
resucitado Cristo en este día–. Seis días a la semana trabajarás y harás todos
tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No
harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu
sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis
días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el
séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado.
Pero en muchos países,
muchas personas se sienten agobiadas más que por este exceso de trabajo, por la
falta de trabajo, la cual ha producido en muchas personas la tan actual
depresión laboral, o tantas situaciones de desesperación, que incluso han
llevado a suicidios motivados por la pérdida de un empleo…
2º – En
nuestros días, vemos que los hombres se sienten terriblemente agobiados por
muchos miedos: hoy, como nunca, se ve a la gente con tanto miedo. El miedo es
una pasión que paraliza, que nos impide crecer espiritualmente. La violencia
que se experimenta en las calles, que llega a nuestras casas a través del
televisor, hace que el hombre tema constantemente: desde la madre que está
terriblemente preocupada por la hija o el hijo que no regresa al horario en que
avisó que volvería del trabajo o de la escuela, hasta los ancianos que se
encierran en sus casas, con mil pasadores y candados en las puertas, por temor
al ladrón, al asesino…
3º – Un
fenómeno de nuestra época, aunque ha sido una angustia para todos los tiempos,
desde que entró el pecado en el mundo, es el peso de la enfermedad. A pesar de
los avances de la ciencia, ¡cuántos hombres viven agobiados por las
enfermedades, muchas de ellas todavía incurables! Los dolores físicos son una
carga muy difícil de llevar, que muchas veces vienen acompañados de otra
enfermedad tan característica de nuestros días: ¡la depresión! La misma es un
peso, un agobio tremendo: la depresión abate físicamente y espiritualmente al
hombre, lo encorva literalmente.
4º –Pero
en realidad no hay ninguna cosa que agobie tanto al hombre, como es el peso de
sus pecados.
5º – Ahora
bien, por la fe sabemos que por el pecado entró la muerte en el mundo, y esta
muerte, originada en el pecado de nuestros primeros padres, hace que vivamos
agobiados y humillados por un peso insoportable, si no tenemos una respuesta
satisfactoria a nuestros interrogantes existenciales: ¿Quién soy? ¿A dónde voy?
¿Para qué fin estoy sobre la tierra? ¡Cuántos hermanos nuestros no han logrado
dar con una respuesta acertada y viven angustiosamente agobiados por el peso de
la muerte de un ser querido, ya sea la madre, el padre, un hijo, un amigo…!
En definitiva, al hombre
moderno le agobian todas las cosas que causan molestia o fatiga, o más aun, las
cosas que le causan tristeza o dolor, y esclavitud anímica o espiritual.
II. Jesucristo
resucitado libera al hombre de su agobio
Ante todos los hombres
agobiados, encorvados espiritualmente o físicamente por todas estas cargas que
son consecuencia del pecado de nuestros primeros padres y de nuestros propios
pecados, se nos presenta fulgurante la figura de nuestro Redentor: Jesucristo,
agobiado como nadie bajo el peso de la cruz, que cargó con nuestros pecados y
nuestras enfermedades, al punto que por sus heridas hemos sido curados (Is
53,5). Mas en este momento, en esta noche sublime, Cristo se nos presenta
glorioso, triunfante de todas sus angustias, resucitado de entre los muertos…
¡Sí!, a todos los
hombres agobiados Jesucristo resucitado les dice, hoy más que nunca: Venid a
mí, todos los que estáis afligidos y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad
sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de
corazón; y encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt
11,28–30).
1– Ante
el agobio de las preocupaciones de este mundo, Cristo resucitado tiene una
solución: Él, como Único Maestro, le enseña a los hombres de hoy, es decir, a
cada uno de nosotros: Buscad el Reino de Dios y su justicia y las demás cosas
se os darán por añadidura (Mt 6,33); a tantas personas fatigadas de tanto
trabajar, agobiadas, quizá nos recuerde lo mismo que a santa Marta: Marta,
Marta, por muchas cosas te afanas y sola una es la necesaria (Lc 10,41). O
mejor aún, nos señale con toda claridad, como lo hizo con la multitud de judíos
que le buscaba ansiosa luego de la multiplicación de los panes: trabajad no por
el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que
os dará el Hijo del hombre (Jn 6,27).
«No trabajen por el
alimento de cada día», sencillamente quiere expresar la prioridad de valores
que debemos dar a lo espiritual por encima de lo material. ¡Tenemos que
trabajar…! Para alimentar a nuestros hijos, para sustentar a nuestra familia…
pero no debemos dejar esclavizarnos por tantas inquietudes, problemas
familiares, etc., que nos impiden dar prioridad a lo espiritual, nos hacen
olvidar del primer mandamiento.
Ante el agobio por las
muchas tribulaciones, conflictos, angustias, aflicciones… Jesús resucitado nos
repite individualmente en nuestra alma: Os digo esto para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo
(Jn 16,33). El don de la paz interior en el sufrimiento, es fruto de la
victoria de Cristo; por eso Él nos dejó su paz y constantemente está dispuesto
a comunicárnosla. Así vemos que lo primero que dijo, luego de la resurrección a
los apóstoles, que se encontraban turbados por mil remordimientos, angustias y
temores, cuando se les apareció por primera vez estando las puertas cerradas
del Cenáculo, fue sencillamente: ¡La paz esté con vosotros! (Jn 20,19).
2– Ante
el agobio del miedo, los mismos ángeles que fueron los primeros en anunciar la
resurrección del Señor, hoy nos dicen a nosotros lo que avisaron a las santas
mujeres: No temáis. Yo sé que vosotras buscáis a Jesús el crucificado. No está
aquí, porque ha resucitado como lo había dicho (Mt 28,5). Pero no son sólo los
ángeles quienes nos animan, sino que el mismo Señor, que en el camino se apareció
a estas mujeres llenas de temor, hoy, como en aquella madrugada de la
resurrección, nos da fuerza, nos robustece, con las alentadoras palabras que
nos deben marcar definitivamente en nuestras vidas: Soy yo, no temáis (Mt
28,9). Constantemente Cristo nos dice: No temáis. Lo dijo a través del ángel a
María, a José, a los apóstoles en la tempestad, luego de la resurrección, a San
Pablo prisionero, cuando se encontraba lleno de temores por los peligros que le
acechaban en Corinto: No temas. Sigue predicando y no te calles. Yo estoy
contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay
un pueblo numeroso que me está reservado (He 18,9–10). En definitiva, toda la
fortaleza que nos da el Señor, se reduce a esta realidad: No temáis a los que
matan el cuerpo, pero no pueden matar al alma (Mt 10,28).
3– Ante
el agobio del pecado, la fe nos dice: «Fue sepultado, y resucitó por su propio
poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida
divina, que es la gracia». Y esto que Pablo VI señalaba en el Credo del Pueblo
de Dios tiene su fundamento en aquella expresión patética del apóstol a los
corintios: Si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aun estáis en vuestros
pecados. Por consiguiente, los que murieron en Cristo se perdieron (1Cor
15,17), lo que quiere decir que si no hubiese resucitado, nuestros pecados no
habrían sido perdonados.
4– Ante
el agobio de la enfermedad, el Señor resucitado nos habla por boca del apóstol
San Pablo para decirnos: Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor
Jesús nos resucitará junto con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes (…)
Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya
destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra
angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera
toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en
las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno (1Cor 4,
14–18).
Ante el agobio de las
tristezas de este valle de lágrimas, nuestra actitud debe ser la de los
Apóstoles apenas vieron al Señor: Los discípulos se llenaron de alegría cuando
vieron al Señor (Juan 20, 19). La alegría es un mandato de Cristo resucitado a
todos sus discípulos. Fue lo primero que ordenó a las santas mujeres cuando se
les apareció en el camino: Alegraos.
5– Finalmente,
ante el agobio por el problema de la muerte, Cristo nos da la esperanza de la
futura resurrección: Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo,
somos los más miserables de los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de
entre los muertos, primicia de los que durmieron. Puesto que por un hombre vino
la muerte, por un hombre también la resurrección de los muertos. Porque como en
Adán todos murieron, así también en Cristo todos serán vivificados (1Cor 15,
19–22).
III. Los dos principales
beneficios de la resurrección de Cristo para el hombre agobiado
La resurrección de
Nuestro Señor nos trajo dos beneficios principales, en los cuales se pueden
resumir los puntos anteriores: nuestra futura resurrección corporal y nuestra
presente resurrección espiritual.
a) La futura
resurrección corporal
De la primera, tenemos
que recordar que es un dogma de fe que profesamos en el Credo cuando decimos:
«Creo en la resurrección de la carne, creo en la resurrección de los muertos».
Lamentablemente hay que confesar que un número muy significativo de católicos
da muy poca importancia a esta verdad de fe, principalmente porque es muy poco
predicada. No sucedió así con los primeros cristianos, que era una de las
verdades que más tenían asimiladas. Basta leer los testimonios de fe en la
resurrección de los muertos que escribían en sus sepulturas. Pero si bien no se
lo dice explícitamente, San Pablo nos podría recriminar como a los corintios:
¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó
Cristo, vana es nuestra predicación, vana es también vuestra fe… ¡Pero no!
Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1Cor
15,12.14.20).
b) Nuestra presente
resurrección espiritual.
Cuando el antiguo
Catecismo Romano se preguntaba por qué señales se conoce que uno ha resucitado
espiritualmente con Cristo, hermosamente respondía con la frase del apóstol:
«Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde
está Cristo sentado a la diestra de Dios Padre (Col 3,1), claramente indica que
los que desean tener la vida, los honores, la paz y las riquezas, allí sobre
todo donde está Cristo, han resucitado verdaderamente con Cristo; y cuando
añade: saborearos en las cosas que están sobre la tierra, agregó también como
una segunda señal, para poder con ella conocer si realmente hemos resucitado
con Cristo. Pues así como el gusto suele indicar el estado y la salud del
cuerpo, de igual suerte, si agradan a uno todas las cosas que son verdaderas,
las que son honestas y las que son justas y santas, y con el sentido interior del
alma percibe en ellas el gozo de las cosas del Cielo, esto puede ser una prueba
excelente de que, quién así se halla dispuesto, ha resucitado en compañía de
Jesucristo a la vida nueva y espiritual».
«De cómo al alma muerta
por los pecados se le propone como modelo la resurrección de Cristo, lo explica
el mismo Apóstol diciendo: Así como Cristo resucitó de entre los muertos para
gloria del Padre, así también procedamos nosotros con nuevo tenor de vida. Pues
si hemos sido injertados con Él por medio de la semejanza de su muerte,
igualmente lo seremos también en la de su resurrección y pasadas algunas
líneas, añade: Sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no
muere; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque la muerte que Él murió,
la murió al pecado una vez para siempre; mas la vida que Él vive, la vive para
Dios y es inmortal. Así también vosotros teneos muertos para el pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús.
Porque el amor de Cristo
nos apremia, al considerar que, si uno murió por todos, entonces todos han
muerto. Y Él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí
mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (1Cor 5, 14–15).
Conclusión:
Hemos visto como de la
resurrección del Señor, han llegado a la humanidad los bienes más grandes. Por
eso, todo hombre agobiado, en definitiva, tiene que hacer suya la oración de
los discípulos de Emaús, cuando le rogaron sin aun reconocerle: Quédate con
nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.
Debemos resucitar con Cristo:
¡Ser hombres nuevos! No hombres agobiados, sino hombres espirituales. No
apesadumbrados, sino con alegría de vivir. No abatidos, sino con ansias de
hacer el bien al prójimo. No con los brazos caídos, sino con gran capacidad de
lucha frente al mal. Sólo empeñados en el bien, en favor de la vida, de la
libertad, de la justicia, del amor y de la paz.
No lo olvidemos nunca:
Cristo resucitado nos sigue diciendo: Venid a mí, todos los que estáis
afligidos y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y
aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón; y encontraréis
alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11, 28–30). CMB
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Reflexión
Ubicación: La Pampa, Argentina
La Pampa, Argentina
Fiesta de la Sagrada Familia
Hogares Cristianos
Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente,
la crisis es grave. Sin embargo, aunque estamos siendo testigos de una
verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte
de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la
desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles
se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres.
La crisis y la penuria los unen. Ante el presentimiento de que vamos a vivir
tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la
familia.
Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar a la
Familia de Nazaret ha favorecido el ideal de una familia cimentada en la
armonía y la felicidad del propio hogar. Sin duda es necesario también hoy
promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los
hijos, el diálogo y la solidaridad familiar. Sin estos valores, la familia
fracasará.
Pero no cualquier familia responde a las exigencias del reino de Dios
planteadas por Jesús. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y
familias egoístas, replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias
donde se aprende a dialogar. Familias que educan en el egoísmo y familias que
enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos
padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el
egoísmo familiar se convierte en criterio de actuación que configurará el
comportamiento social de los hijos. Y puede ser, por el contrario, un lugar en
el que el hijo puede recordar que tenemos un Padre común, y que el mundo no se
acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso no podemos celebrar la fiesta de la Familia de Nazaret sin
escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las
nuevas generaciones podrán escuchar la llamada del Evangelio a la fraternidad
universal, la defensa de los abandonados y la búsqueda de una sociedad más
justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de indiferencia, inhibición y
pasividad egoísta ante los problemas ajenos?
Indiferencia
La actitud más inhumana ante el sufrimiento de tantos hombres y mujeres que mueren de hambre en el mundo es, sin duda, la apatía e insensibilidad de quienes nos sentimos a salvo de tan trágica situación. Gracias al desarrollo de los medios de comunicación hoy sabemos más que nunca de la miseria, el hambre y las desgracias que asolan a pueblos enteros de la tierra. Pero todo ello, lejos de estimular nuestra solidaridad, nos acostumbra a veces a mirarlo todo con resignación y apatía. Hemos aprendido a quedarnos indiferentes ante las cifras y estadísticas que nos hablan de miseria y muerte.
La actitud más inhumana ante el sufrimiento de tantos hombres y mujeres que mueren de hambre en el mundo es, sin duda, la apatía e insensibilidad de quienes nos sentimos a salvo de tan trágica situación. Gracias al desarrollo de los medios de comunicación hoy sabemos más que nunca de la miseria, el hambre y las desgracias que asolan a pueblos enteros de la tierra. Pero todo ello, lejos de estimular nuestra solidaridad, nos acostumbra a veces a mirarlo todo con resignación y apatía. Hemos aprendido a quedarnos indiferentes ante las cifras y estadísticas que nos hablan de miseria y muerte.
Podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que se
conmueva un ápice nuestra conciencia. Las imágenes más crueles y trágicas que
pueda servirnos la televisión quedan rápidamente borradas por el telefilme o el
concurso de turno. Y, sin embargo, la muerte por hambre es la más indigna
e inmoral de todas las muertes porque es evitable y sólo se produce por nuestra
indiferencia y complicidad. Lo dicen los expertos: sobran alimentos, falta
solidaridad.
La indiferencia en los países occidentales alcanza a veces rasgos
escandalosos y provocativos. Estas mismas navidades hemos podido ver anunciadas
en la prensa cenas de fin de año a 115 euros el cubierto. A los pocos días
se nos informaba que los indios de Chiapas (México) viven durante todo el año
con el equivalente aproximado a 85 euros.
¿Cómo se puede calificar este estado de cosas?
Mientras cien mil personas mueren de hambre cada día, en nuestras
sociedades ricas casi la mitad de la población vive preocupada por problemas
derivados de una alimentación excesiva. Sobre la misma tierra en que caen
cada día tantos hombres y mujeres vencidos por el hambre, nosotros, bien
alimentados, paseamos, corremos o hacemos «footing» para bajar el exceso de
peso. Este es nuestro pecado y también nuestra mayor vergüenza.
En esta fiesta de la Sagrada Familia hay algo que los creyentes no
deberíamos olvidar. Según Jesús, la familia no puede quedar reducida a quienes
estamos unidos por lazos de sangre. Todos los humanos formamos «la familia de
Dios».
No podemos celebrar satisfechos la Navidad dentro de nuestro hogar
mientras hay familias en el mundo que mueren de hambre.
En el seno de una familia judía
En Nazaret, la familia lo era todo: lugar de nacimiento, escuela de vida
y garantía de trabajo. Fuera de la familia, el individuo queda sin protección
ni seguridad. Solo en la familia encuentra su verdadera identidad. Esta familia
no se reducía al pequeño hogar formado por los padres y sus hijos. Se extendía
a todo el clan familiar, agrupado bajo una autoridad patriarcal, y formado por
todos los que se hallaban vinculado en algún grado por parentesco de sangre o
por matrimonio. Dentro de esta «familia extensa» se establecían estrechos lazos
de carácter social y religioso. Compartían los aperos o los molinos de aceite;
se ayudaban mutuamente en las faenas del campo, sobre todo en los tiempos de
cosecha y de vendimia; se unían para proteger sus tierras o defender el honor
familiar; negociaban los nuevos matrimonios asegurando los bienes de la familia
y su reputación. Con frecuencia, las aldeas se iban formando a partir de estos
grupos familiares unidos por parentesco.
En contra de lo que solemos imaginar, Jesús no vivió en el seno de una
pequeña célula familiar junto a sus padres, sino integrado en una familia más
extensa. Los evangelios nos informan de que Jesús tiene cuatro hermanos que se
llaman Santiago, José, Judas y Simón, y también algunas hermanas a las que
dejan sin nombrar, por la poca importancia que se le daba a la mujer. Probablemente
estos hermanos y hermanas están casados y tienen su pequeña familia. En una
aldea como Nazaret, la «familia extensa» de Jesús podía constituir una buena
parte de la población. Abandonar la familia era muy grave.
Significaba perder la vinculación con el grupo protector y con el
pueblo. El individuo debía buscar otra «familia» o grupo. Por eso, dejar la
familia de origen era una decisión extraña y arriesgada. Sin embargo llegó un
día en que Jesús lo hizo. Al parecer, su familia e incluso su grupo familiar le
quedaban pequeños. El buscaba una «familia» que abarcara a todos los hombres y
mujeres dispuestos a hacer la voluntad de Dios. La ruptura con su familia marcó
su vida de profeta itinerante. JAP
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Reflexión
Ubicación: La Pampa, Argentina
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Evangelio del Lunes 01 de Enero
Día litúrgico: 1 de
Enero (Día octavo de la octava de Navidad)
Texto del
Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda
prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al
verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos
los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por
su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los
pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los
ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el
ángel antes de ser concebido en el seno.
«Los pastores fueron a toda prisa, y
encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre»
Comentario: Rev. D.
Manel VALLS i Serra (Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios,
modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el
“encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su
Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de
ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María
y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen
preciosa de la Iglesia en adoración.
“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la
Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un
encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un
“encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el
cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un
“tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena
Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían
dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos
los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber
suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes
anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se
volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto»
(Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por
comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído
los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación
del Señor.
María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las
meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios
salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado
y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!
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Evangelio
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sábado, 30 de diciembre de 2017
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