No es fácil comenzar el año nuevo.
Lo desconocido inquieta, no sabemos lo que nos traerá. Por eso lo festejamos de
manera ruidosa; son cada vez más los que comienzan el año tirando cohetes o
haciendo explotar petardos. También los antiguos romanos hacían ruido para
ahuyentar los malos espíritus al inicio del año. Pero se puede comenzar el año
en silencio. Es, sin duda, la manera más lúcida de adentrarnos en el misterio
de ese tiempo que no podemos detener y que constituye nuestra
vida.
No es difícil
recordar el año que se va: hemos vivido alegrías y sinsabores, hemos hecho
cosas buenas y hemos cometido errores; nos hemos encontrado con personas
nuevas; hemos amado y sufrido; algo ha crecido en mí y algo se ha apagado. Esa
es mi verdad, ese soy yo. Si en algún rincón de mi alma sigue viva una pequeña
fe, puedo agradecer, pedir perdón y confiar en ese Misterio que los creyentes
llaman Dios.
Llega ahora un año
nuevo. Lo nuevo no sólo inquieta, también tiene su atractivo. Lo nuevo es algo
intacto, inédito, lleno de posibilidades: produce un placer especial conducir
un coche nuevo, hacer un viaje, cambiar de trabajo. Pero, ¿qué puede haber de
realmente nuevo en el año que comienza? Tal vez, lo que más novedad puede traer
a nuestra vida es nuestra manera de vivirla.
¿Puedo ser yo un
«hombre nuevo», una «mujer diferente»? ¿Se pueden despertar en mí, ideas y
sentimientos nuevos? ¿Puedo recorrer caminos no transitados, encontrar gestos
nuevos, amar con nueva ternura, acercarme a Dios con corazón renovado? No hace
falta que lo cambie todo. En realidad, lo nuevo está ya en germen dentro de mí.
Lo importante es que viva atento a lo mejor que hay en mi corazón acogiendo
aquello que me puede hacer crecer.
Por eso, es bueno que nos deseemos
mutuamente un Año Nuevo feliz, pero es mejor todavía que nos preguntemos: ¿qué
deseo realmente para mí?, ¿qué es lo que necesito?, ¿qué busco?, ¿qué sería
para mí algo realmente nuevo y bueno en este año 2018, que comienza? FF
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