Hoy celebramos
una fiesta que hace referencia al título más sorprendente que puede tener una
criatura humana: Madre Dios... Lo cual significa que el Salvador del mundo no
sólo nació “en” ella, sino “de” ella. El Hijo formado de sus entrañas es el
mismísimo Hijo Dios, nacido en la carne.
El Evangelio
nos narra los acontecimientos de la Navidad, remarcando la imposición del
nombre, dado por el ángel antes de la Concepción: JESÚS (que significa YHWH
[nombre sagrado e inefable de Dios en el A.T.] salva); nombre puesto por orden
divina... misterioso, cargado de significado salvífico [con todo y por todo lo
que significa el “nombre” para los semitas] (ver a este respecto lo que dice el
Catecismo de la Iglesia Católica al explicar el II mandamiento...).
La invocación
de ese nombre trae la salvación. Nosotros tenemos el nombre del Señor sobre
nosotros: somos cristianos... ¡No lo digamos con tanta ligereza!
Así, se abre
el año con esa fórmula que pide la bendición y el favor de Dios. Él nunca se la
ha negado la humanidad; pero con Cristo esta Bendición es irrevocable.
Comienza el
año civil; y se lo celebra de diversos modos:
1. En estas
fiestas, se suele hacer mucho ruido (bailes, fuegos artificiales, pirotecnia,...)
mucho ruido ¿Y “pocas nueces”...?
2. Para
muchos, las fiestas están cargadas de melancolía (paso de los años; “los que ya
se han ido”; nostalgias; recuerdos...). Muchos desean “que las fiestas pasen
pronto”...
3. Para los
pobres (que no son pocos), el dolor de no poder participar de las alegrías
festivas... o de hacerlo con muchas limitaciones.
Pensemos cómo
vivimos interiormente las fiestas. Sin interioridad, todo lo otro es vacío,
pura exterioridad e hipocresía: festejamos... nada.
¿Cuál es el
motivo para alegramos por las fiestas? El Amor de Dios, experimentado en estos
días como una fuerza que quiere renovarnos incesantemente. Navidad es el
comienzo de una nueva creación (Dios ha hecho con el hombre una Alianza Eterna:
Cristo).
Todo comienzo
de algo (también el del año civil) debe remitirnos a este comienzo: al de la
Alianza Nueva y Eterna... (La que no pasará jamás, y por ende radicalmente
diversa de lo que no permanece, lo que es pasajero, transitorio (tiempo;
apariencias; exterioridades)... Éste es el fundamento de nuestra Paz, cuya
Jornada mundial cada año celebramos precisamente hoy.
Volvamos a
mirar las cosas que nos rodean, pero con esta perspectiva: pensemos en las
cosas que se fueron con el año y los años que pasaron... y pongámoslas en manos
de Dios.
Pero sepamos
que todo lo que hayamos hecho con amor, y por amor tiene un valor que
permanece, y está “eternizado” en la presencia del Señor.
Todo lo hecho
por amor, aunque pequeño, aunque los demás no lo noten, ha sido tomado en
cuenta por Dios, y lo encontraremos renovado en Él.
También las
personas que se han ido... Y así, nuestros lazos de amor, lejos de perderse,
serán renovados y glorificados en la Resurrección.
“Nada se
pierde, todo se transforma...” también en el orden espiritual.
Frente al año
viejo, y al nuevo, tengamos una mirada de Fe: evaluemos desde el amor que hemos
puesto y hemos de poner para hacer las cosas.
El tiempo
pasa, pero el amor permanece; y allí debemos encontrar el motivo de nuestra
alegría: en el amor vivido y en el “por vivir”.
“En el
atardecer de la vida me juzgará el Amor”, nos recuerda San Juan de la Cruz.
Un nuevo año
ha “atardecido”...
Un año más de
vida... y un año menos para llegar al cielo.
Un año con sus
alegrías... y sus amarguras.
En vista a los
acontecimientos de la vida de cada uno de ustedes, quiero hoy recordarles
nuevamente que con todos sus engaños, trampas y sueños rotos, éste sigue siendo
un mundo hermoso, que vale la pena vivir como camino al cielo.
En este valle
de lágrimas, la alegría que da el Espíritu Santo es más fuerte que cualquier
pena... Esa alegría profunda, serena, misteriosa, radiante... (Quien la conoce,
entiende lo que estoy diciendo... y a quien no la conoce, le repito con el
salmo 33: “prueben y vean qué bueno es el Señor...”).
Pongamos hoy nuevamente
nuestra vida en manos de María Santísima. Ella pondrá el año que termina en
manos del Padre Misericordioso, y el que comienza en manos del Hijo
Providente... ella que es Soberana de los Ángeles, pero mucho más aún es
nuestra: sangre y dolor de nuestra raza humana. Amén. JPE
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