Es inevitable, ha escrito Rosario Bofill, que a veces tengamos que caminar entre nieblas. En
cierta manera, la fe es la capacidad de soportar la duda.
Y de vez en
cuando, una persona, una reflexión, o una lectura nos hacen atisbar un poco de
ese misterio por el que uno ha optado. Cada creyente sabe que alguna vez ha
tenido evidencias de la existencia de Dios, pequeñas pruebas que quizá vistas
por otro, fuera de su contexto, le harían sonreír displicente...
Y a lo largo
de los siglos la mayoría de los hombres han experimentado esa necesidad de
Dios. ¿Es esto una prueba de que existe? Pienso que sí, invocado de distinta
forma en las distintas religiones y en los distintos siglos.
Si me repugna
creer que el mundo está abocado al absurdo, debo creer que más allá de la
muerte hay algo, que tendremos otra vida distinta a la de ahora. Hay una razón
de justicia que me parece imperiosa: ¿cómo Dios no va a dar a los pobres, a los
desheredados, a los que viven en la miseria, a los que sufren tanto en esta
vida, su parte de felicidad? Ha de haber algo que restablezca el orden y dé a
los que aquí no han tenido nada, la plenitud. Y que los que aquí han amado no
vean acabado su amor.
Siento una voz
íntima, un grito interior que me hace creer que es imposible un mundo sin Dios,
un mundo del absurdo. Porque un mundo sin Dios me parece un absurdo total. ¿A
qué esa sed interior, esa angustia, ese deseo de vida del hombre? Ese amasijo
de sentimientos, inteligencia, deseos, nostalgias, que somos las mujeres y los
hombres, cada uno a su manera, ¿qué sentido tienen perdidos en el cosmos sin un
Dios que al fin dé respuesta a tanto deseo, tanto vacío, tanto anhelo?
He tenido que
madurar mi educación religiosa de la infancia y la juventud, pero recibí unos
principios básicos a los que he sido fiel. Hay gente que cuando se hace adulta
rechaza lo que le enseñaron y cómo le educaron. Sin duda al hacerse adulto uno
tiene que reflexionar sobre su fe y madurar, pero creo que es una suerte haber
vivido rodeada de gente que ha vivido a fondo su fe, y también haberse
encontrado con personas críticas, buenos creyentes, que son los que más me han
ayudado.
“La fe es como
una herencia que no quisiera echar por la borda y a la que en lo más hondo de
mí estoy muy agradecida”.
—A veces lo que plantea dudas no es la fe, sino la
práctica de la fe: lo difícil no es creer, sino vivir lo que se cree.
Todo el mundo
siente esa tensión en su interior. Todo hombre se siente atraído por extremos
diferentes, y experimenta el tirón de lo que sabe que va contra sus
convicciones. Pero eso no significa una rotura.
De vez en
cuando pueden surgir dudas sobre la propia capacidad de vivir la fe. Se nos
puede hacer un poco más cuesta arriba. Es preciso entonces seguir esforzándose
por mejorar, con la confianza de que precisamente gracias a esa fe, iremos
recibiendo más luz y más fortaleza, profundizaremos más en esa fe y la
viviremos mejor. La fe ayuda a vivir con coherencia de vida, sin que esas
tensiones tengan por qué producir frustración o ruptura.
—Pero muchos, en esa cuesta arriba, abandonan la
práctica religiosa.
Suele suceder
cuando se ve la práctica religiosa como un fin y no como un medio. Por eso es
importante levantar la vista por encima del acontecer diario para atisbar la
meta a la que nos dirigimos. Ser buen cristiano puede a veces resultar costoso,
pero merece la pena. Además, esos momentos de cuesta arriba siempre brindan al
hombre una oportunidad de dar lo mejor de sí mismo. Son la piedra de toque que
identifica la calidad del edificio que estamos construyendo con nuestra vida.
“El ser humano
-escribe Javier Echevarría- posee una capacidad de infinito que solo el
Infinito, Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada ni nadie,
excepto Dios, logra llenar; y, en consecuencia, existe -incluso en las más
grandes amistades y en los más grandes amores- una cierta experiencia de
límite, de soledad no superada. En ocasiones, esa experiencia engendra miedo,
repliegue sobre sí mismo para conservar un reducto de intimidad en el que nadie
entre; en otras, impulsa hacia adelante, a buscar algo más. De este modo se
encauza una inquietud del espíritu que solo en Dios puede encontrar finalmente
reposo”. AA
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