El
misterio de Dios supera infinitamente lo que la mente humana puede captar. Pero
Dios ha creado nuestro corazón con un deseo infinito de buscarle de tal manera
que no encontrará descanso más que en él. Nuestro corazón con su deseo
insaciable de amar y ser amado nos abre un resquicio para intuir el misterio
inefable de Dios.
En
las páginas del delicioso relato de El Principito escrito por Antoine
Saint-Exupéry se hace esta admirable afirmación: «Sólo con el corazón se puede
ver bien; lo esencial es invisible a los ojos».
Es
una forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales que ya
entonces decían en sus escritos: «Ubi amor, ibi est oculus»: «donde reina el
amor, allí hay ojos que saben ver». San Agustín lo había dicho también de un
modo más directo: «Si ves el amor, ves la Trinidad».
Cuando
el cristianismo habla de la Trinidad quiere decir que Dios, en su misterio más
íntimo, es amor compartido.
Dios
no es una idea oscura y abstracta; no es una energía oculta, una fuerza
peligrosa; no es un ser solitario y sin rostro, apagado e indiferente; no es
una sustancia fría e impenetrable. Dios es Ternura desbordante de amor.
Ese
Dios trinitario es fuente y cumbre de toda ternura. La ternura inscrita en el
ser humano tiene su origen y su meta en la Ternura que constituye el misterio
de Dios. Por eso, la ternura no es un sentimiento más; es signo de madurez y
vitalidad interior; brota en un corazón libre, capaz de ofrecer y de recibir
amor, un corazón «parecido» al de Dios.
La
ternura es sin duda la huella más clara de Dios en la creación; lo mejor que ha
desarrollado la historia humana; lo que mide el grado de humanidad y
comprensión de una persona. Esta ternura se opone a dos actitudes muy
difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como barrera,
como muro, como apatía e indiferencia ante el otro; el «repliegue sobre uno
mismo», el egocentrismo, la soberbia, la ausencia de solicitud y cuidado del
otro.
El
mundo se encuentra ante una grave alternativa entre una cultura de la ternura
y, por tanto, del amor y de la vida, o una cultura del egoísmo, y por tanto, de
la indiferencia, la violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad saben
qué han de promover. JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario