Día litúrgico: La Santísima Trinidad (B)
Texto del Evangelio (Mt 28,16-20): En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que
Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
«Haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
Comentario: Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo
Emérito de Lleida (Lleida, España)
Hoy, la liturgia nos
invita a adorar a la Trinidad Santísima, nuestro Dios, que es Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Un solo Dios en tres Personas, en el nombre del cual hemos sido
bautizados. Por la gracia del Bautismo estamos llamados a tener parte en la
vida de la Santísima Trinidad aquí abajo, en la oscuridad de la fe, y, después
de la muerte, en la vida eterna. Por el Sacramento del Bautismo hemos sido
hechos partícipes de la vida divina, llegando a ser hijos del Padre Dios,
hermanos en Cristo y templos del Espíritu Santo. En el Bautismo ha comenzado
nuestra vida cristiana, recibiendo la vocación a la santidad. El Bautismo nos
hace pertenecer a Aquel que es por excelencia el Santo, el «tres veces santo»
(cf. Is 6,3).
El don de la santidad
recibido en el Bautismo pide la fidelidad a una tarea de conversión evangélica
que ha de dirigir siempre toda la vida de los hijos de Dios: «Ésta es la
voluntad de Dios: vuestra santificación» (1Tes 4,3). Es un compromiso que
afecta a todos los bautizados. «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen
de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40).
Si nuestro Bautismo
fue una verdadera entrada en la santidad de Dios, no podemos contentarnos con
una vida cristiana mediocre, rutinaria y superficial. Estamos llamados a la
perfección en el amor, ya que el Bautismo nos ha introducido en la vida y en la
intimidad del amor de Dios.
Con profundo
agradecimiento por el designio benévolo de nuestro Dios, que nos ha llamado a
participar en su vida de amor, adorémosle y alabémosle hoy y siempre. «Bendito
sea Dios Padre, y su único Hijo, y el Espíritu Santo, porque ha tenido
misericordia de nosotros».
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