jueves, 31 de mayo de 2018

Demacrada por la injusticia

La mujer de aspecto delicado y como “de buena familia”, está sentada junto a la puerta de una casa, muy desarreglada y demacrada.
Hace tiempo que no consigue trabajo y vive en la calle, porque no puede viajar a la ciudad todos los días desde su casa que ya no sabe cómo está. La calle y el hambre corroen su aspecto delicado, y cuánto más por dentro se irá derrumbando el ánimo por no encontrar trabajo. Con todo esto, su mismo aspecto exterior va cambiando, y este mismo aspecto exterior desarreglado y demacrado por el hambre le impide conseguir trabajo como en un círculo que se va cerrando sobre su vida. Es cada vez más difícil que la escuchen, que la atiendan, que la entiendan, que no la crean loca.
El amor, la caridad cristiana, no son algo secundario, algo lindo, algo más..., el amor y la caridad cristiana son algo necesario, algo necesario para poder vivir. ¿Qué será de nosotros? ¿Cómo haremos entre nosotros, si no tenemos caridad?
El mínimo de caridad es la solidaridad. Esa solidaridad con la que nos ayudamos unos con otros. ¿Quién puede valerse absolutamente solo en la vida? Qué pasa si no nos ayudamos unos con otros, qué pasa si no tenemos en cuenta el problema, la dificultad del otro... La vida se hace dura, difícil, y vemos cómo algunos pocos viven bien y muchos viven mal, porque nos falta caridad.
El Señor, que nos ha dado el mandamiento del amor, nos dice también que pidamos al Padre, en su nombre, lo que necesitamos. Pidamos que el mismo Señor nos abra y nos ensanche el corazón para ser solidarios y buenos con los demás. “Amaos los unos a los otros”, es el mandamiento de Jesús, y lleva ya 2000 años.
Cuando la tecnología nos permite reciclar todo, no consideremos descartables a los seres humanos. CN

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