La mujer de aspecto delicado y como “de buena familia”, está sentada
junto a la puerta de una casa, muy desarreglada y demacrada.
Hace tiempo que no consigue trabajo y vive en la calle, porque no puede
viajar a la ciudad todos los días desde su casa que ya no sabe cómo está. La
calle y el hambre corroen su aspecto delicado, y cuánto más por dentro se irá
derrumbando el ánimo por no encontrar trabajo. Con todo esto, su mismo aspecto
exterior va cambiando, y este mismo aspecto exterior desarreglado y demacrado
por el hambre le impide conseguir trabajo como en un círculo que se va cerrando
sobre su vida. Es cada vez más difícil que la escuchen, que la atiendan, que la
entiendan, que no la crean loca.
El amor, la caridad cristiana, no son algo secundario, algo lindo, algo
más..., el amor y la caridad cristiana son algo necesario, algo necesario para
poder vivir. ¿Qué será de nosotros? ¿Cómo haremos entre nosotros, si no tenemos
caridad?
El mínimo de caridad es la solidaridad. Esa solidaridad con la que nos
ayudamos unos con otros. ¿Quién puede valerse absolutamente solo en la vida?
Qué pasa si no nos ayudamos unos con otros, qué pasa si no tenemos en cuenta el
problema, la dificultad del otro... La vida se hace dura, difícil, y vemos cómo
algunos pocos viven bien y muchos viven mal, porque nos falta caridad.
El Señor, que nos ha dado el mandamiento del amor, nos dice también que
pidamos al Padre, en su nombre, lo que necesitamos. Pidamos que el mismo Señor
nos abra y nos ensanche el corazón para ser solidarios y buenos con los demás.
“Amaos los unos a los otros”, es el mandamiento de Jesús, y lleva ya 2000 años.
Cuando la tecnología nos permite reciclar todo, no consideremos
descartables a los seres humanos. CN
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