He conocido a
muchas personas que pasan de la formalidad de los rezos al gusto por la
oración. ¿Cuándo se da el cambio? Normalmente el cambio se da cuando se corrige
o mejora el propio concepto de oración, cuando se adoptan las actitudes
adecuadas y se recibe una gracia de Dios. ¿Cuál es el concepto correcto? y
¿Cuáles son las actitudes apropiadas? El siguiente elenco puede iluminar.
Para cada punto
hay dos alternativas. Repásalo con calma, preguntándote qué se ajusta más a tu
modo de pensar, tu modo de actuar o tu actitud de hecho en el día a día de tu
vida de oración.
1. ¿Recitación o
encuentro?
a) Mi oración
consiste en rezos, en pronunciar oraciones escritas como si fueran fórmulas mágicas
que “funcionan” por sí mismas. Muchas veces las recito de modo impersonal, sin
darme cuenta de lo que hago y de lo que digo. Veo la vida de oración sobre todo
como un quehacer, como actos o actividades piadosas.
b) Mi oración es
un encuentro de amistad con Dios. Creo que es lo más personal de mi vida y
abarca toda mi existencia. Mi oración es mi relación viva con Dios, que se
concreta en algunos momentos dedicados exclusivamente a Él y que procuro
prolongar a lo largo de toda la jornada, sabiendo que Dios me está mirando y
cuidando siempre.
Benedicto XVI lo
explicaba así en una audiencia general: “La relación con Dios es esencial en
nuestra vida. Sin la relación con Dios falta la relación fundamental, y la
relación con Dios se realiza hablando con Dios, en la oración personal
cotidiana y con la participación en los sacramentos; así esta relación puede
crecer en nosotros, puede crecer en nosotros la presencia divina que orienta
nuestro camino, lo ilumina y lo hace seguro y sereno, incluso en medio de dificultades
y peligros".
2. ¿Formalidades
o corazón?
a) Pongo más
atención en cumplir la formalidad del rito, en la materialidad de las fórmulas
que pronuncio, que en la actitud con que lo hago.
b) Centro mi
atención en poner todo el corazón cuando dialogo con Dios.
Jesucristo
también “dijo” sus oraciones, rezaba con los Salmos, pero no se quedaba en el
rito y la letra, sino que se dirigía a su Padre con todo su corazón de Hijo de
manera íntima y afectuosa: le llamaba Abbá, Padre querido.
“Eso hizo Jesús.
Incluso en el momento más dramático de su vida terrena, nunca perdió la
confianza en el Padre y siempre lo invocó con la intimidad del Hijo amado. En
Getsemaní, cuando siente la angustia de la muerte, su oración es: «¡Abbá,
Padre! Tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero,
sino como tú quieres» (Mc 14,36). (...) Tal vez el hombre de hoy no percibe
la belleza, la grandeza y el consuelo profundo que se contienen en la palabra
«padre» con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque hoy a menudo
no está suficientemente presente la figura paterna, y con frecuencia incluso no
es suficientemente positiva en la vida diaria. (...) Es precisamente el amor de
Jesús, el Hijo unigénito —que llega hasta el don de sí mismo en la cruz— el que
revela la verdadera naturaleza del Padre: Él es el Amor, y también nosotros, en
nuestra oración de hijos, entramos en este circuito de amor, amor de Dios que
purifica nuestros deseos, nuestras actitudes marcadas por la cerrazón, por la
autosuficiencia, por el egoísmo típicos del hombre viejo”. (Benedicto XVI,
23 de mayo de 2012)
3. ¿Apariencias
o verdad?
a) Sobre todo
cuido las apariencias exteriores del cumplimiento de mis compromisos
espirituales (el hacer). Voy a la oración sólo porque “tengo que cumplir” mis
compromisos espirituales y me limito a lo que es obligación estricta. Rezar me
resulta fastidioso y digo “tengo que rezar”.
b) Sobre todo
cuido la autenticidad profunda de mi encuentro personal con Dios (el ser). Me
acerco a Dios con humildad, mi relación con Él es de respeto y confianza. Me
presento con toda naturalidad como hijo, criatura, pecador y peregrino, ante su
Padre, Creador, Salvador y Guía. Voy a la oración con gusto, “porque quiero”
estar con Jesús y digo “quiero orar”.
4. ¿Técnicamente
correcto o diálogo familiar?
a) En mi oración
me preocupo mucho de aplicar correctamente el método establecido y de cumplir
lo que está prescrito. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí”. (Mc 7)
b) Mi oración es
un diálogo familiar, espontáneo, en un clima de profunda libertad interior,
íntimo y lleno de afecto, sobre la base de un método que he venido madurando y
personalizando.
5. ¿Palabras y
palabras o silencio y escucha?
a) Hablo demasiado
en la oración.
b) En mi oración
prevalecen el silencio y la escucha.
6. ¿Rutina o
frescura?
b) Voy a la
oración de manera rutinaria.
b) Procuro
afrontar mis espacios de oración de manera siempre fresca.
7. ¿Cronómetro o
tiempo de calidad?
a) Me preocupo
mucho de medir los tiempos en la oración.
b) Procuro que el
tiempo que dedico a Dios sea tiempo de calidad.
8. ¿Mucho pensar
o mucha fe?
a) Leo mucho en la
meditación, pienso mucho, hago muchos razonamientos, “hago teología”.
b) Lo que más me interesa
es Él, Su Palabra, descubrir y disfrutar Su presencia en la Eucaristía y en mi
propio corazón en un clima de fe y amor.
9. ¿Dispersión o
atención?
a) Mi tiempo de
oración se me va en distracciones, estoy disperso, pensando en otras cosas.
b) Mi oración es
atención amorosa a la presencia de Dios en mi corazón y en toda la creación y los
acontecimientos de mi vida.
“San Ireneo dijo
una vez que en la Encarnación el Espíritu Santo se acostumbró a estar en el
hombre. En la oración debemos acostumbrarnos a estar con Dios”. (Benedicto
XVI, audiencia del 20 de junio de 2012)
10. ¿Un peso que
soportar o fuente de paz?
a) Cuando termino
de rezar experimento liberación porque ya cumplí. Si en lo que piensas y haces
prevalece lo que está escrito en el inciso a) de los 10 puntos, es comprensible
que la oración te resulte cansada y fastidiosa. Lo más seguro es que después de
un tiempo termines por abandonarla.
b) Cuando termino
de rezar experimento la paz que produce el encuentro personal de amor con Dios.
Si lo que piensas y haces es lo que está en el inciso b) seguramente disfrutas
mucho tu vida de oración. No deja de ser exigente y costosa, pero cada día le
tomas más gusto y sientes el deseo y la necesidad de rezar.
Volvemos a la
pregunta inicial: ¿Cómo pasar de los rezos que cansan a la oración que se
disfruta? Si te identificas con algunas afirmaciones del inciso a)
sugiero que tomes una por una y te propongas hacer tuya la afirmación correspondiente
del inciso b).
Ten paciencia,
la transformación se da paulatinamente. Y lo más importante: Cultiva el deseo
de estar a Su lado, de crecer en tu amistad personal con Dios y pídele todos
los días: “Señor, enséñame a orar, dame la gracia de amarte cada día más y
mejor”.
En el primer
párrafo nos preguntábamos también ¿Cuándo se da el cambio? Y respondíamos:
Normalmente el cambio se da cuando se corrige o mejora el propio concepto de
oración, cuando se adoptan las actitudes adecuadas y se recibe una gracia de
Dios. Orar es una gracia que Dios nos quiere conceder. Y en nuestra relación
con Él, Él da el primer paso. Esta certeza ha de llenarnos de confianza y
alentar nuestra perseverancia en la oración cotidiana.
“En la Carta a
los Gálatas, de hecho, el Apóstol afirma que el Espíritu clama en nosotros
«¡Abbá, Padre!»; en la Carta a los Romanos dice que somos nosotros quienes
clamamos «¡Abbá, Padre!». Y san Pablo quiere darnos a entender que la oración
cristiana nunca es, nunca se realiza en sentido único desde nosotros a Dios, no
es sólo una «acción nuestra», sino que es expresión de una relación recíproca
en la que Dios actúa primero: es el Espíritu Santo quien clama en nosotros, y
nosotros podemos clamar porque el impulso viene del Espíritu Santo. Nosotros no
podríamos orar si no estuviera inscrito en la profundidad de nuestro corazón el
deseo de Dios, el ser hijos de Dios. Desde que existe, el homo sapiens siempre
está en busca de Dios, trata de hablar con Dios, porque Dios se ha inscrito a
sí mismo en nuestro corazón. Así pues, la primera iniciativa viene de Dios y, con
el Bautismo, Dios actúa de nuevo en nosotros, el Espíritu Santo actúa en
nosotros; es el primer iniciador de la oración, para que nosotros podamos
realmente hablar con Dios y decir «Abbá» a Dios”. (Benedicto XVI, 23 de mayo
de 2012). ES
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