Cuando algo se termina en nuestras vidas, el
Espíritu Santo quiere aprovechar para hacer nacer algo nuevo, para ayudarnos a
iniciar una nueva etapa.
Si nos hemos equivocado, si hemos fracasado, si hemos sido humillados, eso
no es la muerte. Tampoco es el fin del mundo. Sólo es el fin de un mundo. Pero
con el poder y el amor de Dios podemos crear otra vida nueva; otro mundo puede
nacer. En medio de una humillación Dios nos invita a amar la vida, a asumir nuevos
desafíos. Pero no se trata de conformarnos con cosas insignificantes.
Aunque nos hayamos equivocado tenemos derecho a iniciar cosas grandes, que
valgan la pena. ¿Por qué no? Quizás
la humillación que hemos sufrido sea una purificación que nos prepara para algo
más hermoso. No hay que dejar de confiar en las posibilidades que
Dios ha sembrado dentro de nosotros; hay que atreverse a más, ir por más,
buscar algo más.
Cuando empequeñecemos nuestra vida, atrofiamos
nuestras capacidades, y no es eso lo que quiere hacer el Espíritu Santo en
nosotros.
Nunca hay que dejarse morir, porque creemos en un Dios de la vida, que no
nos quiere medio muertos. Ninguna humillación tiene el derecho de arrasar con
esa vida que Dios ama. Al contrario, de las cenizas, el Espíritu Santo puede hacer surgir maravillas, si nosotros aceptamos
el desafío. VMF
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