Es
sin duda una de las frases más duras de Jesús para los oídos del hombre
contemporáneo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». ¿Qué puede
significar hoy esta exhortación evangélica?, ¿hay que volver de nuevo a un
cristianismo tenebroso y amenazador?, ¿hemos de entrar otra vez por el camino
de un moralismo estrecho?
No
es fácil captar con precisión la intención de la imagen empleada por Jesús. Las
interpretaciones de los expertos difieren. Pero todos coinciden en afirmar que
Jesús exhorta al esfuerzo y la renuncia personal como actitud indispensable
para salvar la vida.
No
podía ser de otra manera. Aunque la sociedad permisiva parece olvidarlo, el
esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si
alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y
placentero, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie
alcanza en la vida una meta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.
Esta
renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí
mismo, privándose de la dimensión placentera que entraña vivir saludablemente.
Se trata de asumir las renuncias necesarias para vivir de manera digna y
positiva. Así, por ejemplo, la verdadera vida es armonía. Coherencia entre lo
que creo y lo que hago. No siempre es fácil esta armonía personal. Vivir de
manera coherente con uno mismo exige renunciar a lo que contradice mi
conciencia. Sin esta renuncia, la persona no crece.
La
vida es también verdad. Tiene sentido cuando la persona ama la verdad, la busca
y camina tras ella. Pero esto exige esfuerzo y disciplina; renunciar a tanta
mentira y autoengaño que desfigura nuestra persona y nos hace vivir en una
realidad falsa. Sin esta renuncia no hay vida auténtica.
La
vida es amor. Quien vive encerrado en sus propios intereses, esclavo de sus
ambiciones, podrá lograr muchas cosas, pero su vida es un fracaso. El amor
exige renunciar a egoísmos, envidias y resentimientos. Sin esta renuncia no hay
amor, y sin amor no hay crecimiento de la persona.
La
vida es regalo, pero es tarea. Ser humano es una dignidad, pero es también un
trabajo. No hay grandeza sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio;
no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más graves de la sociedad permisiva
es confundir la «felicidad» con la «facilidad». La advertencia de Jesús
conserva toda su gravedad también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni
esta vida ni la eterna. JAP
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