Texto del Evangelio (Mt 7,7-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el
que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay
acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si
le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos
dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os
hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y
los Profetas».
«Todo el que pide
recibe; el que busca, halla»
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER
García (Rubí, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos habla de la
necesidad y del poder de la oración. No podemos entender la vida cristiana sin
relación con Dios, y en esta relación, la oración ocupa un lugar central.
Mientras vivimos en este mundo, los cristianos nos encontramos en un camino de
peregrinaje, pero la oración nos acerca a Dios, nos abre las puertas de su amor
inmenso y nos anticipa ya las delicias del cielo. Por esto, la vida cristiana
es una continua petición y búsqueda: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá» (Mt 7,7), nos
dice Jesús.
Al mismo tiempo, la oración va
transformando el corazón de piedra en un corazón de carne: «Si, pues, vosotros,
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro
Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt 7,11). El mejor resumen que podemos
pedir a Dios se encuentra en el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino,
hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (cf. Mt 6,10). Por tanto, no podemos pedir en la oración cualquier
cosa, sino aquello que sea realmente un bien. Nadie desea un daño para sí
mismo; por esto, tampoco no lo podemos querer para los demás.
Hay quien se queja de que Dios
no le escucha, porque no ve los resultados de manera inmediata o porque piensa
que Dios no le ama. En casos así, no nos vendrá mal recordar este consejo de
san Jerónimo: «Es cierto que Dios da a quien se lo pide, que quien busca
encuentra, y a quien llama le abren: se ve claramente que aquel que no ha
recibido, que no ha encontrado, ni tampoco le han abierto, es porque no ha
pedido bien, no ha buscado bien, ni ha llamado bien a la puerta». Pidamos,
pues, en primer lugar a Dios que haga bondadoso nuestro corazón como el de
Jesucristo.
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