miércoles, 19 de abril de 2023

Identidad y conciencia…

El sujeto social se construye desde una identidad. No puede fungir en el anonimato. Este es, tal vez, el mayor desafío en las actuales condiciones culturales, tanto por el creciente urbanismo como por los sistemas de comunicación electrónica, que tienden a masificar y despersonalizar.
Es necesaria la certeza de que a partir de la propia originalidad se debe participar en la obra común, y que las características personales son una posibilidad para el conjunto. El mejor tejido social es el que no abruma la riqueza de sus participantes, sino les respeta el espacio de integración precisamente considerando la aportación peculiar que puede dar en razón de sus afanes singulares, de sus talentos y aún de sus decisiones.
Pero existe también una identidad compartida, que se relaciona con la historia de cada grupo humano. Es la que hereda del pasado un bagaje de experiencia, una ‘hipótesis’ de humanidad probada, que ha manifestado sus alcances y sus riesgos. Como en el ámbito personal, la historia requiere ser digerida y asumida. En ello hay mucho que necesita ser asimilado.
El origen mestizo y pluricultural de nuestro país, en particular, conserva aún heridas que no han terminado de sanar. No será nunca negando el pasado como se pueda fortalecer la identidad. Como colectividad, proyectamos aún muchos ‘traumas’ históricos, que distan mucho de un equilibrio social. En la convivencia cotidiana se manifiestan en ocasiones con particular evidencia, y aún dramatismo.
“Una de las grandes tareas pendientes en nuestra historia es la reconciliación entre todos los que formamos esta gran Nación. Reconciliación con nuestro pasado, aceptando nuestras raíces indígenas y europeas, especialmente españolas, todas vigentes y actuales. Reconciliación con cada una de nuestras etapas valiosas e importantes en la conformación de nuestra cultura: el Virreinato, la Independencia, la Reforma, la Revolución, el Sistema Político Posrevolucionario y la actual experiencia de paulatina transición democrática” (CEM, Conmemorar nuestra historia desde la fe, n.129).
El sujeto social requiere cultivar su conciencia. Su propia profundidad, su mundo interior, no constituye el pretexto para alejarse del entorno, sino es el punto de partida y referencia de la identidad personal. Y en la medida en que más se cultive la interioridad, más posibilidades hay de que la participación social sea auténtica. Una más lúcida conciencia es antídoto contra relaciones superficiales, que inevitablemente vuelven frágil la cohesión social. Nuestro tiempo, fascinado por relaciones ‘de pantalla’ (en el doble sentido de virtuales y de apariencia), hace en ello muy endeble el compromiso humano. Entre más hondos son los cimientos, más confianza podemos tener en que el edificio no se derrumbe.
La conciencia es, en primer lugar, conocimiento de sí. Pero también, a partir de ello, ubicación en la realidad y responsabilidad en las acciones. En última instancia, formulación del sentido de la existencia y de la misma religiosidad. Decía el Concilio Vaticano II: “Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad” (Gaudium et spes, n. 16).
La conciencia tiene que ser formada, y en ello ocupa un lugar insustituible el tema de la relación con los demás. Reconocer y poner en práctica actitudes de cortesía, partiendo de la convicción del valor de cada ser humano, hace la convivencia civilizada y agradable. La espontaneidad silvestre que hoy se aplaude como afirmación de los individuos, alcanza niveles de grosería que están muy lejos de fomentar relaciones armoniosas. Lo más alarmante es que este tipo de conductas prevalecen en los niveles más selectos de la vida pública, y por lo mismo tienden a ser imitados, rasgando, polarizando y tensionando más el tejido social.
Participación, congruencia, identidad y conciencia: cuatro pistas para propiciar sujetos sociales. JLA

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