miércoles, 5 de abril de 2023

Sacrificio de salvación para todo el mundo…

En el Evangelio se nos dice: vendrán muchos de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios (Lc 13,29).
El universalismo cristiano es abierto por el sacrificio de la cruz, en la cual Jesús derrama su sangre por muchos, para el perdón de los pecados (Mt 26,28). Allí, en la cruz de Cristo, tienen acceso todos los hombres al Reino de Dios. 
La Misa, «representación objetiva y aplicación del sacrificio cruento del Calvario», se ofrece también por todos: se entregó a sí mismo para redención de todos (1 Tim 2,6), de ahí que San Juan Crisóstomo diga que el sacerdote que sacrifica «ora por todo el mundo y suplica a Dios sea propicio por los pecados de todos». 
Hay dos categorías de hombres que son los sujetos pro quo (por quien) se ofrece el sacrificio de la Misa: los vivos y los difuntos. 
Entre los vivos, unos son fieles justos, miembros vivos de Cristo y de la Iglesia; otros, pecadores, unidos a la Iglesia por el vínculo de la fe; otros, herejes y cismáticos y públicamente excomulgados; otros finalmente, infieles. 
Entre los muertos, unos son santos, en posesión de la felicidad eterna; otros, sujetos a expiación en las llamas del purgatorio. 
Por eso en la liturgia se dice: 
– «Sacrificio que te ofrecemos, ante todo, por la Iglesia Santa y Católica»; 
– «Acuérdate de tu Iglesia extendida por toda la tierra»; 
– que esta Víctima «traiga la paz y la salvación al mundo entero»; 
– «reúne a todos tus hijos dispersos por el mundo»; 
– «Sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo»; 
– «acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio… de todo el pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón»; 
– «acuérdate de cuantos viven en este mundo». 
De ahí que el sacrificio de la Misa, no solo puede aplicarse en la integridad de sus frutos a los bautizados vivientes, sino también por los infieles o no bautizados, tanto en general, por todos, cuanto en especial, por cada uno de ellos (siempre que no haya escándalo o se mezcle error o superstición). 
Por eso enseña San Pablo: 
Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad (1 Tim 2,1–2). San Pablo dice por todos los hombres, –aún por los reyes que eran infieles–, ya que Cristo murió por todos (2 Cor 5,15). Y habla de preces públicas, no de preces privadas. Por eso Tertuliano podía decir: «Sacrificamos por la salud del emperador». 
Dice San Juan Crisóstomo: «El sacerdote es como el padre común del orbe. Conviene, pues, que el sacerdote cuide de todos, como Dios de quien es sacerdote». ¿Qué significa ante todo? Significa en el culto diario. 
Y San Agustín: «Que ninguno, dada la estrechez de mira del humano conocimiento, juzgue que estas cosas no se han de hacer por aquellos de quien la Iglesia sufre persecución, puesto que los miembros han de ser reclutados de entre los hombres de toda raza y linaje». 
Los infieles no son oferentes (como los bautizados); sin embargo, la Misa puede ofrecerse en su favor. No se ofrece por ellos en calidad de cooferentes –como los bautizados–, sino que se ofrece por ellos para que, si lo quisieren, se conviertan de infieles en fieles. 
La Eucaristía, en cuanto sacrificio, tiene efecto también en otros por quienes se ofrece, en los que no preexige la vida sobrenatural en acto, sino sólo en potencia. 
El sacrificio de la Misa puede ofrecerse por los infieles de dos maneras: 
– Indirectamente: ofreciéndolo por la paz y prosperidad de la Iglesia y por su extensión en todo el mundo, y por tanto, por la conversión de los mismos infieles, ya que la Iglesia se aumenta y dilata por la conversión de los paganos. 
En la anáfora de San Serapión: «Reúne tu santa Iglesia de toda gente y de toda tierra, de toda ciudad y pueblo, y casa, y haz una Iglesia católica, viva». Se ve que ningún hombre es extraño a la Iglesia. Sólo se hace extraño a la Iglesia cuando se le termina el tiempo del vivir en este mundo, si muere rebelándose contra la voluntad de Dios, sin arrepentimiento. Cosa que sólo puede juzgar Dios. 
– Directamente: impetrando el bien espiritual y temporal de los infieles que convenga a su salvación. 
Queridos hermanos, tener un corazón sacerdotal es tener un corazón semejante al de Cristo: él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4), por eso mandó a los apóstoles: Id por todo el mundo... (Mc 16,15) ¿Trabajamos sobre nosotros mismos para tener un corazón así? 
Un corazón sacerdotal debe ser universal, debe tener solicitud por todas las Iglesias (2 Cor 11,28), debe tener preocupación para que el Reino de Dios se extienda por toda la tierra. Debe tener un corazón ancho como el mundo. 
Un corazón sacerdotal debe hacer todo lo que está a su alcance para la extensión del Reino de Dios sobre la tierra. ¿Hago todo lo que puedo? ¿Aprovecho la Misa diaria para unirme al Corazón Sacerdotal de Cristo en esta intención? ¿Busco ampliar mi mente y ensanchar mi corazón... hasta las islas lejanas (Sir 47,16), hasta los confines de la tierra (Mi 5,3)? 
No debe haber barrera, ni lingüística, ni cultural, ni política, ni económica, que nos impida acercar a Cristo a los hombres, porque la Santa Misa es sacrificio de salvación para todo el mundo. CMB

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