En el Evangelio se nos dice: vendrán muchos de oriente y de
occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios (Lc 13,29).
El universalismo cristiano es abierto por el sacrificio de la
cruz, en la cual Jesús derrama su sangre por muchos, para el perdón de los
pecados (Mt 26,28). Allí, en la cruz
de Cristo, tienen acceso todos los hombres al Reino de Dios.
La Misa, «representación objetiva y aplicación del sacrificio
cruento del Calvario», se ofrece también por todos: se entregó a sí mismo para
redención de todos (1 Tim 2,6), de
ahí que San Juan Crisóstomo diga que el sacerdote que sacrifica «ora por todo
el mundo y suplica a Dios sea propicio por los pecados de todos».
Hay dos categorías de hombres que son los sujetos pro quo
(por quien) se ofrece el sacrificio de la Misa: los vivos y los difuntos.
Entre los vivos, unos son fieles justos, miembros vivos de
Cristo y de la Iglesia; otros, pecadores, unidos a la Iglesia por el vínculo de
la fe; otros, herejes y cismáticos y públicamente excomulgados; otros
finalmente, infieles.
Entre los muertos, unos son santos, en posesión de la
felicidad eterna; otros, sujetos a expiación en las llamas del purgatorio.
Por eso en la liturgia se dice:
– «Sacrificio que te ofrecemos, ante todo, por la Iglesia
Santa y Católica»;
– «Acuérdate de tu Iglesia extendida por toda la tierra»;
– que esta Víctima «traiga la paz y la salvación al mundo
entero»;
– «reúne a todos tus hijos dispersos por el mundo»;
– «Sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo»;
– «acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este
sacrificio… de todo el pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón»;
– «acuérdate de cuantos viven en este mundo».
De ahí que el sacrificio de la Misa, no solo puede aplicarse
en la integridad de sus frutos a los bautizados vivientes, sino también por los
infieles o no bautizados, tanto en general, por todos, cuanto en especial, por
cada uno de ellos (siempre que no haya escándalo o se mezcle error o
superstición).
Por eso enseña San Pablo:
Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones,
súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos
los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y
apacible con toda piedad y dignidad (1 Tim
2,1–2). San Pablo dice por todos los hombres, –aún por los reyes que eran
infieles–, ya que Cristo murió por todos (2
Cor 5,15). Y habla de preces públicas, no de preces privadas. Por eso
Tertuliano podía decir: «Sacrificamos por la salud del emperador».
Dice San Juan Crisóstomo: «El sacerdote es como el padre
común del orbe. Conviene, pues, que el sacerdote cuide de todos, como Dios de
quien es sacerdote». ¿Qué significa ante todo? Significa en el culto diario.
Y San Agustín: «Que ninguno, dada la estrechez de mira del
humano conocimiento, juzgue que estas cosas no se han de hacer por aquellos de
quien la Iglesia sufre persecución, puesto que los miembros han de ser
reclutados de entre los hombres de toda raza y linaje».
Los infieles no son oferentes (como los bautizados); sin
embargo, la Misa puede ofrecerse en su favor. No se ofrece por ellos en calidad
de cooferentes –como los bautizados–, sino que se ofrece por ellos para que, si
lo quisieren, se conviertan de infieles en fieles.
La Eucaristía, en cuanto sacrificio, tiene efecto también en
otros por quienes se ofrece, en los que no preexige la vida sobrenatural en
acto, sino sólo en potencia.
El sacrificio de la Misa puede ofrecerse por los infieles de
dos maneras:
– Indirectamente: ofreciéndolo por la paz y prosperidad de la
Iglesia y por su extensión en todo el mundo, y por tanto, por la conversión de
los mismos infieles, ya que la Iglesia se aumenta y dilata por la conversión de
los paganos.
En la anáfora de San Serapión: «Reúne tu santa Iglesia de
toda gente y de toda tierra, de toda ciudad y pueblo, y casa, y haz una Iglesia
católica, viva». Se ve que ningún hombre es extraño a la Iglesia. Sólo se hace
extraño a la Iglesia cuando se le termina el tiempo del vivir en este mundo, si
muere rebelándose contra la voluntad de Dios, sin arrepentimiento. Cosa que
sólo puede juzgar Dios.
– Directamente: impetrando el bien espiritual y temporal de
los infieles que convenga a su salvación.
Queridos hermanos, tener un corazón sacerdotal es tener un
corazón semejante al de Cristo: él quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim
2,4), por eso mandó a los apóstoles: Id por todo el mundo... (Mc 16,15) ¿Trabajamos sobre nosotros
mismos para tener un corazón así?
Un corazón sacerdotal debe ser universal, debe tener
solicitud por todas las Iglesias (2 Cor
11,28), debe tener preocupación para que el Reino de Dios se extienda por
toda la tierra. Debe tener un corazón ancho como el mundo.
Un corazón sacerdotal debe hacer todo lo que está a su
alcance para la extensión del Reino de Dios sobre la tierra. ¿Hago todo lo que
puedo? ¿Aprovecho la Misa diaria para unirme al Corazón Sacerdotal de Cristo en
esta intención? ¿Busco ampliar mi mente y ensanchar mi corazón... hasta las
islas lejanas (Sir 47,16), hasta los
confines de la tierra (Mi 5,3)?
No debe haber barrera, ni lingüística, ni cultural, ni
política, ni económica, que nos impida acercar a Cristo a los hombres, porque
la Santa Misa es sacrificio de salvación para todo el mundo. CMB
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