En
el libro III de la ‘Ética nicomáquea’, Aristóteles profundizaba en este tema,
por la importancia que tiene para llegar a buen puerto.
Una
decisión tomada a prisas, sin atención a los detalles, incluso sin recurrir a
consejos cuando fuese necesario, puede llevar a resultados dañinos para uno
mismo y para otros.
Al
revés, una decisión tomada con prudencia, tras una atenta deliberación sobre
los medios adecuados y los aspectos implicados, puede ayudar a alcanzar la meta
deseada.
Desde
luego, la reflexión sobre la meta tiene una importancia mayor, pues las
deliberaciones se hacen sobre los medios que llevan a tal meta. Cuando esa meta
es intrínsecamente mala, la deliberación está herida de muerte.
Si
nos fijamos en el caso de quien ha escogido metas buenas, deliberar ayuda no
solo a ver los medios mejores, sino las posibilidades reales de éxito.
El
caso típico de quien delibera si para ir a ver a un amigo usará el metro, el
autobús, el coche o la bicicleta, muestra lo importante que es sopesar los pros
y los contras de cada opción y buscar la más adecuada para cada situación.
Al
deliberar resulta también importante no solo tener en cuenta las propias
posibilidades, sino en qué sentido usar un medio u otro puedan afectar a los
demás.
Porque,
conviene recordarlo, no vivimos solos. Estamos rodeados de familiares, amigos,
compañeros de trabajo y conocidos, que son afectados por las decisiones que
tomemos.
Y,
si miramos a un horizonte más amplio, también la ciudad, el país, el mundo
entero, pueden recibir efectos positivos o negativos desde la decisión de quien
escoge un medio mejor o peor.
Llega
la hora de deliberar. Una meta buena ha llamado la atención de nuestros
corazones. Ahora toca buscar qué camino nos acercará a ella, y en qué manera
tal camino será no solo eficaz, sino también benéfico para todos. FP
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