El
modo de enseñar de Jesús provocó en la gente la impresión de que estaban ante
algo desconocido y admirable. Lo señala el evangelio más antiguo y los
investigadores piensan que fue así realmente. Jesús no enseña como los «letrados»
de la Ley. Lo hace con «autoridad»: su palabra libera a las personas de
«espíritus malignos».
No
hay que confundir «autoridad» con «poder». El evangelista Marcos es preciso en
su lenguaje. La palabra de Jesús no proviene del poder. Jesús no trata de
imponer su propia voluntad sobre los demás. No enseña para controlar el
comportamiento de la gente. No utiliza la coacción.
Su
palabra no es como la de los letrados de la religión judía. No está revestida
de poder institucional. Su «autoridad» nace de la fuerza del Espíritu. Proviene
del amor a la gente. Busca aliviar el sufrimiento, curar heridas, promover una
vida más sana. Jesús no genera sumisión, infantilismo o pasividad. Libera de
miedos, infunde confianza en Dios, anima a las personas a buscar un mundo
nuevo.
A
nadie se le oculta que estamos viviendo una grave crisis de autoridad. La
confianza en la palabra institucional está bajo mínimos. Dentro de la Iglesia
se habla de una fuerte «devaluación del magisterio». Las homilías aburren. Las
palabras están desgastadas.
¿No
es el momento de volver a Jesús y aprender a enseñar como lo hacía él? La
palabra de la Iglesia ha de nacer del amor real a las personas. Ha de ser dicha
después de una atenta escucha del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Ha
de ser cercana, acogedora, capaz de acompañar la vida doliente del ser humano.
Necesitamos
una palabra más liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del
Espíritu. Una enseñanza nacida del respeto y la estima de las personas, que
genere esperanza y cure heridas. Sería grave que, dentro de la Iglesia, se
escuchara una «doctrina de letrados» y no la palabra curadora de Jesús que
tanto necesita hoy la gente para vivir con esperanza. JAP
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