Los
cristianos de Corinto tenían algunos problemas que Pablo quiere que corrijan.
Uno de los principales era su falta de unidad, de cercanía entre todos los
miembros de la comunidad. Había grupos que no compartían las mismas ideas, e
incluso acusaban a los otros de estar equivocados. Uno de los motivos de
discusión eran los «carismas» de cada grupo. Frente a esta desunión, Pablo
quiere ir al núcleo más hondo de todos los carismas, a lo que realmente
importa. Y lo descubre precisamente en el amor, escribiendo el Himno del Amor (1 Cor 13). A Pablo no le interesa tanto
que los Corintios comprendan su mensaje; tienen que escucharlo con la mente y
con el corazón, tienen que convertirlo en vida, hacerlo fructificar. Y para
ello no hay nada mejor que mover el interior de las personas, con un himno
lleno de fuerza.
Pablo
dedica quince expresiones a hablar del amor cristiano: “El amor es paciente y
bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero, ni egoísta;
no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que
encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo aguanta” (1 Cor 13,4-7).
Puesto que este texto se explica por sí solo, lo mejor es llevarlo a la
oración. Cada una de las palabras que escribe Pablo quiere que nos las
apliquemos a nosotros mismos. Nos podemos ir preguntando ante Dios: ¿soy yo
paciente?, ¿soy yo bondadoso? etc. Está claro que Pablo presenta un ideal muy
elevado. No hacemos revisión de nuestra vida para decepcionarnos de nosotros
mismos, sino para reconocer con humildad cuánto nos sigue ayudando Dios a
mejorar. La conclusión de esta oración debe ser siempre «gracias, Señor, por
darme la fuerza para crecer en amor». FSG
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