No resulta
fácil hablar de renuncia, de abnegación, de sacrificio. En parte, porque cuesta
dejar aquello que nos gusta, lo que da seguridades. En parte, porque nadie
prescinde de algo si no tiene claro que va a conseguir una cosa mejor.
Pero para el
cristiano la renuncia es algo fundamental, que nace del mismo Evangelio y que
permite abrirnos a la experiencia maravillosa de la misericordia recibida y
compartida.
Jesús mismo
dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá,
pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,24 25).
Ahí está la
clave: uno pierde y deja algo, porque espera conquistar, ganar, algo mucho
mejor. ¿Qué es eso mejor? Es la intimidad con Dios, es la victoria sobre el
pecado, es la vida que inicia aquí y llega hasta la eternidad.
Hace años,
Renzo Buricchi (1913-1983), un laico
italiano sin estudios académicos pero lleno de una fe profunda y viva, explicaba
cómo la renuncia nos libera de los lazos de Satanás y nos abre a la experiencia
cristiana.
“Solamente en
la renuncia Satanás no tiene poder; a él se le ha dado el poder de estar en
todas partes, menos en la renuncia en la cual no tiene permiso de entrar.
Satanás fue
derrotado en las tentaciones de Cristo porque Cristo renunció a todo lo que
aquel le ofrecía. Hubiera sido suficiente una mínima concesión y Cristo mismo
habría sido arrastrado” (Renzo Buricchi,
en el libro de M. Pierucci, ‘Un cipresso per maestro’, Cantagalli, Siena 2011,
p. 192).
Entonces, cada
vez que renunciamos a un capricho en la comida o en la bebida, a una palabra de
más que solo sirve para envanecernos, a una compra superflua, a un tiempo
dedicado a Internet sin ningún provecho, salimos de las tinieblas, rompemos las
cadenas de Satanás, y nos disponemos a recibir la vida verdadera.
Renuncia: una palabra que asusta,
porque pensamos que dejamos, que perdemos, y que así aumentarán los problemas.
En realidad, una renuncia bien llevada eleva el corazón al mundo del espíritu,
abre el alma a la gracia, permite tener los ojos y la voluntad disponibles para
ver y acudir en ayuda ante tantas necesidades de nuestros hermanos... FP
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