En la última
década se ha incrementado el índice de violencia social. La división ocasionada
por ideologías extremas de derechas e izquierdas y que ha permeado a la
sociedad, y por ende a la familia, ha producido un ambiente demasiado tóxico en
algunos sectores: familias peleando por un candidato político, amigos
insultándose y dejándose de hablar por disparidades de opinión, y ni qué decir
de cómo se ha propagado la tendencia de aceptar como normal el andar promoviendo
y creyendo en teorías de la conspiración.
No deberíamos
acostumbrarnos a vivir en un ambiente de violencia, pero la raíz de todo esto
está, lamentablemente, en el ámbito familiar, en la educación que se ha
perdido, en los valores que se han esfumado. Es verdad que ha habido un proceso
de cambio cultural en las familias, donde ha habido mejoras en el campo
profesional, de estilos y calidad de vida; pero también es cierto que el
respeto, la exigencia, los límites, por decir solo algunos de los valores, cedieron
mucho terreno al capricho, la falta de respeto, la pérdida de una sana
exigencia y limitación por los bienes materiales. Desde muy temprana edad, el
uso de celulares, tabletas electrónicas, series de televisión con extrema
violencia y actividad sexual de todo tipo, la proliferación de vídeos en
tik-tok con ‘retos’ que solo han destruido a los adolescentes. ¿Dónde están los
papás?
Esto que
estamos viviendo hoy no es fruto del azar ni tampoco es algo que se cocinó en
el microondas en 30 segundos; es el resultado de un proceso lento de una
pérdida de conciencia de lo que es el sentido de lo humano. Ya no hablemos ni
siquiera del sentido espiritual, quedémonos solo en la cuestión humana. ¿Cuándo
vamos a despertar de este letargo?
Los padres de
familia, ¿son realmente conscientes de lo que ven sus hijos por internet, de lo
que ven en las plataformas de televisión, de lo que traen en el historial de su
celular? ¿Son conscientes de cómo tratan a sus amistades, o de cómo sus
amistades tratan a sus hijos? ¡Qué tan fáciles son, a veces, los papás en
justificar las conductas de los hijos! Pero cuántas veces una sana corrección
puede ser el punto de equilibrio para que ese niño o esa niña no crezcan
con distorsiones en sus valores.
Pero primero,
analicemos si los padres de familia tienen claros cuáles son los valores que se
han difuminado, qué entienden por respeto, qué entienden por límites, si ellos
mismos son conscientes de la necesidad de rectificar el rumbo.
La violencia
extrema que se vive puede revertirse, siempre y cuando empecemos desde la casa.
R
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