“Había entre los fariseos un hombre, llamado
Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabí, sabemos
que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie hace los prodigios que
tú haces si Dios no está con él” (Jn).
El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo
exigente. Sus compañeros fariseos se han declarado pronto contrarios a Jesús, a
pesar de hechos patentes como los milagros y la autoridad con que Él hablaba.
Se imponía la necesidad de una conversación sincera, sin discusiones
apasionadas, con buena voluntad, y llegando al fondo, para aclarar la cuestión.
¿Es el Mesías?
El dilema era clave, y no admitía dilación ¿era Jesús realmente el
Mesías, o no? Admite que es Maestro, pues lo ha oído; también acepta que ha
venido de parte de Dios, pues ha visto los milagros; pero, ¿es posible llegar
más lejos? Ahí radica su duda y su búsqueda cautelosa. La introducción está
llena de respeto y delicadeza, pero Jesús supera de inmediato las amabilidades
corteses, y va a lo hondo; necesita golpear con fortaleza para ver si sus
palabras son sinceras, o son suaves por fuera, y falsas por dentro. Jesús
contestará a Nicodemo en dos niveles: primero hablando de una vida nueva,
luego, cuando ve que no entiende, eleva su mirada haciéndole comprender que su
ciencia era muy poca y que necesita humildad para entender las verdades
divinas.
La respuesta de
Jesús
Así fue la respuesta del Señor: “En verdad, en verdad te digo
que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”. Jesús centra
su respuesta en la salvación que ha venido a traer. La nueva vida es una
victoria sobre el pecado y un participar en la misma vida de Dios. Ante un
sabio se puede expresar con profundidad. No se trata sólo de cumplir la ley,
sino de vivir una nueva vida, que viene de lo alto y que -a la vez permite
cumplir la ley- elevando a la vida divina. Es lo que luego los cristianos
llamaremos la filiación divina, que nos consigue la gracia santificante y
realiza una auténtica participación en la vida divina de una manera soberana.
Nicodemo no
entiende y Jesús le aclara
Nicodemo no entiende la respuesta del Señor pues responde: “¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de
su madre y nacer?”. Es patente la dificultad de Nicodemo para entender las
palabras espirituales de Jesús; su interpretación es humana. Quizá, pensaba en
las objeciones a la reencarnación defendida por los hindúes en el lejano
Oriente y por los órficos, los pitagóricos y casi todos los grandes filósofos
griegos en Occidente. La intervención parece la típica de un intelectual
acostumbrado a la discusión y defensor de la unidad del ser humano. Lo seguro,
es que no entiende que se pueda dar un nuevo nacimiento eterno y espiritual.
La prefiguración
del Bautismo
Jesús se lo aclara a través de ejemplos. “En verdad, en verdad
te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino
de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu
es. No te sorprendas de que te he dicho que es preciso nacer de nuevo. El
viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde
va, así es todo nacido del Espíritu”(Jn). Cristo habla a Nicodemo de algo
que él conocía bien: el bautismo de Juan realizado con agua. Este bautismo era
un símbolo a través del cual movía a penitencia a los que se acercaban a él;
les movía a arrepentirse de sus pecados. Pero el Maestro añade algo nuevo: la
acción de Espíritu. Dios concederá con el nuevo bautismo el perdón pedido, y lo
hace al modo divino, ya que no sólo perdona el pecado, sino que, además, eleva
al hombre a la vida divina. La respuesta va precisando lo que quiere decir
Jesús con la imagen del nuevo nacimiento.
Pero Nicodemo continúa sin entender “¿Cómo puede ser esto?”.
Entonces Jesús emplea unas palabras aparentemente duras. Le dice “¿Tú
eres maestro de Israel y lo ignoras?”. Es como decirle: ya ves que no
basta toda tu ciencia de maestro de Israel, ni siquiera tu buena voluntad; es
necesario superar una barrera nueva. Jesús está llamando ignorante a uno de los
sabios del momento. Estas palabras podían ser recibidas mal por Nicodemo; y hubiera
podido contestar con arrogancia que él era sabio oficial, mientras que Jesús
era un artesano sin estudios que no ha frecuentado ninguna de las grandes
escuelas de Israel: sería la reacción del orgullo. Pero Nicodemo no incurre en
ella, porque busca sinceramente la verdad; le pesa demasiado el fardo de las
interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero muertas, o poco
espirituales; sabe que ese modo de pensar le frena para poder entender.
El anuncio de la
cruz
Jesús le aclarará que ahí está la raíz del rechazo de sus amigos
fariseos y del conjunto del Sanedrín. Necesitan convertirse con humildad y
rechazar el pecado: “En verdad, en verdad te digo que hablamos de
lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís
nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais
a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino
el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo
el que crea tenga vida eterna en él” (Jn). Así, veladamente Cristo
le señala el sacrificio que se realizará en la cruz, pero Nicodemo ahora no
puede entender estas cosas.
Las dificultades con las que se va a enfrentar Jesús son más fuertes que
las cuestiones de dinero o de poder; se trata de cuestiones de fe, que toca las
más hondas caras del pecado. De momento, Nicodemo escucha.
La conversión
Jesús le aclara en qué consiste la conversión y la salvación que ha
venido a traer: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo
Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no
cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, ya que sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal
odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el
que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de
manifiesto, porque han sido hechas según Dios” (Jn)
Ante Nicodemo, Jesús se manifiesta como Maestro que habla con autoridad.
Dialoga, pero desde el que sabe que posee toda la verdad y la manifiesta
poniéndose a su nivel de su interlocutor. Jesús es doctor de una nueva verdad
que puede ser aceptada por los hombres de buena voluntad se encuentre en el
nivel que se encuentren. Jesús, con Nicodemo, puede hablar con profundidad y
decir que lo que viene a traer es más que una reforma moral, se trata de un
descendimiento de la vida de Dios a los hombres. Dios ama tanto a los hombres
que quiere liberarlos del pecado e incorporarlos a una unión viva con Él. Jesús
ha desvelado un poco el modo de realizar esa gran obra, al hablar de la
serpiente elevada en el desierto, la cruz se apunta pero aún no se palpa ese
exceso de amor de Dios por los hombres. Sin embargo, Nicodemo puede captar,
mejor que la mayoría de los suyos, la grandeza de lo que está sucediendo ante
sus ojos. Creer en ello es un obsequio de su libertad. EC
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