Los sentimientos de Tomás
Su intrepidez, unos
días antes al animar a todos a ir con Jesús aunque sea hasta la muerte fue
sincera; pero había presunción. Tomás había confiado mucho en sus fuerzas y en
su amor en el Maestro. Sus declaraciones le traicionan, y el que más pretendió,
más se hundió. Quiso ser el más valiente, y se siente el más humillado, por eso
no se atreve a volver con los demás. Estaba destrozado, roto, humillado.
Tomás no estaba con
los demás en el Cenáculo el Domingo de Resurrección por la tarde. Parece
probable que los diez apóstoles, o alguno de ellos, buscase al desanimado Tomás
para ayudarle a volver al redil. Habían escuchado directamente del Maestro la
alegoría del Buen Pastor, y podían unir la solicitud por la búsqueda del
hermano perdido con el encuentro deseado con el amigo que sufre.
La amistad siempre
ha sido el principal instrumento apostólico; pero ahora se trata de demostrar
un cariño que no retrocede ante el error o la vacilación. Y Tomás lo estaba
pasando muy mal.
La alegría de los
Diez, y la de las mujeres, unida a la serenidad gozosa de María Santísima -la
que nunca dudó- contrastarían con el aspecto taciturno y dolorido de Tomás. Por
así decirlo, Tomás no se perdona a sí mismo el haber sido cobarde, y casi
traidor, pues así se considera él a sí mismo. Y, como suele ocurrir, la
tristeza formaría como un velo en su mente que le impide ver con claridad lo
que ocurre a su alrededor.
La tristeza
Los demás
discípulos le anuncian el gozo de la resurrección con una cierta
exaltación: “¡Hemos visto al Señor!”(Jn). Es comprensible que
uniesen toda clase de datos unidos a sus impresiones. Las conversaciones se
superpondrían unas a otras. Pero Tomás permanece aferrado a su tristeza y les
responde: “Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi
dedo en la señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”(Jn).
Es muy posible que
su resistencia a creer a sus amigos se deba más al orgullo herido que al
racionalismo. Se creía tan valiente que su cobardía se convierte en una herida
difícil de cerrar. Se había confesado fiel y amador del Maestro, pero falló. Y
se aferra a los sentidos, como no queriendo engañarse de nuevo. No quiere que
su capacidad de entusiasmo se desborde de nuevo y vuelva a caer tan bajo como
se encuentra ahora. La duda de Tomás es fruto más de orgullo herido que de
incredulidad. Tomás es un valiente derrotado, que no sabe perder.
Jesús se dirige a Tomás
El domingo
siguiente: “estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Estando cerradas las puertas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz
sea con vosotros” (Jn). Tomás debió sentir que todo se agitaba en su
interior: ¡era verdad lo que le habían dicho los suyos! Y un nuevo dolor se
sumó a los anteriores que rompían su alma: “no he sido capaz de creer a
mis hermanos, he fallado una vez más”; pero ahora la alegría de ver de
nuevo a ‘su’ Jesús disipa el desaliento, y la luz divina llega
dentro, porque hondo era el dolor y la oscuridad que le acongojaban.
Entonces Jesús se
dirigió a él personalmente: “Después dijo a Tomás: trae aquí tu dedo y
mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino
creyente” (Jn). Y llega la luz a la mente antes en penumbras: “Jesús
no sólo es el Maestro bueno, o sólo el Mesías, ¡es verdaderamente Dios!” y
tocando las llagas dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn).
Un acto de fe
Es el acto de fe
más extraordinario y explícito de todos los evangelios. Pedro había declarado
que Jesús era el Hijo de Dios vivo, pero ahora Tomás, viéndole a Él, resucitado,
tocando un cuerpo, declara que Jesús es Dios. No se puede expresar de modo más
claro la divinidad del Maestro. Una vez más, de los males Dios saca bienes, y
de los grandes males grandes bienes. Si la incredulidad de Tomás fue grande,
mayor fue su acto de fe.
Dios permitió las
dudas de Tomás para dejar un signo a los que viniesen detrás. Algunos no creen,
aunque vean. Basta pensar en los testigos de milagros. Otros creen sin ver
nada. Tomás es como la ayuda sensible para los que piden algunas pruebas de que
el cuerpo del Resucitado es real, aunque glorioso, tangible. Tomás tocó a
Cristo como Hombre, y creyó en Jesús como Dios.
El leve reproche de
Jesús a Tomás es un aliento para la fe de los que vendrán: “Porque me
has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído” (Jn).
En las palabras de
Tomás es posible ver, junto al acto de fe, un acto de contrición; dolor de
amor, por no haber sabido estar a la altura de la circunstancias. La paz inundó
su alma. Pudo comprobar cómo la fe está unida a la caridad. Y junto a la luz de
la fe que experimentaba, comprobó la dulzura de la caridad divina que le
perdonaba y le introducía en la vida nueva ganada por Jesucristo. Tomás era ya
un hombre nuevo. Cn
No hay comentarios.:
Publicar un comentario