Creo que el sacerdote a quien usted oyó dijo una
gran verdad, y por cierto ‘evangélica’, pues es Jesús quien dijo: Si el Hijo os
diere libertad, seréis realmente libres (Jn
8,36). El texto griego de San Juan usa el adverbio óntos,
trasladado al latín por vere: ‘verdaderamente libres’; y
el Lexicon Graecum del Nuevo Testamento lo define: “por
este vocablo se opone tácitamente una cosa verdadera a otra ficticia, falsa,
aparente – una cosa absolutamente cierta a otra dudosa”. Por tanto se afirma
–implícitamente al menos– la existencia de una libertad que no es real.
De hecho por ‘libertad’ podemos referirnos a cosas
diversas.
Hay (primeramente) una libertad ‘perversa’: aquella
en que uno abusa de su libertad para pecar; se trata, si podemos decirlo así,
de ‘estar liberados –o alejados– de la santidad’.
Hay (en segundo lugar) otra libertad que debe ser
llamada ‘vana’ o ‘ilusoria’; es la libertad de los carnales; los que se creen
libres porque no llevan pesadas cadenas de hierro; pero nada dice de las
cadenas interiores y morales; es vana porque los hombres creen ser libres
porque no ven barrotes o rejas en las ventanas de su habitación, olvidando los
cepos y grilletes que esclavizan el corazón con el vicio y el pecado: quien obra
el pecado es esclavo del pecado (Jn
8,34).
Finalmente existe una libertad espiritual y
verdadera. Es la libertad que da la gracia por la que se carece de los negreros
lazos del pecado. Y aún ésta conoce grados:
Puede encontrarse en un estado imperfecto; y tal es
la que podemos alcanzar en esta vida; porque aquí, aun viviendo en gracia, la
carne lucha contra el espíritu, sin permitirnos realizar todo el bien que
queremos: Pues la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la
carne; como que estas cosas son contrarias entre sí; de manera que no hagáis lo
que queréis (Gal 5,17).
Pero puede alcanzarse un estado pleno y perfecto:
en la Gloria celestial. Allí se dará lo que dice San Pablo: La misma creación
será liberada de la servidumbre (Ro
8,21). Porque allí no habrá ningún mal, nada que incline al mal, nada que
oprima. Será la total libertad de la culpa y de la pena; libertad de todo miedo
y preocupación.
Esta libertad solo el Hijo la puede dar, porque Él
se rebajó anonadándose hasta tomar forma de esclavo (Fil 2,7). Es su esclavitud la que nos ha liberado. MAF
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