La noche cae sobre la tierra, y con ella, el manto del silencio envuelve
el mundo. Es Sábado Santo, un día de espera y reflexión. En el corazón de la
Santísima Virgen María, el silencio es ensordecedor, un reflejo de su alma que
guarda el dolor más profundo: el de una madre ante la cruz.
María, en su soledad, contempla la cruz vacía. Su fe se pone a prueba,
pero su esperanza no se desvanece. En su dolor, encuentra la fuerza para creer
en la promesa de la resurrección, en el misterio que se desvelará con el alba.
La Virgen Madre se convierte en guardiana del misterio, del amor
inquebrantable que Dios manifiesta en esta vigilia. Su corazón, aunque
desgarrado por la pérdida, se mantiene firme en la fe, un faro para todos
aquellos que buscan luz en la oscuridad.
En este Sábado Santo, somos invitados a acompañar a María en su vigilia.
A entrar en el misterio no con la mente, sino con el alma. A dejar que el
asombro y la contemplación nos lleven más allá de lo tangible, hacia la verdad
que solo el corazón puede comprender.
María nos enseña que entrar en el misterio requiere humildad. Dejar de
lado el orgullo y reconocer nuestra fragilidad humana. Es en nuestro
reconocimiento de ser criaturas imperfectas donde encontramos la verdadera
grandeza.
La humildad de María es un llamado a abrazar nuestras propias
limitaciones. A aceptar que, como ella, somos seres de virtudes y defectos,
necesitados de perdón y redención.
La noche avanza, y con ella, la expectativa crece. María nos muestra que
la adoración es la clave para desbloquear el misterio de la fe. Es en la
adoración donde nos vaciamos de nosotros mismos y nos llenamos de lo divino.
Al amanecer, algunas mujeres, inspiradas por la fe inquebrantable de
María, se aventuran hacia la tumba. Lo que encuentran es un mensaje de
esperanza: la tumba está abierta, la muerte ha sido vencida.
Ellas, al igual que María, no se dejaron paralizar por el miedo o el
dolor. Su amor y su fe las impulsaron a actuar, a ser testigos de la promesa
cumplida, del misterio revelado.
En este Sábado Santo, que la
figura de María nos inspire a todos. Que su dolor, su fe y su esperanza nos
guíen para entrar en el misterio de la Pascua, para pasar de la muerte a la vida,
para encontrar en el silencio la voz de Dios que nos habla de amor y
resurrección.
Cn
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