Cada
paso acorta las distancias. El cansancio aparece. El frío o el calor asustan.
A
pesar de todo, sigue vivo el deseo de llegar a esa meta que anhelamos.
Allá
encontraremos a un amigo sincero, o un paisaje entrañable, o un familiar
necesitado, o simplemente un lugar lleno de recuerdos.
El
tiempo pasa. El camino sigue ante nuestros ojos. El sol calienta. El viento
refresca.
Un
poco de agua, algo de fruta, tal vez unas galletas. Hay que reponer energías.
Cuando
la meta se hace visible, el corazón siente un palpitar alegre. Pronto
llegaremos. Habrá valido la pena tanto esfuerzo.
Si
el caminar terreno, frágil, lleno de sorpresas, produce tantas alegrías, ¿cómo será
el caminar interior del alma que avanza hacia el cielo?
El
camino del espíritu está lleno de sorpresas, arideces, esperanzas, dudas,
consuelos.
La
vida no se detiene. Cada decisión es un nuevo paso hacia la meta eterna. Las
etapas terrenas son simplemente eso: momentos provisionales y contingentes.
El
camino está ante mí. Alzo la mirada y veo un horizonte que no acaba. Más allá
del tiempo y del espacio, Dios me espera y me ama. Por eso vale la pena cada
paso que me acerque a Su abrazo paterno y me una a tantos hijos del mismo Padre
celeste. FP
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