En el segundo relato, los azules eran
indisciplinados, violentos, arbitrarios, hasta llegar a cometer atrocidades
terribles sobre los heridos entre las filas de los soldados enemigos y sobre
los civiles de la zona.
Como es obvio, o uno de los relatos es
completamente falso o, lo que suele ser más probable, los dos relatos
distorsionan la verdad de los hechos mientras mezclan algunos elementos de
verdad.
Se comprende que en una batalla
ocurren cientos de acciones y comportamientos que ningún relato podrá recoger
en toda su complejidad.
Pero también se comprende que quienes
elaboran relatos, narraciones, historias sobre cualquier hecho, corren el
peligro de distorsiones, incluso de manipulaciones, que les llevan a presentar
los hechos de modo falseado.
Lo que se aplica al relato de una
batalla ocurre también ante hechos más sencillos. Basta con escuchar a unos
esposos que inician el divorcio para darse cuenta de cómo el relato de un
cónyuge es casi opuesto al relato del otro.
Incluso uno mismo, cuando recuerda y
relata un hecho de su propia historia personal, hoy lo narra de una manera y
dentro de unos años lo verá y lo explicará de un modo bastante diferente.
Frente al fenómeno de las distorsiones
en los relatos, que pueden ser intencionales y llenos de mentiras, conviene
recordar que los hechos valen mucho más que los relatos, y que mil mentiras no
pueden ahogar la verdad.
Por desgracia, un relato falso puede
durar años, incluso siglos, en el modo de explicar hechos del pasado sin el
menor respeto hacia la verdad.
Sabemos, sin embargo, que existe un
Dios que lleva en su corazón lo que ocurre en cada detalle de la historia
humana, y que es capaz de abarcar el único relato verdadero.
Ese Dios, en el día del juicio final,
nos abrirá los ojos para reconocer que aquel ‘héroe’ era un pobre desgraciado
lleno de ambiciones asesinas, y que aquel ‘villano’ presentado en miles de
relatos como un sinvergüenza tenía un corazón bueno y supo vivir en la
justicia... FP
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