Calle vacía. Huellas mojadas. Luz tibia del amanecer.
Santiago fue apóstol… pero antes, fue caminante. No tenía certezas ni mapa.
Solo una voz: — “Sígueme”.
Y lo hizo. Con pasos torpes al principio. Con miedo, como todos. Pero con
el alma encendida.
Hoy, siglos después, el Camino de Santiago sigue vivo. Pero no se recorre
solo en Galicia. Está en cada alma que decide levantarse. En cada pie cansado
que no se detiene. En cada persona que dice ‘sí’ sin ver la meta.
Camina el joven que deja el rencor atrás.
Camina la mujer que cruza la ciudad para cuidar a otros.
Camina el migrante que no pierde la fe.
Camina el que ha perdido mucho… pero no ha perdido el rumbo.
No llevan báculo ni capa. Pero llevan concha invisible al pecho: la del que
se atreve a vivir con sentido cuando todo a su alrededor parece confuso.
Porque la fe no es solo creer… es caminar aunque no veas claro. Es confiar
que cada paso te acerca a una tierra prometida que aún
no conoces… pero que ya habita en tu corazón. RM
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