Nos dice Juan Pablo II en el No. 58 de la Catechesi tradendae: “Pues bien, también hay una pedagogía de la fe y
nunca se ponderará bastante lo que ésta puede hacer a favor de la catequesis.
En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de la educación en la fe, las
técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en general. Sin embargo
es importante tener en cuenta en todo momento la originalidad fundamental de la
fe. Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un saber
humano, aún el más elevado; se trata de comunicar en su integridad la
Revelación de Dios”, y a continuación dentro del mismo
número nos dice cómo Dios mismo “se
sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la
fe”.
Esto quiere decir, que a algo
tan original como don de Dios, que es la fe, ha de corresponder algo también
muy original como es la pedagogía en la cual Dios es un modelo. ¿Y
qué nos enseña esa divina pedagogía? Ante todo que parte de la realidad de los
seres humanos para interpelarlos en su situación. Se realiza en un diálogo en
el que Dios mismo toma la iniciativa.
Es una invitación a los seres humanos a seguir un
estilo de vida y los que la aceptan corren el riesgo de la fe. Utiliza signos en los cuales los hombres aprenden a leer el mensaje de
Dios. Su corazón es la pedagogía del amor que promueve al hombre para una
fraternidad y liberación de toda esclavitud y alineación. Tiene como centro a
Jesucristo y pasa necesariamente por la experiencia comunitaria integrando el
anuncio de la Buena Nueva de la salvación a una fe que se celebra y se
testimonia haciéndose servidora. NLL
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