Parque con juegos. Bancas oxidadas. Sombras largas de la tarde.
En la ciudad que siempre mira hacia el futuro, hay silencios que vienen del
pasado y que aún nos sostienen.
No hacen ruido. No exigen pantalla. Pero ahí están… sentados en la banca
del parque, acompañando, escuchando, rezando bajito.
Son Joaquín y Ana los que no aparecen en los titulares, pero sin ellos no
habría historia. Porque antes que la Virgen dijera “hágase”, hubo
unos padres que dijeron “confiaremos”.
Y hoy siguen ahí:
— en la abuela que lleva estampitas en la bolsa
— en el abuelo que carga con paciencia la mochila del nieto,
— en los que rezan por sus hijos aunque ya no vivan cerca,
— en los que han aprendido que el amor no se jubila.
Son raíces vivas. No siempre visibles… pero esenciales. No dan sombra
rápida… pero sí fruto a largo plazo.
Y aunque muchos los miren como parte del ayer, Dios los sigue usando para
bendecir el hoy.
Porque ellos saben que educar no es imponer… es sembrar con ternura y
confiar en que algún día la cosecha llegará. RM
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