Es
bien conocida la fábula de la rana y el buey. Por azares del destino, una rana
(si se quiere puede ser la rana-René) se encuentra frente a un gran buey. El
anfibio, con sus ojos saltones y desorbitados, contempla fascinado al rumiante,
que pace indiferente a su lado.
-¡Ay!
-exclama la rana- Si yo tuviese tal estatura.
Y
como la rana además de verde, es vanidosa, ni corta ni perezosa comienza a
inflarse más y más para emular al corpulento buey... De la rana ya no supimos
más, sino que dejó como único rastro unas ancas muy largas y estiradas.
De
ordinario la moraleja de la historia se aplica a la soberbia, a la vanidad o a
algún vicio del género. Hoy vamos a verlo desde otro punto de vista.
Encontramos
las realidades con las que nos tropezamos en la vida en diversas posiciones y
con diversas jerarquías: como una acción, el lugar donde se realiza, el
momento, las circunstancias. Pero sobre todas éstas impera el sujeto que actúa,
que es, por decirlo así, la condición de las demás modalidades en que la
realidad se inscribe ante nuestros ojos.
Concretemos
esta breve constatación en la criatura más grande que pisa la tierra: el
hombre. Él tiene una capacidad que es la ‘envidia’ de los demás seres: mientras
que aquellos sólo hacen cosas, el hombre cuando actúa, se hace a sí mismo. Es
una de esas dimensiones de las que no debe escapar, pues de hacerlo, se
embrutecería hasta hacerse casi un animal ‘a secas’, sin el honroso apellido de
racional.
Es
un hecho que no venimos a este mundo ya formados. Ni tampoco nos hacemos de
golpe y porrazo. El ser humano –dice Ortega y Gasset- es un continuo hacerse… un
gerundio, no un participio. Y nada más cierto que esto. Sólo falta echar un vistazo
a nuestra vida. Existe en ella una continua tensión entre ese proyecto modelo,
esas metas e ideales que nos han cautivado y la situación actual en la que nos
encontramos. ¡Cuánto esfuerzo por romper nuestras limitaciones y defectos, por
dejar atrás las derrotas, por abrazar la victoria!
Hoy
en día se nos proponen un centenar de modelos, de ideales: la moda, la figura,
el deporte, la ciencia y un larguísimo etcétera. A decir verdad muchos son
irrealizables. Pero la opinión pública los retiene como modelos fiables e
indiscutibles; y, claro, uno después se encuentra, no ya con ranas reventadas,
sino con vidas frustradas, llenas de amargura, porque la amargura consiste en
la desproporción entre los que anhelamos y lo que alcanzamos.
Detrás
de todo esto se halla un aspecto fundamental de la vida humana: encontrar la
vocación para la que se existe, ese proyecto de lo que debo ser, formando mi
verdadero yo. Este proyecto –de nuevo Ortega- se encuentra al inicio oculto y
tenemos de él un vago conocimiento; sólo poco a poco se desvela a la
conciencia. Debemos buscarlo con fidelidad, más podemos traicionarlo,
falsificarlo, cambiarlo por un plato de lentejas. Sin embargo él continúa como
norma inexorable, juzgando nuestro actuar. Lo lamentable sería falsificar la
propia vida, ser un sucedáneo de lo que debía ser, lamentándolo en la vejez e
incluso, Dios no lo permita, en la eternidad.
En
la aceptación de la propia vocación se encuentra la autenticidad personal, la
realización plena de nuestra existencia. Los creyentes tenemos la ventaja de
saber que es Dios mismo el que nos ha pensado con un camino que seguir, con la
compañía del Espíritu Santo. Pero incluso los que piensan que toda se acaba
aquí abajo, tienen la oportunidad de realizarse siguiendo honestamente su
conciencia. Si lo hacen, terminarán ellos también allá arriba. ¡Así de grande
es la misericordia divina!
Nadie
va a sustituir a nadie. Cada uno es irrepetible. El hombre auténtico será el
que se posee a sí mismo, y determina las líneas de la propia existencia no bajo
la presión externa, sino sobre la base de las opciones personales libres. Si se
ve claro que la opción para ser feliz es ser astronauta, hay que inténtalo. Si
doctor, lanzarse. Si maestro, atreverse. Si sacerdote, no tener miedo. Lo
importante es que esa elección sea la que nos haga auténtica y totalmente hombres,
e irreversiblemente realizado.
Ahí
está la solución. Si nos ha tocado en suerte ser rana, no debemos vender
nuestra personalidad. Pero si podemos esforzarnos por ser la mejor que haya
creado en este mundo... sin envidiar a ningún buey que se ponga enfrente. JMV
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