Jesús
no puede ser parcial en sus juicios, porque sabe que todos necesitamos
convertirnos. De allí la doble invitación para hacerlo: “y si ustedes no se
convierten, perecerán de manera semejante”, en la primera parte del texto de la
parábola de la higuera. Si el dueño de la higuera plantada en su huerto es un
judío, debía permitir que ésta estuviera plantada, al menos, durante unos cinco
años: tres años mientras crece, uno para que el dueño buscara sus frutos y, uno
más para que los demás se alimentaran con ellos (Levítico 19,23). Pero el
dueño, Dios Creador, no encuentra ni para él y para su gloria, en un encuentro
vertical ni para los demás, en un encuentro horizontal, el fruto que se le
debe.
Todo
seguidor, serio, de Jesús, ha de vivir en actitud constante de producir buenos
frutos; esa es la enseñanza de la parábola de la higuera y el viñador. Dios
está en todo su derecho de pedirle cuentas a su criatura, porque lo ha
capacitado para hacer el bien, luchando por la justicia, y cultivando
relaciones sanas con los demás.
¡Sí,
Dios puede pedirnos cuentas! Empezamos, a partir de este domingo, a vivir una
tercera oportunidad, para prepararnos a celebrar los misterios centrales de
nuestra fe, la pascua del Señor, y no debiéramos echar en saco roto lo que
Jesús nos enseña. Claro que lo tenemos a él, a Jesús, que intercede por
nosotros y pide paciencia al dueño del huerto, dándonos un año más de espera;
como dice san Pablo: “todos han pecado y están privados de la presencia de
Dios, pero son perdonados sin merecerlo, generosamente, porque Cristo Jesús los
ha rescatado” (Rm 3,23-26), pero a sabiendas de que no podemos abusar de su
paciencia, pues este año puede ser el último, para muchos de nosotros.
Preparémonos para que cuando el dueño de la viña nos visite pueda recibir una
buena cosecha. JDM
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