jueves, 4 de abril de 2013

Salmo 87


Salmo 87 – Gimo de noche ante ti

Lamentación individual en una enfermedad mortal
++ Esta lamentación -sin duda, la más triste de todo el Salterio- refleja admirablemente las ideas del Antiguo Testamento sobre la enfermedad, la muerte y el más allá.
++ Entre la enfermedad y la muerte hay sólo una diferencia de grado, porque en ambos casos están obrando los mismos poderes hostiles a la vida (vs. 16-18).
++ Al verse privado de todos los motivos de felicidad y, en especial, de la comunión con los demás (vs. 9, 19), el enfermo se siente sumergido en el “reino de la muerte” (v. 12), cuyas características describen los vs. 6-8.
++ En esta penosa situación, y sin manifestar ningún sentimiento de esperanza, el salmista pide al Señor que le devuelva la vida porque los muertos no pueden alabar a Dios (vs. 11 -13).
++ La fe en la resurrección y en la vida futura ilumina con una nueva perspectiva el misterio del dolor, tan elocuentemente expresado en este Salmo, que pertenece a los llamados “Oraciones de los enfermos” (Salmo 6; 38; 41; 102. 2-12).

1. CON ISRAEL
He aquí la elegía más sombría del salterio, la única lamentación que no termina con una nota final de esperanza: releamos la última palabra, la última frase... Todo termina en un "abismo negro" de tinieblas ¡Que importante es, que esta dramática oración se encuentre en la Biblia! Si personalmente no llegamos a estos extremos..., sepamos bien que esta situación existe, que hay enfermos incurables, graves limitados que no se curan jamás. En el "enfermo grave" que grita aquí su angustia es toda la "condición humana" la que clama.

2. CON JESÚS
Este salmo es puesto en labios de Jesús, en los oficios del Viernes y Sábado Santo. "Tomó sobre El nuestros dolores... con poderosos clamores y lágrimas suplicó a quien podía salvarlo de la muerte " (Hebreos 5,7-9).

3. CON NUESTRO TIEMPO
El tiempo de la desesperación, de lo trágico, de lo absurdo. ¡Cuántas canciones de nuestro tiempo son canciones rebeldes! Pensemos en los pueblos oprimidos, en los enfermos de ciertos pabellones de hospitales en los hospitales siquiátricos... y en todas las desgracias individúales y colectivas ¡Qué consolador resulta entonces, pensar que la Biblia, palabra de Dios revelada, no duda un momento en asumir esta angustia!

Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica, inclina mi oído a mi clamor. Porque mi alma está colmada de desdichas, y mi vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido. Tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo; tú cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas. Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho repugnante para ellos: encerrado, no puedo salir, y los ojos se me nublan de pesar. Todo el día te estoy invocando, tendiendo las manos hacia ti. ¿Harás tú maravillas por los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gracias? ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte? ¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu justicia en el país del olvido? Pero yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica. ¿Por qué, Señor, me rechazas, y me escondes tu rostro? Desde niño fui desgraciado y enfermo, me doblo bajo el peso de tus terrores, pasó sobre mí tu incendio, tus espantos me han consumido: me rodean como las aguas todo el día, me envuelven todos a una; alejaste de mí amigos y compañeros: mi compañía son las tinieblas.

«Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho repugnante para ellos».
El peso de la soledad me abruma. Me encuentro solo en el mundo. No me siento cercano a nadie, no hay nadie a quien de veras pueda considerar de los míos. Veo multitudes y me muevo entre la gente, pero todos me son extraños en un mundo hostil. No veo caras, no escucho saludos. La humanidad tiene prisa, y los hombres se evitan unos a otros en la actividad frenética de un trajín sin sentido. Estoy rodeado de gente, pero no siento cordialidad. Hablo con los demás, pero no hago contacto.
«Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo».
Me siento abandonado, rechazado, traicionado. Todas mis esperanzas se han desvanecido como el humo. Mis sueños se han estrellado en la desesperación. Repito oraciones que antes me decían mucho, pero hoy me suenan a vacío. Pronuncio el santo nombre de Dios, pero muere en mis labios.
« ¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu injusticia en el país del olvido?».
¿A dónde me enviarás, Señor, cuando me despida yo de esta existencia que es la única que conozco, por miserable que sea? ¿Me enviarás al «País del Olvido»? ¿Es que mi existencia no es más que un tránsito de la nada a la nada?
« ¿Por qué, Señor, me rechazas y me escondes tu rostro?».
Esa es la historia de mis sufrimientos, Señor, y a nadie se la contaría más que a ti. Lo que sí te pido es que veas la fe que se esconde tras mis propias quejas, mi confianza en ti que se expresa en la misma libertad con que te hablo. No me hubiera atrevido a hablarte así si tú mismo no hubieras puesto las palabras de tu salmo en mi boca. Gracias por haberme dado esa libertad, Señor.
«Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor».

Padre de bondad, en la resurrección de Cristo has dado respuesta a nuestra pregunta sobre la muerte y el sufrimiento, por eso, llenos de alegría, te pedimos que no nos dejes caer en la amargura y el desconsuelo, cuando nos llegue la hora de sufrir. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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