Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
miércoles, 28 de febrero de 2018
Cuaresma en la fe y caridad
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El Señor es mi Pastor...
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Y al final...
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Tiene que venir de adentro...
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No insistas en...
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No atrapa ninguno...
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Dios disfruta...
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01 de Marzo - Cristóbal de Milán
Cristóbal de Milán, Beato
Presbítero Dominico,
01 de Marzo
Martirologio Romano: En
Taggia, en la Liguria, conmemoración del beato Cristóbal de Milán, presbítero
de la Orden de Predicadores, entregado al culto de Dios y a la doctrina sagrada
(1484).
Fecha de
beatificación: Culto
confirmado en 1875 por el Papa Pío IX.
Se llama al Beato
Cristóbal “el apóstol de Liguria”, por el éxito con que evangelizó esa región
de Italia.
Cristóbal tomó el
hábito de Santo Domingo a principios del siglo XV. Después de su ordenación, su
fama de predicador se propagó rápidamente.
Sus biógrafos hacen
notar que los sermones del beato, que obraban grandes conversiones y mejoraban
las costumbres del pueblo, se basaban siempre en la Biblia, los escritos de los
Padres y la teología de Santo Tomás.
Por su parte, el
Beato Cristóbal clamaba contra los predicadores que lanzaban ideas nuevas en
vez de comentar el Evangelio, con el objeto de ganar popularidad y estar a la
moda.
El beato predijo
también la destrucción de Trioria por los ejércitos franceses y anunció a los
habitantes de Taggia que deberían huir sin ser perseguidos y que el río se
desbordaría y acabaría con los huertos. Dichas profecías se cumplieron hasta en
sus menores detalles.
El beato se hallaba
predicando la cuaresma en Pigna, cuando le sorprendió su última enfermedad.
Pidió que le transportasen a Taggia y expiró en su amada ciudad.
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¿De qué tengo yo que arrepentirme?
La cuaresma es tiempo de arrepentimiento. Quizá a nosotros la llamada al
arrepentimiento que es la Cuaresma, podría parecernos un poco extraña, un poco
particular, porque podríamos pensar: ¿de qué tengo yo que arrepentirme?
Arrepentirse significa tener conciencia del propio pecado. La conversión del
corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma, tener conciencia
de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos dejado
un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno
mismo o a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme
a mí.
Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de
lo que significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para
entender verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para
entender quién es Dios. Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios,
también podemos empezar a tener un auténtico concepto de lo que es el pecado,
de lo que es el mal.
La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en
este camino, la Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad
de purificarnos, la necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de
quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios N. S. La Cuaresma
es un período que nos va a obligar a cuestionarnos para saber si en nuestro
corazón hay algo que nos está apartando de Dios Nuestro Señor. Esto podría ser
un problema muy serio para nosotros, porque es como quien tiene una enfermedad
y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no saber que
la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta
enfermedad puede ser quitada del alma.
Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el
corazón y tenerla perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin
embargo la Iglesia nos invita a considerar y lo hace a través de la Cuaresma.
Durante estos cuarenta días, cuando leemos el Evangelio de cada día o cuando
vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta de cómo la Biblia está
constantemente insistiendo sobre este tema: Purificar el corazón, examinar el
alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el fondo, es darse
cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.
Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es
simplemente una especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza
tiene un sentido: significa una vida que ya no existe, una vida muerta. También
tiene un sentido penitencial, quizá en nuestra época mucho menos, pero en la
antigüedad, cuando se quería indicar que alguien estaba haciendo penitencia, se
cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza, una mayor precariedad en la
propia forma de existir.
Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué
es lo que no nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué
es lo que hay en nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro
Señor, no solamente como una especie de interés purificatorio personal, sino
sobre todo por la tremenda repercusión que nuestra cercanía a Dios tiene en
todos los que nos rodean? Solamente cuando nos damos cuenta de lo que significa
estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que significa estar cerca de Dios
para los que están con nosotros, para los que viven con nosotros. ¿Cómo
queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos a la
fuente de la felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más
cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo
que es la auténtica felicidad?
Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay
luz. Si a mí, Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente
yo voy a beber? ¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz? Sería un tremendo
egoísmo de mi parte. Por eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a
preguntarnos: ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Qué es lo qué Dios exige de
mí? ¿Qué es lo que Dios quiere darme? ¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en
este camino nos convirtamos, para aquellas personas que nos rodean, en fuente
de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios Nuestro Señor.
Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro
corazón para irnos encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo
nosotros mismos, para ir depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro
corazón de manera que con ella vayamos nosotros cubriéndonos interiormente y
podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.
La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se
acaba, nos enseña a dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a
carecer de algunas cosas, empieza a valorar lo que son los amigos, lo que es la
familia, lo que significa la cercanía de alguien que nos quiere. Así también
tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje a nuestro corazón para que,
valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuánto podemos dar a los
que están con nosotros.
Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio
de un preguntarnos, a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios
para nosotros; el inicio de un preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a
pedir y sobre todo, lo más importante, qué es lo que nosotros vamos a poder dar
a los demás. De esta manera, vamos a encontrarnos verdaderamente con lo más
maravilloso que una persona puede encontrar en su interior: la capacidad de
darse.
Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en
nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras
conversaciones. Buscar el interior para que en todo momento podamos
encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque sería una especie de
egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos ama en el
corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.
Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que
todos nosotros hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de
nuestra vida para irnos encontrando cada día con el Único que da explicación a
todo.
Que la Eucaristía sea para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo
porque posiblemente cuando entremos en nuestro corazón, vamos a encontrar cosas
que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay que recordar que no estamos
solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que Dios viene con
nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para nuestra
salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre
por todos nosotros. CS
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Evangelio del Jueves 01 de Marzo
Día litúrgico: Jueves II (B) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Lc 16,19-31): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico
que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y
un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas,
deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros
venían y le lamían las llagas.
»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado
por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a
Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten
compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y
refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le
dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al
contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y
además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los
que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde
nosotros’.
»Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes
a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio,
y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a
Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que
si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó:
‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto
resucite’».
«Si no oyen a Moisés y a los
profetas,
tampoco se convencerán, aunque un
muerto resucite»
Comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA i
Vidal (Castelldefels, España)
Hoy, el Evangelio es una
parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús
nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos
comportado.
El contraste entre el
rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación
patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21).
Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.
Podemos pensar, ¿dónde
estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola? Nuestra sociedad,
constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar,
gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás,
o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila,
pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.
Hoy se nos presenta la
necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar
el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la
vida.
Jesús deja clara la
existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que
sufren los sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi
lengua, porque estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad
—«entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16,26).
San Gregorio Magno nos
dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de
su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar
al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o
de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia
para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el
momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos
juzgados.
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martes, 27 de febrero de 2018
Acné: Qué es, síntomas, causas, diagnóstico y tratamiento
¿Qué es?
El acné es una
afección común de la piel. Produce protuberancias en la piel conocidas como
granos. Los granos se forman cuando los pequeños folículos pilosos de la piel
son bloqueados por la piel muerta y la grasa de la piel. Esto hace que las
bacterias crezcan e irriten la piel. Los granos aparecen comúnmente en la
cara. Sin embargo, pueden aparecer en la espalda, el pecho, los brazos y el
cuello. Por lo general, el acné comienza en los años de la adolescencia. Puede
durar hasta la edad adulta o comenzar en ese momento. Tanto los chicos como las
chicas pueden tener acné.
Síntomas
- Puntos rojos pequeños e hinchados
- Puntas blancas llenas de líquido en los puntos
- Puntos negros (parece que hubiese pimienta en
sus poros)
- Bultos sólidos y sensibles bajo la piel
Causas
El acné es causado
por bacterias que bloquean los folículos pilosos en la piel. Las bacterias se
generan a partir de la piel muerta y la grasa de la piel.
Existen varios tipos
de acné:
- Puntos blancos: Los pequeños folículos pilosos de la
piel se bloquean con grasa y piel muerta. Se forma un “punto blanco” en la
punta de cada grano.
- Puntos negros: El folículo piloso se bloquea cerca de
la superficie de la piel. Se vuelve negro cuando se expone al aire.
- Acné cístico: Esto ocurre cuando se forman quistes
profundos en la piel alrededor del folículo piloso.
Los antecedentes
familiares contribuyen al acné. Si sus padres tuvieron mucho acné, puede que
usted también lo tenga. Su sistema inmunológico también juega un papel
importante. Algunas personas son más sensibles a las bacterias que quedan
atrapadas en sus folículos pilosos.
Diagnóstico
La mayoría de las
veces, el médico puede diagnosticar el acné examinando la irritación en su piel.
Él o ella también tendrán en cuenta su edad, estilo de vida o circunstancias.
Por ejemplo, algunas mujeres sufren de acné cuando están embarazadas. Algunos
adolescentes y adultos sufren de acné por consumir ciertos alimentos.
Prevención
El acné no puede
prevenirse ni evitarse. Sin embargo, algunas personas pueden reducir la
gravedad del acné conociendo qué desencadena la irritación. El acné es peor en
los chicos. Ellos tienen más grasa en la piel. Para muchas personas, el acné
desaparece a los 25 años. Sin embargo, puede continuar hasta bien avanzada la
edad adulta.
Ciertas cosas pueden
desencadenar o empeorar el acné:
- Los cambios hormonales. Esto ocurre durante la
pubertad, antes de la menstruación (ciclo menstrual) o durante el
embarazo.
- Ciertos medicamentos. Estos incluyen
suplementos o esteroides que aumentan la testosterona.
- Maquillaje (cosméticos), especialmente los
productos a base de aceite, las lociones bronceadoras y los productos para
el cabello.
- El estrés.
- Tocar o exprimir los granos existentes.
- Fregarse la piel con demasiada dureza.
- El chocolate, el polvo y la actividad sexual
no causan acné.
Tratamiento
El acné puede ser
tratado con medicamentos de venta libre y con receta. Su médico determinará
cuál es la mejor opción para usted.
Los tratamientos de venta libre incluyen:
- Peróxido de benzoilo y ácido salicílico. Este es el tratamiento más común. Se
vende en forma de loción, gel, jabón o almohadilla de limpieza. Mata a las
bacterias y seca la grasa. Puede tomar hasta 8 semanas ver una mejora. Los
efectos secundarios incluyen irritación adicional de la piel, ardor y
enrojecimiento.
Los medicamentos recetados incluyen:
- Cremas o geles retinoides. Estos se aplican sobre los granos. Las
mujeres embarazadas no deben utilizar ciertos productos con retinoides.
Pueden causar defectos de nacimiento. Informe a su médico si está
embarazada. La exposición al sol puede irritar el acné tratado con crema
con retinoides.
- Antibióticos. Se pueden utilizar ciertos tipos de
antibióticos con otros tratamientos para el acné.
- Isotretinoína. Este es un medicamento fuerte disponibles bajo
ciertas marcas. Puede causar efectos secundarios graves. Hable con su
médico acerca de los efectos secundarios.
- Píldoras anticonceptivas. A menudo son eficaces para las mujeres con
diagnóstico de acné.
Existen tratamientos
adicionales disponibles en el consultorio de su médico. Estos incluyen
exfoliación de la piel, abrasión de la piel y tratamientos con láser o luz.
Estos tratamientos pueden reducir las cicatrices causadas por el acné. Pequeñas
inyecciones de medicamentos esteroides pueden ayudar a tratar quistes de acné
grandes. Por último, ciertos cambios en el estilo de vida también pueden
ayudar. Esto incluye una dieta saludable y ejercicio regular.
Vivir con acné
Tener acné puede
causar vergüenza y ansiedad. Algunas personas pueden sentirse abrumadas por el
tiempo y el esfuerzo adicionales que esto suma a su rutina de higiene diaria. Y
puede requerir cambios en su dieta y estilo de vida.
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28 de Febrero - Pablo Uchibori y 15 compañeros
Pablo Uchibori y 15 compañeros, Beatos
Mártires, 28 de Febrero
En el monte Unzen,
en Nagasaki, beatos mártires Pablo Uchibori Sakuemon, quien junto a sus
compañeros ofrecieron con alegría su vida por mantener su fe. (1627)
Nombres de los
mártires: Pablo
Uchibori Sakuemon, Samurai, Gaspar Kisayemon, María Màe, Gaspar Nagai, Luis
Shàzaburo, Dionisio Saiki Zenka, Luis Saiki Kizo, Damiin Lchiyata, Leo Nakayama
Sokan, Pablo Nakayama, Juan Kisaki Kyuhachi, Juan Heisaku, Tomás Shàgo-ro,
Alexio Shohachi, Tomás Kando Heie-mon, y Juan Araki Kenshichi.
Fecha de
beatificación: 24 de
noviembre de 2008 en el pontificado del Papa Benedicto XVI, junto a otros 172
mártires de Japón.
Son un grupo de
veintinueve, todos ellos indicados con sus nombres y datos concretos. Destacan
el samurái Pablo Uchibori, con sus tres hijos, y el anciano señor (“tono”) de
la aldea Hachirao, Pablo Onizuka, padre del mártir beato Pedro Onizuka, s.j.,
quemado vivo en 1622. Pero los veintinueve mártires se distribuyen en tres
grupos, según la fecha del martirio: 21 de febrero, 28 de febrero y 17 de mayo
de 1627.
Casi todos habían
sufrido anteriormente cárcel y torturas. Algunos son descendientes o familiares
de mártires. Otros mueren con su esposa e hijos. Algunos eran catequistas o
jefes de aldeas, o habían hospedado a los misioneros ocultos, arriesgando su
propia vida.
A los tres hijos de
Pablo Uchibori, antes de matarlos y arrojarlos al mar (21 de febrero de 1627),
les cortaron los dedos de las manos, ante su padre y ante un gran grupo de
condenados al martirio, para presionarlos a apostatar. El niño Ignacio
Uchibori, de cinco años, sufrió la mutilación con gran serenidad, levantando
sus dedos y mano mutilada y sangrienta, con la admiración de todos los
presentes. Con ellos murió del mismo modo, con los dedos mutilados y arrojada
al mar, Gracia, esposa de Tomás Soxin, porque no quiso renegar de la fe;
también mataron allí mismo, arrojándolos al mar, a otros doce.
Cinco de los veintiséis mártires de la presente lista, martirizados en los sulfatos del monte Unzen en dos grupos y fecha distinta: 28 de febrero y 17 de mayo son firmantes, entre otros doce, de la carta dirigida anteriormente a Pablo V (18 de octubre de 1620), expresando su disponibilidad de “ofrecer nuestras vidas en testimonio de Cristo y de la santa Iglesia romana... Nada tenemos tan grabado en el corazón como el padecer el martirio, cuando la ocasión se ofrezca, con la gracia de Dios”.
Cinco de los veintiséis mártires de la presente lista, martirizados en los sulfatos del monte Unzen en dos grupos y fecha distinta: 28 de febrero y 17 de mayo son firmantes, entre otros doce, de la carta dirigida anteriormente a Pablo V (18 de octubre de 1620), expresando su disponibilidad de “ofrecer nuestras vidas en testimonio de Cristo y de la santa Iglesia romana... Nada tenemos tan grabado en el corazón como el padecer el martirio, cuando la ocasión se ofrezca, con la gracia de Dios”.
El samurái Pablo
Uchibori, ya desde las torturas en la cárcel y durante los tormentos de los sulfatos,
animaba a todos sus compañeros a perseverar en la fe, mientras él y otros eran
torturados y mutilados en rostro y manos. Murió diciendo: “Alabado sea el
Santísimo Sacramento”. De él se conserva una carta escrita desde la cárcel, en
la que explica el martirio de otros mártires anteriores y su propia
disponibilidad martirial por amor a Cristo: “Deseo padecer por su amor”.
Todos murieron
orando, fuertes en la fe y con alegría, a veces dejando escritas, durante el
trayecto hacia el martirio, expresiones poéticas de despedida, como hicieron
los mártires Joaquín Mine y Bartolomé Baba con esta afirmación: “Hasta ahora
creía que el cielo estaba muy lejos; ahora, viéndolo tan cerca, me llena de
alegría”. El samurái Juan Marsutake murió orando: “¡Señor Jesús, no me dejéis
de vuestra mano!”. Los testigos han dejado constancia de la actitud martirial
de todos.
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El gusto de creer
Durante muchos
siglos, el miedo ha sido uno de los factores que con más fuerza ha motivado y
sostenido la religiosidad de bastantes personas. Más de uno aceptaba la
doctrina de la Iglesia solo por temor a condenarse eternamente.
Hoy, sin embargo, en
el contexto sociológico actual se ha hecho cada vez más difícil creer solo por
temor, por obediencia a la Iglesia o por seguir la tradición. Para sentirse
creyente y vivir la fe con verdadera convicción es necesario tener la
experiencia de que la fe hace bien. De lo contrario, tarde o temprano uno
prescinde de la religión y lo abandona todo.
Y es normal que sea
así. Para una persona solo es vital aquello que le hace vivir. Lo mismo sucede
con la fe. Es algo vital cuando el creyente puede experimentar que esa fe le
hace vivir de manera más sana, acertada y gozosa.
En realidad, nos
vamos haciendo creyentes en la medida en que vamos experimentando que la
adhesión a Cristo nos hace vivir con una confianza más plena, que nos da luz y
fuerza para enfrentarnos a nuestro vivir diario, que hace crecer nuestra
capacidad de amar y de alimentar una esperanza última.
Esta experiencia
personal no puede ser comunicada a otros con razonamientos y demostraciones, ni
será fácilmente admitida por quienes no la han vivido. Pero es la que sostiene
secretamente la fe del creyente incluso cuando, en los momentos de oscuridad,
ha de caminar «sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía» (san Juan
de la Cruz).
En el relato de la
transfiguración se nos recuerda la reacción espontánea de Pedro, que, al
experimentar a Jesús de manera nueva, exclama: «¡Qué bien se está aquí!». No es
extraño que, años más tarde, la primera carta de Pedro invite a sus lectores a
crecer en la fe si «habéis gustado que el Señor es bueno» (i Pedro 2,3).
Bernard ha llamado la
atención sobre la escasa consideración que la teología contemporánea ha
prestado al «afecto» y al «gusto de creer en Dios», ignorando así una antigua y
rica tradición que llega hasta san Buenaventura. Sin embargo, no hemos de
olvidar que cada uno se adhiere a aquello que experimenta como bueno y
verdadero, y se inclina a vivir de acuerdo con aquello que le hace sentirse a
gusto en la vida.
Tal vez una de las
tareas más urgentes de la Iglesia sea hoy despertar «el gusto de creer».
Deberíamos cuidar de manera más cálida las celebraciones litúrgicas, saborear
mejor la Palabra de Dios, gustar con más hondura la Eucaristía, comulgar
gozosamente con Cristo, alimentar nuestra paz interior en el silencio y la
comunicación amorosa con Dios. Aprenderíamos a sentirnos a gusto con Dios. JAP
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Evangelio del Miércoles 28 de Febrero
Día litúrgico: Miércoles II (B) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó
aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y
el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le
condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él,
azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de
Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué
quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu
derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que
pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos».
Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no
es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi
Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra
los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las
naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su
poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser
grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos».
«El que quiera llegar a ser grande
entre vosotros, será vuestro servidor»
Comentario: Rev. D. Francesc JORDANA i
Soler (Mirasol, Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia
—inspirada por el Espíritu Santo— nos propone en este tiempo de Cuaresma un
texto en el que Jesús plantea a sus discípulos —y, por lo tanto, también a
nosotros— un cambio de mentalidad. Jesús hoy voltea las visiones humanas y
terrenales de sus discípulos y les abre un nuevo horizonte de comprensión sobre
cuál ha de ser el estilo de vida de sus seguidores.
Nuestras inclinaciones
naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y a las personas, mandar y
dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta, que la gente nos
reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que Jesús nos propone
es el opuesto: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro
servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo»
(Mt 20,26-27). “Servidor”, “esclavo”: ¡no podemos quedarnos en el enunciado de
las palabras!; las hemos escuchado cientos de veces, hemos de ser capaces de
entrar en contacto con la realidad que significan, y confrontar dicha realidad
con nuestras actitudes y comportamientos.
El Concilio Vaticano
II ha afirmado que «el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la
entrega a los demás». En este caso, nos parece que damos la vida, cuando
realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive para servir no sirve
para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo Cristo —el hombre
plenamente hombre— pues «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).
Ser servidor, ser
esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para nosotros. Queda fuera
del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar, esperar y desear
intensamente que se nos concedan esos dones. La Cuaresma y sus prácticas
cuaresmales —ayuno, limosna y oración— nos recuerdan que para recibir esos
dones nos debemos disponer adecuadamente.
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Juan Pablo II y el aborto
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lunes, 26 de febrero de 2018
Enfoque osteopático de las hernias lumbares
Cuando
una persona padece una lumbalgia aguda que no cede de manera espontánea
consulta al médico. Suele indicarse estudios de imágenes, donde puede
observarse el estado de los discos intervertebrales lumbares.
Los
discos están formados por un núcleo central y un anillo periférico fibroso.
Ambos contienen un gran porcentaje de agua, en especial el núcleo, que asume el
rol de amortiguar y equilibrar las presiones que recibe la columna
lumbar.
Si
bien hay discos intervertebrales a lo largo de la columna vertebral, su
comportamiento varía en cada región.
Los
estudios pueden revelar la presencia de una o varias hernias o protusiones. La
diferencia entre ambas es que en las hernias el anillo fibroso sufre una rotura
y en las protusiones solo hay un abombamiento del mismo.
Los
pacientes suelen referir que hicieron un movimiento y se “herniaron”. Es
importante explicar entonces que la hernia es probable que ya se hubiera
producido, en un lento deterioro del disco, de acuerdo con la actividad y el
biotipo del paciente.
La
aparición del dolor puede deberse a la inflamación de los tejidos discales y
circundantes.
Cuando
el paciente conoce el diagnóstico, asociado a que está atravesando un dolor,
piensa que algo ha cambiado a partir de ese momento y suele atravesar un cuadro
de angustia que no ayuda a su recuperación.
Por
eso lo primero que explico es que mi tratamiento no va a hacer desaparecer la
hernia o protusión. Mi objetivo es ayudarlo a recuperar y mejorar las
condiciones en que estaban esas estructuras, hoy inflamadas, antes de que
comenzara el dolor, aunque el deterioro discal ya se había producido.
Los
niveles vertebrales en donde suelen producirse las hernias son en general sitio
sobre exigidos por antecedentes traumáticos, posturales o laborales.
Mi
abordaje terapéutico radica en reconocer y restaurar la movilidad en
estructuras que han perdido movilidad y contribuyen a que estos discos
lesionados deban absorber mayores presiones y torsiones.
Esto
permitirá que la región se desinflame poco a poco aliviando el dolor. A largo
plazo el tratamiento pretende evitar los cuadros agudos que dejan a su paso más
deterioro de los tejidos.
Alcanzado
este objetivo comienza el control postural y muscular mediante ejercicios de
rehabilitación, luego elegir junto al paciente una actividad física que permita
mantener los logros obtenidos. Lic. Olga Garay
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27 de Febrero - María de la Caridad del Espíritu Santo Brader
María de la Caridad del Espíritu Santo Brader, Beata
Virgen y Fundadora de la Congregación de
Franciscanas Hijas de María Inmaculada, 27 de Febrero
Martirologio Romano: En
la ciudad de Pasto, en Colombia, beata María de la Caridad del
Espíritu Santo (Carolina) Brader, virgen, que supo conjugar
admirablemente la vida contemplativa con la actividad misionera y, para
promover la formación cristiana, fundó las Hermanas Franciscanas de María
Inmaculada (1943)
Fecha de
beatificación: 23 de
marzo de 2003 por el Papa Juan Pablo II
Caridad Brader, hija
de Joseph Sebastián Brader y de María Carolina Zahner, nació el 14 de agosto de
1860 en Kaltbrunn, St. Gallen (Suiza). Fue bautizada al día siguiente con el nombre
de María Josefa Carolina.
Dotada de una
inteligencia poco común y guiada por las sendas del saber y la virtud por una
madre tierna y solícita, la pequeña Carolina moldeaba su corazón mediante una
sólida formación cristiana, un intenso amor a Jesucristo y una tierna devoción
a la Virgen María.
Conocedora del
talento y aptitudes de su hija, su madre procuró darle una esmerada educación.
En la escuela de Kaltbrunn hizo, con gran aprovechamiento, los estudios de la
enseñanza primaria; y en el instituto de María Hilf de Altstätten, dirigido por
una comunidad de religiosas de la Tercera Orden Regular de san Francisco, los
de enseñanza media.
Cuando el mundo se
abría ante ella atrayéndola con todos sus halagos, la voz de Cristo empezó a
hacer eco en su corazón y decidió abrazar la vida consagrada. Esta elección de
vida, como era previsible, provocó en primera instancia la oposición de su
madre, dado que ésta era viuda y Carolina su única hija.
El 1 de octubre de
1880 ingresó en el convento franciscano de clausura «María Hilf», en
Altstätten, que regentaba un colegio como servicio necesario a la Iglesia
católica de Suiza.
El primero de marzo
de 1881 vistió el hábito de Franciscana, recibiendo el nombre de María Caridad
del Amor del Espíritu Santo. El 22 de agosto del siguiente año emitió los votos religiosos. Dada su preparación pedagógica,
fue destinada a la enseñanza en el colegio adosado al monasterio.
Abierta la
posibilidad para que las religiosas de clausura pudieran dejar el monasterio y
colaborar en la extensión del Reino de Dios, los obispos misioneros, a finales
del siglo XIX, se acercaron a los conventos en busca de monjas dispuestas a
trabajar en los territorios de misión.
Monseñor Pedro
Schumacher, celoso misionero de san Vicente de Paúl y Obispo de Portoviejo
(Ecuador) escribió una carta a las religiosas de María Hilf, pidiendo
voluntarias para trabajar como misioneras en su diócesis.
Las religiosas
respondieron con entusiasmo a esta invitación. Una de las más entusiastas para
marchar a las misiones era la Madre Caridad Brader. La beata María Bernarda
Bütler, superiora del convento que encabezará el grupo de las seis misioneras,
la eligió entre las voluntarias diciendo: «A la fundación misionera va la madre
Caridad, generosa en sumo grado, que no retrocede ante ningún sacrificio y, con
su extraordinario don de gentes y su pedagogía podrá prestar a la misión
grandes servicios».
El 19 de junio de
1888 la Madre Caridad y sus compañeras emprendieron el viaje hacia Chone,
Ecuador. En 1893, después de duro trabajo en Chone y de haber catequizado a
innumerables grupos de niños, la Madre Caridad fue destinada para una fundación
en Túquerres, Colombia.
Allí desplegó su
ardor misionero: amaba a los indígenas y no escatimaba esfuerzo alguno para
llegar hasta ellos, desafiando las embravecidas olas del océano, las
intrincadas selvas y el frío intenso de los páramos. Su celo no conocía
descanso. Le preocupaban sobre todo los más pobres, los marginados, los que no
conocían todavía el evangelio.
Ante la urgente
necesidad de encontrar más misioneras para tan vasto campo de apostolado,
apoyada por el padre alemán Reinaldo Herbrand, fundó en 1894 la Congregación de
Franciscanas de María Inmaculada. La Congregación se surtió al inicio de
jóvenes suizas que, llevadas por el celo misionero, seguían el ejemplo de la
Madre Caridad. A ellas se unieron pronto las vocaciones autóctonas, sobre todo
de Colombia, que engrosaron las filas de la naciente Congregación y se extendieron
por varios países.
La Madre Caridad, en
su actividad apostólica, supo compaginar muy bien la contemplación y la acción.
Exhortaba a sus hijas a una preparación académica eficiente pero «sin que se
apague el espíritu de la santa oración y devoción». «No olviden les
decía que cuanto más instrucción y capacidad tenga la educadora, tanto más
podrá hacer a favor de la santa religión y gloria de Dios, sobre todo cuando la
virtud va por delante del saber. Cuanto más intensa y visible
es la actividad externa, más profunda y fervorosa debe ser la vida interior».
Encauzó su
apostolado principalmente hacia la educación, sobre todo en ambientes pobres y
marginados. Las fundaciones se sucedían donde quiera que la necesidad lo
requería. Cuando se trataba de cubrir una necesidad o de sembrar la semilla de
la Buena Nueva, no existían para ella fronteras ni obstáculo alguno.
Alma eucarística por
excelencia, halló en Jesús Sacramentado los valores espirituales que dieron
calor y sentido a su vida. Llevada por ese amor a Jesús Eucaristía, puso todo
su empeño en obtener el privilegio de la Adoración Perpetua diurna y nocturna,
que dejó como el patrimonio más estimado a su comunidad, junto con el amor y
veneración a los sacerdotes como ministro de Dios.
Amante de la vida
interior, vivía en continua presencia de Dios. Por eso veía en todos los
acontecimientos su mano providente y misericordiosa y exhortaba a los demás a
«Ver en todo la permisión de Dios, y por amor a Él, cumplir gustosamente su
voluntad». De ahí su lema: «Él lo quiere», que fue el programa de su vida.
Como superiora
general, fue la guía espiritual de su Congregación desde 1893 hasta el 1919 y
de 1928 hasta el 1940, año en el que manifestó, en forma irrevocable, su
decisión de no aceptar una nueva reelección. A la superiora general elegida le
prometió filial obediencia y veneración. En 1933 tuvo la alegría de recibir la
aprobación pontificia de su Congregación.
A los 82 años de vida, presintiendo su muerte, exhortaba a sus hijas: «Me voy; no dejen las buenas obras que tiene entre manos la Congregación, la limosna y mucha caridad con los pobres, grandísima caridad entre las Hermanas, la adhesión a los obispos y sacerdotes».
El 27 de febrero de 1943, sin que se sospechara que era el último día de su vida, dijo a la enfermera: «Jesús, ...Me muero». Fueron las últimas palabras con las que entregó su alma al Señor.
A los 82 años de vida, presintiendo su muerte, exhortaba a sus hijas: «Me voy; no dejen las buenas obras que tiene entre manos la Congregación, la limosna y mucha caridad con los pobres, grandísima caridad entre las Hermanas, la adhesión a los obispos y sacerdotes».
El 27 de febrero de 1943, sin que se sospechara que era el último día de su vida, dijo a la enfermera: «Jesús, ...Me muero». Fueron las últimas palabras con las que entregó su alma al Señor.
Apenas se divulgó la
noticia de su fallecimiento, comenzó a pasar ante sus restos mortales una
interminable procesión de devotos que pedían reliquias y se encomendaban a su
intercesión.
Los funerales
tuvieron lugar el 2 de marzo de 1943, con la asistencia de autoridades
eclesiásticas y civiles y de una gran multitud de fieles, que decían: «ha
muerto una santa».
Después de su muerte, su tumba ha sido meta constante de devotos que la invocan en sus necesidades.
Después de su muerte, su tumba ha sido meta constante de devotos que la invocan en sus necesidades.
Las virtudes que
practicó se conjugan admirablemente con las características que su Santidad
Juan Pablo II destaca en su Encíclica «Redemptoris Missio» y que deben
identificar al auténtico misionero. Entre ellas, como decía Jesús a sus
apóstoles: «la pobreza, la mansedumbre y la aceptación de los sufrimientos».
La Madre Caridad
practicó la pobreza según el espíritu de san Francisco y mantuvo durante toda la
vida un desprendimiento total. Como misionera en Chone, experimentó el consuelo
de sentirse auténticamente pobre, al nivel de la gente que había ido a instruir
y evangelizar. Entre los valores evangélicos que como fundadora se esforzó por
mantener en la Congregación, la pobreza ocupaba un lugar destacado.
La aceptación de los
sufrimientos, según el Papa, son un distintivo del verdadero misionero. ¡Qué
bien encontramos realizado este aspecto en la vida espiritual de la Madre
Caridad! Su vida se deslizó día tras día bajo la austera sombra de la cruz. El
sufrimiento fue su inseparable compañero y lo soportó con admirable paciencia
hasta la muerte.
Otro aspecto de la vida misionera que destaca el Papa es la alegría interior que nace de la fe. También la Madre Caridad vivió intensamente esa alegría en medio de su vida austera. Era alegre de ánimo y quería que todas sus hijas estuvieran contentas y confiaran en el Señor.
Otro aspecto de la vida misionera que destaca el Papa es la alegría interior que nace de la fe. También la Madre Caridad vivió intensamente esa alegría en medio de su vida austera. Era alegre de ánimo y quería que todas sus hijas estuvieran contentas y confiaran en el Señor.
Estas y muchas otras
virtudes fueron reconocidas por la Congregación de las Causas de los Santos y
aprobadas como primer paso para llegar a la Beatificación.
Se diría que Dios ha querido ratificar la santidad de la Madre Caridad con un
admirable milagro concedido por su intercesión en favor de la niña Johana
Mercedes Melo Díaz. Una encefalitis aguda había producido un daño cerebral que
le impedía el habla y la deambulación. Al término de una novena que hizo su
madre con fe viva y profunda devoción, la niña pronunció las primeras palabras
llamando a su madre y comenzó a caminar espontáneamente, adquiriendo en poco
tiempo la normalidad. Ella estuvo presente para agradecer a la Madre Caridad en
la solemne Beatificación realizada por S.S. Juan Pablo II el 23 de Marzo de
2003.
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