Escuchar,
¡qué gran necesidad en nuestro mundo actual! Los hombres sienten la necesidad
de ser escuchados con atención, con comprensión, sin prisas, con simpatía,
cálidamente; buscan alguien que les manifieste interés humano por su persona.
Escuchar es una actitud que entra en el ámbito de la caridad cristiana, como una de sus manifestaciones más finas.
En
la dirección espiritual es una de las funciones más fecundas. Del modo cómo
nosotros sepamos acoger y escuchar a nuestra dirigida en el primer encuentro
puede depender el tipo de apertura espiritual que adopte, más honda y confiada
o más periférica y cautelosa.
¿Qué significa
escuchar? Aspectos psicológicos y espirituales.
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Escuchar significa favorecer la apertura.
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Escuchar significa dejar hablar.
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Escuchar significa prestar sincera atención a la persona y a cuanto ella pueda
expresar.
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Escuchar significa comprometerse activamente en la comprensión de lo que la
persona desea comunicar.
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Escuchar significa participar interesadamente en lo que la persona busca
compartir de sí misma.
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Escuchar significa escuchar juntos a Dios en el interior, y captar los caminos
que muestra.
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Escuchar significa reconocer que cada uno tiene una personalidad única e
irrepetible y maravillarse ante el llamado personal de Dios.
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Escuchar significa dejar a un lado el propio mundo vivencial para adentrarse en
el del otro.
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Escuchar significa ponerse a disposición del otro, abandonando los propios
problemas, preocupaciones, intereses, juicios.
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Escuchar es ser yo mismo en función del otro.
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Escuchar es tener fe en el otro.
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Escuchar es una atención solícita de todo nuestro ser al ser del otro en toda
su hermosura y su pecado, su lucha y su misterio, sus gozos y sus sufrimientos.
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Escuchar es por tanto, amar al otro.
Los
varios significados mostrados, nos permiten ver que sólo la persona humana
tiene capacidad de escuchar. La escucha, en el aspecto psicológico, pertenece
al campo de lo personal; no escuchamos «algo» sino a «alguien». Podemos oír ruidos,
voces, sonidos..., pero escuchamos a personas. La escucha denota comunión entre
personas, y puede ser tan personal que ni siquiera necesite de palabras. Es
como una especie de empatía.
Para
ser una buena orientadora espiritual, se requiere desarrollar la capacidad de
escucha en sus diversas dimensiones: Escucha de sí mismo, de los demás y de
Dios.
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La capacidad de escucha de nosotros mismos se relaciona mucho con la madurez
humana tan necesaria en el orientador. Una orientadora espiritual inmadura vivirá
centrada en sí misma, preocupada por sus aciertos o fallos, y dejará poco
espacio a la escucha de la otra y del Espíritu Santo. Escucharse a sí misma
significa conocerse; experimentar el misterio de lo que realmente se es; estar
al tanto de lo que favorece y ayuda la propia salud física, mental, emocional y
espiritual. Significa también facilitar el desarrollo de nuestro potencial
creativo, nuestros talentos y dones. Supone un cierto dominio de nuestros
estados anímicos, de nuestros pensamientos, deseos, sentimientos, aspiraciones
y motivaciones. Nos confronta con nuestra debilidad y pecado. Cuando nos
volvemos capaces de escucharnos a nosotros mismos, se hace posible la apertura
al otro, su comprensión, su aceptación. Ello nos permitirá allanar el camino
quitando de nosotros lo que pueda obstaculizar su apertura, y favoreciendo lo
que la ayude. Por ejemplo, si yo, orientadora, poseo un temperamento nervioso y
he llegado a conocerme, sabré que en los días de Ejercicios Espirituales, no me
ayudará encerrarme a atender en dirección espiritual por horas sin término,
pues seguramente me impacientaré mucho más con las últimas que tenga en mi
lista. Por lo tanto, procuraré hacer un intervalo suficiente para poder
descansar llevando a cabo otra actividad, o veré la conveniencia de atender a
algunas de mis dirigidas caminando por los jardines.
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La compenetración entre dos personas se lleva a cabo de manera más real y
eficaz cuando los dos escuchan. Su hablar es fruto del escucharse mutuamente, y
a su vez, invita a una escucha más honda.
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Sin embargo, la escucha en la dirección espiritual trasciende lo psicológico;
adquiere una dimensión espiritual y religiosa, refiriéndonos a la actitud del
corazón que refleja el estar a la espera de Alguien. Debe ser la postura
fundamental de la orientadora y de la dirigida ante Dios. No basta que las dos
se escuchen mutuamente, juntas deben escuchar al Espíritu Santo y captar los
caminos que muestra para la dirigida. Así descubrirán poco a poco la influencia
divina en el interior del alma según se manifieste en sus pensamientos,
sentimientos, deseos, aspiraciones, comportamientos y reacciones. Para la
dirigida, la dirección espiritual brota de la escucha a Dios en su propio
corazón, y también de la escucha a Dios en y a través de la orientadora. La
orientadora ofrecerá a su vez orientaciones, pero sólo como consecuencia de
haber escuchado a Dios en y a través de la dirigida. (Cf. F.K.Nemeck y M.T.
Coombs El camino de la dirección espiritual, Madrid, 1987, p. 65-85)
De
aquí se desprenden algunos principios fundamentales:
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La orientadora debe convencerse de que Dios es el único Orientador de todas y
cada una de las personas. Sólo Dios puede santificar, porque sólo en Él se
encuentra la fuente de toda santidad. Sólo alcanzaremos la santidad en la
medida en que nos unamos y participemos de Dios, y que nadie puede alcanzar el
mínimo grado de santidad sin Dios.
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Debemos forjar una alianza con el Espíritu Santificador que late en todo el
mundo, en toda la Iglesia, en todos los corazones que quieren darle cabida.
¿Trabajamos realmente acompañados de esta fuerza misteriosa, santificadora y
vivificadora, que es la alianza y unión con el Espíritu Santo, que habita en el
corazón por la gracia? No hay Socio mejor ni Amigo mejor.
•
El camino que la persona trata de descubrir, existe ya en su propio
interior. “Antes de haberte formado Yo en el seno materno ya te conocía, y antes
de que nacieses te tenía consagrado: te constituí profeta”. (Jr.
1, 5).
•
Nuestro propósito de la dirección se encaminará a proporcionar ayuda a los
dirigidos para aprender a escuchar a Dios. Aconsejarlos, instruirlos,
animarlos, corregirlos, apoyarlos para que se tornen capaces de responder a sus
inspiraciones. GM
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