Día litúrgico: Miércoles II (B) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó
aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y
el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le
condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él,
azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de
Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué
quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu
derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que
pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos».
Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no
es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi
Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra
los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las
naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su
poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser
grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos».
«El que quiera llegar a ser grande
entre vosotros, será vuestro servidor»
Comentario: Rev. D. Francesc JORDANA i
Soler (Mirasol, Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia
—inspirada por el Espíritu Santo— nos propone en este tiempo de Cuaresma un
texto en el que Jesús plantea a sus discípulos —y, por lo tanto, también a
nosotros— un cambio de mentalidad. Jesús hoy voltea las visiones humanas y
terrenales de sus discípulos y les abre un nuevo horizonte de comprensión sobre
cuál ha de ser el estilo de vida de sus seguidores.
Nuestras inclinaciones
naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y a las personas, mandar y
dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta, que la gente nos
reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que Jesús nos propone
es el opuesto: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro
servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo»
(Mt 20,26-27). “Servidor”, “esclavo”: ¡no podemos quedarnos en el enunciado de
las palabras!; las hemos escuchado cientos de veces, hemos de ser capaces de
entrar en contacto con la realidad que significan, y confrontar dicha realidad
con nuestras actitudes y comportamientos.
El Concilio Vaticano
II ha afirmado que «el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la
entrega a los demás». En este caso, nos parece que damos la vida, cuando
realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive para servir no sirve
para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo Cristo —el hombre
plenamente hombre— pues «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).
Ser servidor, ser
esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para nosotros. Queda fuera
del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar, esperar y desear
intensamente que se nos concedan esos dones. La Cuaresma y sus prácticas
cuaresmales —ayuno, limosna y oración— nos recuerdan que para recibir esos
dones nos debemos disponer adecuadamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario