Luis Versiglia, Santo
Obispo y Mártir, 25
de Febrero
Martirologio Romano: Junto
al río Beijiang, cerca de la ciudad de Shiuchow, en la provincia china de
Guanddong, santos mártires Luis Versiglia, obispo, y Calixto Caravario,
presbítero, de la Sociedad Salesiana, que sufrieron el martirio por causa de su
acción pastoral en favor de las personas que les estaban confiadas († 1930).
Fecha de canonización: 1 de octubre de 2000, junto a otros 119
mártires chinos, S.S.
Juan Pablo II.
Este mártir salesiano
nació en Oliva Gessi, Pavía, Italia, el 5 de junio de 1873. Cuando a sus 12
años llegó al Oratorio turinés de Valdocco, regido por Don Bosco, para estudiar
allí y cumplir su sueño de convertirse en veterinario, era un muchacho educado,
sociable, ingenioso y muy sensible. En los dos años y medio que pasó al lado
del fundador de los salesianos, que fue su director espiritual, cambió de
parecer. Simplemente con ver su forma de vida, se trocaron sus previsiones de
futuro que no estaban encaminadas a la vida religiosa. Además, le cupo el honor
de pronunciar el discurso de felicitación el día de su onomástica, la última
que Don Bosco celebró en la tierra. Éste murió el 31 de enero de 1888. Un año
antes se dirigió a Luís con estas palabras: «Ven a verme, tengo algo que
decirte». Pero ya no hubo ocasión de consumar este encuentro.
El 11 de marzo de ese
mismo año Luís sintió latir en su corazón el ardor misionero cuando en la
basílica de María Auxiliadora vio cómo se imponía el crucifijo a siete
salesianos que se disponían a partir a sus destinos. Y siguió los pasos de su
fundador. Definitivamente abandonaba la idea de ser veterinario. Hizo el
noviciado en Foglizzo, y profesó a los 16 años. Luego estudió con ahínco en la
universidad Gregoriana de Roma y no dejó de dar testimonio de su fe a los
jóvenes que hallaba al paso en el Oratorio del Sagrado Corazón; tenía como
modelo a Don Bosco. En 1893 obtuvo brillantemente el grado de doctor en
filosofía en una edad espléndida, apenas rebasando la veintena. Mientras impartía
clases a los novicios en Foglizzo Canavese (Turín), se empleaba a conciencia en
el estudio de las disciplinas que le encaminarían al sacerdocio, sacramento que
recibió en 1895.
Su anhelo era partir a
misiones. Y desde luego iría, como él deseaba, pero no en esos momentos. El
padre Miguel Rúa, sucesor de Don Bosco, había visto sus cualidades y ya tenía
para él otra responsabilidad. Pasó por alto su juventud, y lo nombró director y
maestro de novicios en Genzano, un centro que él acababa de crear. Acertó de
pleno, porque realmente Luís era un gran formador, como demostró en los nueve
años que estuvo al frente de la casa. Como su afán misionero se mantuvo
intacto, aprovechó ese tiempo para aprender idiomas, herramienta conveniente
para quien se muestra dispuesto a viajar a tierras lejanas para evangelizar,
que era su caso. El momento añorado llegó en enero de 1906. Su nuevo destino:
China. Tenía entonces la mítica edad de 33 años, y su corazón rebosaba de
júbilo. Iba al frente de esa primera expedición de salesianos que salía rumbo a
este país asiático.
Al llegar a Macao pronto
se convirtió en el «padre de los huérfanos»: los 55 niños del orfanato que el
obispo puso en manos de estos misioneros, centro dirigido espiritualmente por
Luís, y en el que dejó su impronta apostólica. Las tensiones político-sociales
se desencadenaron cuatro años más tarde, y con ellas el anticlericalismo de
origen portugués que tocaba de lleno a los territorios que dependían del Estado
luso. Eso conllevó la expulsión de los salesianos que tuvieron que partir a
Hong Kong. Allí, y a instancias del prelado, se hicieron cargo de otro orfanato
en medio de la desbordante alegría de los ciudadanos de Heung Chow.
Lamentablemente, un monzón arrasó su casa y desplazó a los religiosos a Shek
Ki. Desde 1912 a 1920 Luís dirigió sabiamente la misión. Se abrieron nuevas
residencias y pudieron atender las fundaciones de Macao y de Río de Perlas.
Creativo y lleno de proyectos para mejorar la vida de la gente, creó una
escuela de comercio y diversos talleres, que revertieron en una mayor
expansión.
En 1920 fue designado
obispo de Schiu Chow. El instante no podía ser más comprometedor ya que, lejos
de disiparse los atentados contra la fe católica, arreciaban. Nada de ello
detuvo al santo. Siguió impulsando escuelas, seminarios, casas de formación, orfanatos,
residencias de ancianos, catequizando a tiempo y a destiempo. Cercano,
fraterno, con un marcado espíritu paternal tutelaba la vida de sus hermanos y
no demandaba de ellos esfuerzos que él no hubiera realizado antes. La
mortificación entraba dentro de un itinerario espiritual bendecido con
numerosos frutos apostólicos. María Auxiliadora alumbraba su quehacer. «Sin
Ella –había dicho–, los salesianos no somos nada».
En los diez años
siguientes que mediaron hasta su martirio, se habían producido gravísimos
altercados contra los misioneros. Manifiestos, amenazas, insultos…, hasta
llegar a arrasar iglesias y misiones. El 24 de febrero de 1930 Luís partía
hacia Linchow con otro salesiano, el padre Calixto Caravario, y tres alumnas
salesianas. Fueron apresados y atados, conduciéndoles a un bosque de bambú
mientras les hacían objeto de linchamiento físico y verbal. Querían destruir la
iglesia y forzar a las jóvenes. Los dos sacerdotes, decididos a dar su vida,
intentaron protegerlas. Pero los violentos terminaron con ellos, fusilándolos
allí mismo. Previamente pudieron orar hincados de rodillas y confesarse entre
sí. Y antes con su valentía habían dejado estupefactos a los captores.
Acostumbrados a ver retratado el terror a la muerte en las pupilas de los condenados,
detectaron en los misioneros el gozo de la ofrenda suprema a Dios: la de su
propia vida. En 1976 Pablo VI declaró mártires de la Iglesia a estos
misioneros. Fueron beatificados por Juan Pablo II el 15 de mayo de 1983. Él
mismo los canonizó el 1 de octubre de 2000.
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