Día litúrgico: Miércoles I (B) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Lc 11,29-32): En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, Jesús comenzó a
decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le
dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para
los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina
del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los
condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de
Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el
Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la
predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».
«Aquí hay algo más que Salomón (...);
y aquí hay algo más que Jonás»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos
invita a centrar nuestra esperanza en Jesús mismo. Justamente, Juan Pablo II ha
escrito que «no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la
certeza que ella nos infunde: ‘¡Yo estoy con vosotros!’».
Dios —que es Padre— no
nos ha abandonado: «El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que,
satisfecho no sólo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado
de su criatura» (San Juan Pablo II).
Nos encontramos
empezando la Cuaresma: no dejemos pasar de largo la oportunidad que nos brinda
la Iglesia: «Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2Cor
6,2). Después de contemplar en la Pasión el rostro sufriente de Nuestro Señor
Jesucristo, ¿todavía pediremos más señales de su amor? «A aquel que no conoció
pecado, le hizo pecado por nosotros, para que nos hiciéramos justicia de Dios
en Él» (2Cor 5,21). Más aún: «El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?» (Rom
8,32). ¿Todavía pretendemos más señales?
En el rostro
ensangrentado de Cristo «hay algo más que Salomón (...); aquí hay algo más que
Jonás» (Lc 11,31-32). Este rostro sufriente de la hora extrema, de la hora de
la Cruz es «misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse
en adoración». En efecto, «para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús
debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del “rostro”
del pecado» (Juan Pablo II). ¿Queremos más señales?
«¡Aquí tenéis al
hombre!» (Jn 19,5): he aquí la gran señal. Contemplémoslo desde el silencio del
“desierto” de la oración: «Lo que todo cristiano ha de hacer en cualquier
tiempo [rezar], ahora ha de ejecutarlo con más solicitud y con más devoción:
así cumpliremos la institución apostólica de los cuarenta días» (San León
Magno, papa).
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