sábado, 5 de mayo de 2018

Una alegría diferente

Para que mi alegría esté con vosotros.
No es fácil la alegría. Los momentos de auténtica felicidad parecen pequeños paréntesis en medio de una existencia de donde brotan constantemente el dolor, la inquietud y la insatisfacción.
El misterio de la verdadera alegría es algo extraño para muchos hombres y mujeres. Todavía quizás saben reír a carcajadas, pero han olvidado lo que es una sonrisa gozosa, nacida de lo más hondo del ser. Tienen casi todo, pero nada les satisface de verdad. Están rodeados de objetos valiosos y prácticos, pero apenas saben nada de amor y amistad. Corren por la vida absorbidos por mil tareas y ocupaciones, pero han olvidado que estamos hechos para la alegría.
Por eso, algo se despierta en nosotros cuando escuchamos las palabras de Jesús: «Os he hablado para que participéis en mi gozo, y vuestro gozo sea completo». Nuestra alegría es frágil, pequeña, y está siempre amenazada. Pero algo grande se nos promete. Poder compartir la alegría misma de Jesús. Su alegría puede ser la nuestra.
El pensamiento de Jesús es claro. Si no hay amor, no hay vida. No hay comunicación con él. No hay experiencia del Padre. Si falta el amor en nuestra vida, no queda más que vacío y ausencia de Dios. Podemos hablar de Dios, imaginarlo, pero no experimentarlo como fuente de gozo verdadero. Entonces el vacío se llena de dioses falsos que toman el puesto del Padre, pero que no pueden hacer brotar en nosotros el verdadero gozo que nuestro corazón anhela.
Quizás los cristianos de hoy pensamos poco en la alegría de Jesús, y no hemos aprendido a «disfrutar» de la vida, siguiendo sus pasos. Sus llamadas a buscar la felicidad verdadera se han perdido en el vacío, tal vez porque los hombres seguimos obstinados en pensar que el camino más seguro de encontrarla es el que pasa por el poder, el dinero o el sexo.
La alegría de Jesús es la de quien vive con una confianza limpia y condicional en el Padre. La alegría del que sabe acoger la vida con agradecimiento. La alegría del que ha descubierto que la existencia entera es gracia.
Pero la vida se extingue tristemente en nosotros si la guardamos para nosotros solos, sin acertar a regalarla. La alegría de Jesús no consiste en disfrutar egoístamente de la vida. Es la alegría de quien da vida, y sabe crear las condiciones necesarias para que crezca y se desarrolle de manera cada vez más digna y más sana. He aquí una de las enseñanzas clave del Evangelio. Sólo es feliz quien hace un mundo más feliz. Sólo conoce la alegría quien sabe regalarla. Sólo vive quien hace vivir. JAP

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