«Polvo eres y al polvo volverás». Millones de personas en
todo el mundo escucharán hoy estas palabras del libro del Génesis o la
invitación a arrepentirse y creer en el Evangelio, al tiempo que se les impone
una cruz de ceniza en la frente. Atrás queda el carnaval. Ya se ha enterrado la
sardina. El miércoles de ceniza abre el tiempo de reflexión de la Cuaresma, «un
camino de conversión, de lucha contra el mal, con la fuerza de la oración y de
la misericordia», según ha recordado el Papa Francisco.
Es día de ayuno para los católicos de entre 18 y 59 años y
abstinencia de carne para los mayores de 14 años, en un ejercicio de
desprendimiento. «La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará
bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros
con nuestra pobreza», señala el Pontífice en su mensaje para la Cuaresma 2014
en el que añade: «No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido
un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no
cuesta y no duele».
El austero rito del miércoles de ceniza se celebra al menos
desde el siglo XI aunque sus orígenes se remontan al Antiguo Testamento. La
ceniza, del latín «cinis», tenía ya un sentido simbólico de muerte y caducidad,
así como de humildad y penitencia. Jonás
3,6 describe la conversión de los habitantes de Nínive con ceniza. Rociarse
la cabeza con cenizas manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de
convertirse en la tradición judía. En muchas ocasiones la ceniza se unía al
«polvo» de la tierra. «En verdad soy polvo y ceniza», dice Abraham en Génesis 18,27.
La Cuaresma comenzaba para la Iglesia primitiva seis semanas
antes de la Pascua de forma que sólo había 36 días de ayuno, ya que los
domingos se excluían. Para imitar el ayuno de Cristo en el desierto se
agregaron en el siglo VII cuatro días antes del primer domingo, hasta el
miércoles.
En los primeros siglos de la Iglesia, quienes querían recibir
el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo eran salpicados de ceniza y
se vestían con un sayal el primer día de Cuaresma mostrando así su voluntad de
convertirse. Debían mantenerse lejos hasta la Semana Santa. Estas prácticas
cayeron en desuso a partir del siglo VIII hasta el X, siendo sustituidas por el
símbolo de la ceniza en las cabezas de todos los cristianos.
«No cabe duda que la costumbre de distribuir las cenizas a
todos los fieles surgió de una imitación devota de la práctica observada en el
caso de los penitentes públicos», señala la Enciclopedia católica.
Las cenizas resultan de la quema de las palmas del Domingo de
Ramos del año anterior. En la bendición de las cenizas, que se rocían con agua
bendita y luego se sahúman con incienso, se usan cuatro antiguas plegarias. El
propio celebrante de la misa recibe las cenizas de algún otro sacerdote,
generalmente del de mayor dignidad entre los presentes.
En épocas antiguas el rito de la distribución de las cenizas
era seguido por una procesión penitencial, pero ya no está prescrito, recuerda
la Enciclopedia Católica.
Esta tradición ha quedado como un simple servicio en la
Iglesia anglicana y la luterana. La Ortodoxa comienza la cuaresma desde el
lunes anterior y no celebra el Miércoles de Ceniza. MA
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