¡Cuervos malvados! pensé.
La ardilla al final se rindió y se marchó por otro camino.
Un guardia, que se encontraba cerca, miraba el incidente igual que yo. Por eso me acerqué y le comenté:
¿Vio lo que hicieron los cuervos, a la pobre ardilla? ¡Qué malos son!
¿Cómo? Exclamó el hombre indignado ¿Qué dice usted? ¿Acaso no se dio cuenta?
No supe comprender y el guardia continuó: La ardilla quería subir… por el nido de los cuervos, ¡para comerse sus huevos!
¡Imposible! repliqué.
Hay un nido arriba y esta ardilla cada vez que puede sube a robarse un huevo. ¡Los cuervos defendían su nido!
Pasé la mañana pensando en lo rápido que somos para juzgar a los demás. Y cuánto nos equivocamos.
La experiencia de los cuervos y la ardilla, me enseñó el valor de no juzgar anticipadamente. De pensar con un toque de caridad.
Como dice mi esposa Vida: “No ver las apariencias, sino el corazón”.
Y sobre todo, lo más importante, aprender a amar a todos mis semejantes, por distintos que sean o piensen. Amarlos a todos, sin juzgar, sin criticar, sin pensar mal de ellos, sin hacerles daño… sencillamente amarlos por lo que son: ‘mis hermanos’. CC
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