Cuando estalló la revuelta de 1936 era capellán en la residencia San José de Tarragona, donde vivía con sus padres. Aquí había demostrado ser muy piadoso, humilde y pacífico, y su amor a los niños. Además era un presbítero alegre y en su casa no había lugar para la tristeza.
El día 21 de julio del 36 un grupo registró su domicilio cometiendo toda clase de barbaridades con las imágenes; no pudieron profanar el Santísimo porque el beato, por precaución, ya lo había consumido.
Siguió celebrando misa hasta el día de Santiago. Al día siguiente, día 26, llevaron a los niños del asilo a la beneficencia exigiendo al P. Josep que también les acompañara. Aunque era muy bien atendido por el personal de la casa, veía el peligro que tenía por parte de los inspectores, y esto hizo que se decidiera de ir hacia Barcelona. Allí su madre le buscó una pensión, donde permaneció unos ocho meses, durante los cuales se dedicó a obras de apostolado y la administración de los sacramentos. Celebraba la misa cada día. Cuando su madre le advertía de los peligros de muerte, él contestaba: «Soy presbítero y si Dios me destina a ser mártir iré muy a gusto al martirio.»
El primer viernes del mes de marzo, al ser detenido, confesó claramente su condición de presbítero, y fue llevado a la checa de San Elías, donde fue martirizado el día 17 de marzo de 1937.
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