viernes, 3 de marzo de 2023

Un profeta desobediente…

Muchas veces pensamos que Dios, antes de que viniera Jesús, no era sino rigor, amenazas, castigos... Los rayos y truenos del Sinaí nos han impresionado siempre. Pero Dios se mostraba también muy bueno y misericordioso. Así nos lo dice la historia de Jonás, que no importantes y bellos es más que una parábola preciosa, con la cual la Biblia nos transmite dos mensajes.

El primero, y ante todo, que Dios es muy bueno con todos, a pesar de lo mal que a veces somos con Él...

Y el segundo, siguiendo la interpretación que le dio Jesús es que un día, aunque hayamos muerto, la tierra nos devolverá a la vida, igual que el pez devolvió a Jesús el resucitado.

Era Nínive una ciudad enorme, capital de los asirios. Y se portaba mal, mal... Pero Dios, en vez del castigo, prefiere salvarla, y le encarga a Jonás:

- Vete a Nínive, y predícales la conversión. Como sigan pecando, la destruyo sin más.
Jonás tuvo miedo de ir, y se quiso esconder de Dios. ¡Como si fuera fácil engañar a Dios, de modo que Él no sepa dónde estamos cada uno!... Y se mete en una embarcación que se iba entonces hacia el extremo de la Tierra conocido. De repente, surge una tempestad furiosa, que destroza y hunde la nave. Tripulación y pasajeros buscan al responsable que así enojaba a Dios, y Jonás confiesa su culpa:

- Soy hebreo, y adoro al Dios que hizo el cielo y la tierra. Me he escapado de Dios, y por esto viene ahora esta desgracia sobre todos.

Temblando aquellos hombres, al oír eso del “Dios de cielo y tierra”, le intiman:

- Entonces, ¿qué tenemos que hacer contigo?

- Arrojadme al mar, y se calmará del todo.

Así lo hacen. Pero, asoma un pez enorme, que abre su boca y se traga a Jonás. Llega la calma más completa, y el profeta, metido en el vientre del cetáceo, exclama a Dios:

- Desde el profundo del abismo te invoco, rodeado como estoy de angustia. ¡Sálvame!

Al día tercero, el pez arrojaba vivo a Jonás en la playa. Ahora, escarmentado el profeta, sí que va a obedecer a Dios, el cual le dice:

- Vete a Nínive, como te lo mandé, y anúnciales: ¡Dentro de cuarenta días será arrasada la ciudad!

Los ninivitas, comenzando por el rey, creen al enviado de Dios y hacen dura penitencia. Dios, al ver aquella conversión, se compadece y le ahorra a Nínive la catástrofe anunciada.

Pero viene ahora la actitud desconcertante de Jonás, que se le queja a Dios porque no ha castigado a la ciudad pecadora:

- ¡Ya lo decía yo! Tú eres un Dios misericordioso y clemente, magnánimo, de gran corazón, y siempre te arrepientes y te retractas de las amenazas que haces. ¿Por qué no les has castigado?...

Y Dios, con calma:

- Pero, Jonás, ¿crees tú que puedo castigar a una ciudad como Nínive, si sus habitantes no saben distinguir la mano derecha de la izquierda, de ignorantes que son?...

¿Dónde está la fuerza de este hecho? Jesús reclamará en el Evangelio a las ciudades del lago:

- Los de Nínive se alzarán contra vosotras en el Juicio, porque sus habitantes se convirtieron a la voz de Jonás, y aquí está uno mayor que Jonás.

Y Jesús invocará la figura de Jonás dentro del pez como signo de su resurrección:
- Así como estuvo Jonás tres días y tres noches en el seno del cetáceo, así estaré yo tres días en el seno de la tierra.

Este es el significado de Jonás en la mente de Jesús.

Pero, aparte de eso, la predicación de Jonás en Nínive, su conversión y su perdón, resultan conmovedores por la imagen de Dios que hacen resaltar:

- ¿Por qué perdona los pecados?

Jonás se le queja a Dios, y Dios tiene que defenderse del profeta, que se lo echa en cara:

- ¡Tú, siempre bueno! ¡Tú, siempre misericordioso! ¡Tú, siempre compasivo! ¡Tú, siempre con tu amor! ¡Tú, a no cumplir con tus amenazas, porque te arrepientes pronto de ellas!...

Entonces, ¿para qué he predicado yo?...

El Dios nuestro, el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, es un Dios amor, y porque ama, es comprensivo y misericordioso. Y porque es misericordioso, salva. Lo único que Dios no puede pasar es el orgullo de la criatura. Quien se rinde ante Dios, ése no se pierde nunca.

Por eso nuestra confianza en Dios es firme. No nos apoyamos en nosotros mismos, que tenemos muy poca cosa que lucir ante Dios. Nos apoyamos en su bondad inmensa.

Como Jonás seguía refunfuñando, Dios le saca a relucir otra razón convincente:

- ¿Cómo voy a castigar a esos pobres pecadores, ignorantes como ellos solos, que no saben nada?... Esto, nos recuerda la petición de Jesús desde la Cruz:

- ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!...

¡Este es nuestro Dios! Todo bondad. Eso que enojaba a Jonás, es precisamente nuestra esperanza mayor. Somos malos, ¡pero qué suerte la nuestra, porque tenemos un Dios bueno de verdad!... Mat 12, 39-41. PG

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